Twittanic, una nueva oportunidad para la web social

En enero de 2023, Elon Musk consiguió un récord mundial: logró ser la persona que más dinero ha perdido en la historia. La revista Forbes calculó que, desde noviembre de 2021 hasta la fecha, perdió 182.000 millones de dólares. Musk encarna al héroe estándar de Silicon Valley: procede de familia rica, pasó por universidades de élite el tiempo justo para conocer a la gente adecuada, ha recibido generosa financiación pública para sus aventuras, ha participado en la invención de algunas cosas ciertamente relevantes pero también ha vendido mucho humo, y acumula tal nivel de privilegio que no importa cuánto la cague porque siempre tendrá recursos para levantarse. Además de la ruina récord, hemos visto a Musk experimentar durante años con una especie de supositorio gigante que iba a revolucionar el transporte por tierra y nunca más se supo, y también construir el cohete más potente de la historia para que explotara a los tres minutos de despegar. Él lo justifica porque su método se basa en el diseño iterativo: un bucle de experimentación, prueba y mejora del producto, mientras ya está siendo utilizado. Y ahí está el tío, que no baja del podio de hombres más ricos del mundo, a pesar de que el piloto automático de sus coches ha provocado cientos de accidentes. Cuando llegue a Marte, nos hablarán de su audacia y su ambición y seguramente se les olvidará mencionar la cantidad de conocimiento que debe a la agencia pública NASA, o la cantidad de dinero que debe a su Gobierno: 5.700 millones en subvenciones directas[67] y muchos más en contratos de prestación de servicios. Washington paga a Musk por transportar a tripulantes de la NASA al espacio, por las estaciones de carga de coches eléctricos que necesita para cumplir sus planes climáticos y hasta para que le dé internet por satélite al ejército de Ucrania. “En los últimos veinte años, Musk ha buscado oportunidades de negocio en áreas cruciales donde, después de décadas de privatización, el Estado ha retrocedido. El Gobierno ahora depende de él, pero lucha por reaccionar ante su temeridad y su carácter caprichoso”.[68] Esto lo dice el periodista Rowan Farrow en un reportaje lleno de información sensible que, la verdad, da un poco de miedo.

  1. [67]: La cifra es de cuando la autora del libro (Marta G. Franco) escribió este párrafo, puedes mirar en este rastreador a ver si en tu presente son más: Good Jobs First Subsidy Tracker [en línea]
  1. [68]: Rowan Farrow, “Elon Musk’s Shadow Rule”, The New Yorker, 21 de agosto de 2023 [en línea]

Musk desembarcó en Twitter en octubre de 2022, después de haber pagado 44.000 millones de dólares. Quiso que la empresa dejara de cotizar en bolsa para no tener obligaciones de transparencia, así que no conocemos su estado financiero. Lo que sí sabemos es que, un año después, la propia empresa publicó que su valor era menos de la mitad, 19.000 millones; su nueva CEO, en unas declaraciones torpes, dejó entrever que habían perdido el 12% de usuarios diarios activos, y Musk reconoció que los ingresos por publicidad se habían reducido a la mitad. En realidad, Twitter nunca fue un buen negocio. Su publicidad relativamente poco invasiva no consiguió que resultara rentable. Para entender por qué Musk emprendió una tarea tan ruinosa, podemos mirar quiénes le ayudaron a reunir el dinero para la compra: el príncipe saudí Al Waleed Bin Talal, asiduo de las inversiones en big tech y de las listas de mayores millonarios; un fondo de inversión de Qatar que está ligado a operaciones diplomáticas para extender los negocios del país; la empresa líder en criptomonedas Binance, cuyo exCEO ejerce de líder espiritual de la secta de los criptobros (ya no es CEO porque le pillaron blanqueando capitales); una sociedad de capital riesgo llamada Andreessen Horowitz cuyos dueños ven a Musk como un héroe de la libertad de expresión que puede enfrentarse a la “extrema izquierda” que impera en Silicon Valley (sic); Larry Ellison, cofundador de Oracle y donante millonario de la campaña de Donald Trump…[69] En fin, personas y entidades con interés en usar sus fortunas para impulsar su agenda libertariana y reaccionaria.

  1. [69]: Hamza Shaban y Faiz Siddiqui, “Here’s who helped Elon Musk buy Twitter”, The Washington Post, 24 de diciembre de 2022 [en línea]

De hecho, sabemos que esa es la motivación de Musk. Él mismo ha contado que compró Twitter porque una de sus hijas, trans y anticapitalista, no quería saber nada de él y se quitó su apellido al cumplir los 18. Es más, piensa que la ideología que le ha robado a su hija también amenaza con robarle su sueño de conquistar Marte: “a menos que el virus woke, que es anticiencia, antimérito y antihumano, se detenga, la civilización nunca llegará a ser multiplanetaria”, le dijo a su último biógrafo cuando le preguntó cómo encajaba una red social en sus planes extraterrestres. La intencionalidad política quedó muy clara desde que llegó al mando: una de sus primeras órdenes fue borrar cuentas antifascistas y anarquistas y reinstaurar las de líderes alt-right y conspiracionistas que habían sido eliminadas por difundir mensajes de odio. Se vio claramente en el perfil de @elonmusk. Un análisis de sus interacciones[70] revela cómo cambió su patrón: cuando estaba negociando la compra, se relacionaba solo con cuentas que le alababan como gurú y empresario razonable; en cuanto se hizo con el mando, empezó a amplificar cuentas de activismo de derechas y antiwoke.

