🔶 amor a una flor

‒Si alguien ama a una flor y no existe más que un solo ejemplar en millones y millones de estrellas, esto es motivo suficiente para que ese alguien se sienta feliz cuando la mira. Se dice: “Mi flor, esta ahí, en alguna parte...” ¡Pero si el cordero se come la flor, para él es como si de repente todas las estrellas se apagaran! ¿No es esto importante? [..]

Muy pronto aprendí a conocer mejor a esa flor. En el planeta del principito siempre hubo flores sencillas [..] que a nadie causaban molestias ni llamaban la atención. Aparecían una mañana entre la hierba y morían en la tarde. Pero aquella [..] no se parecía a ninguna otra. A pesar de que la observaba continuamente, no descubría de qué clase de semilla procedía. Podía ser una especie nueva de baobab. Sin embargo, el arbusto dejó pronto de crecer y dio una flor. [..]

Y así es como empezó a torturarlo con su vanidad un poco quejumbrosa. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, le dijo al principito: ‒¡Ya pueden presentarse los tigres con sus garras! ‒No hay tigres en mi planeta ‒le objetó el principito‒; y además los tigres no comen hierba. ‒Pero yo no soy una hierba ‒le respondió dulcemente la flor. ‒Perdóname... ‒No temo a los tigres, pero tengo horror a las corrientes de aire. ¿No tienes un biombo? ‒[..]

‒En la noche quiero que me cubras con una esfera de cristal; en este planeta hace mucho frío. Aquí todo está mal instalado. Allá de donde yo vengo... Pero la flor se interrumpió. Había venido en forma de semilla, por lo tanto no pudo haber conocido otros mundos. Humillada por sentirse sorprendida en una mentira tan notoria, tosió dos o tres veces y trató de salir del atolladero, diciéndole al principito: ‒¿Qué pasa con el biombo? [..]

Páginas de "El principito", con las ilustraciones de Antoine De Saint-Exupéry

De este modo, el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, dudó de ella. Había tomado en serio algunas palabras sin importancia, lo que le hizo sentirse desdichado. “No debí haberla escuchado” ‒me confió un día‒. “No se debe escuchar jamás a las flores. Es suficiente verlas y olerlas. La mía perfumaba todo mi planeta; sin embargo, yo no gozaba con ello. La historia de las garras que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme...”

Y todavía me confesó: “¡En aquel entonces no supe comprender nada! Debía haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Ella me proporcionaba alegría y aroma. Jamás debí haber huido. Debí adivinar su ternura, tras sus inocentes mañas. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.”