  1. [70]: Clara Martiny, “Friends in the ‘right’ places: An analysis of Elon Musk’s Twitter interactions before and after acquiring the platform”, Institute for Strategic Dialogue, 31 de enero de 2023 [en línea]

Entre tuit rancio y retuit reaccionario, se abandonó a la gestión estrambótica y cuñada. Impuso un ritmo de trabajo que implicaba dormir en la oficina. Decretó un sistema de vigilancia para que le avisaran si alguien hacía comentarios críticos, actitud que suponía el despido fulminante. Se ve que su defensa radical de la libertad de expresión no operaba en su oficina. Un día, al señor Musk se le metió en la cabeza que había que trasladar un servidor de sitio para ahorrar costes. Le advirtieron de que no era tan sencillo, que desconectarlo era arriesgado. ¿Cómo que no? Cogió una navaja, hizo palanca para abrir unas cuantas trampillas y lo desenchufó él solito. En los siguientes meses, Twitter tuvo problemas de estabilidad y se cayó varias veces. Al menos, reconoció que la culpa fue suya[71]. Otro día se enfadó porque sus tuits estaban teniendo menos interacciones, despidió a un programador que se atrevió a decirle que quizá era porque a la gente no le interesaba y ordenó cambios en el algoritmo para que los mostrara más[72].

  1. [71]: Jordi Pérez Colomé, “Aún hay mierda que no funciona por eso”: cuando Elon Musk desenchufó los servidores de Twitter con una navaja”, El País, 13 de septiembre de 2023 [en línea]
  1. [72]: Zoë Schiffer y Casey Newton, “Yes, Elon Musk created a special system for showing you all his tweets first”, Platformer, 15 de febrero de 2023 [en línea]

Cuando despidió al 80% de los empleados de Twitter para ahorrar costes, desaparecieron casi al completo los departamentos que se dedicaban a reducir los mensajes de odio y el acoso. El observatorio Center for Countering Digital Hate documentó que en los primeros cinco meses de Musk las narrativas antiLGTBIQA+ crecieron un 119%, que no se borraban la mayoría de los mensajes antisemitas reportados y que el uso de lenguaje racista se había triplicado. ¿La respuesta de Musk? Les demandó por difamación. Mientras, muchas marcas dejaron de anunciarse en la plataforma. A nadie le parece buena idea ver su nombre al lado de una cuenta de adulación a Hitler. A mediados de 2023, Musk consolidó su golpe de timón con dos cambios. El primero, nombrar CEO a Linda Yaccarino, periodista conservadora que ocupó un cargo en la Administración Trump, para que no quedara duda del cambio político. Y el segundo, más impactante, cambiar el nombre de Twitter a X. Hay que ser un genio para desterrar una marca conocida en todo el mundo, que ha generado palabras globalmente populares como “tuitear” o “retuitear”, por una letra insulsa que no tiene ninguna particularidad, ¿verdad? Permíteme que yo siga llamándolo Twitter, por claridad y coherencia. Paralelamente, Musk dice estar avanzando en su plan para convertir Twitter en una “everything app”, una aplicación estilo WeChat en China que sirve como mensajería instantánea, red social, comprobante de identidad y plataforma de pago. Es más, quiere que sustituya a las cuentas bancarias. Una fantasía de control, extractivismo de datos y agencia superpoderosa. Me atrevo a augurarle poco éxito en conseguir que mucha gente le confíe su vida financiera.

Páginas de "Las redes son nuestras", de Marta G. Franco

El fracaso de Musk es reconfortante para quienes disfrutamos viéndole hacer el ridículo, pero por otro lado es un problema serio para la comunicación, el conocimiento y el activismo a nivel global. Aparte de empeorar las funcionalidades y la moderación de mensajes de odio, su única idea para conseguir ingresos ha sido lanzar una versión Premium que consiste en pagar alrededor de 3 euros al mes para que tus tuits se muestren a más personas. Esto ha supuesto una avalancha de criptobros, conspiranoicos y cretinos con una omnipresencia difícil de ignorar. Twitter ya no es el sitio al que ir para enterarse de lo que está pasando. El ocaso de la plataforma es un drama para millones de personas que han estado años construyendo redes personales sobre ella. Y es la muerte de una forma de relacionarse en línea que, con sus muchos fallos, era práctica y efectiva: en Twitter podías darte a conocer como periodista emergente y conseguir trabajo, hacer chistes y acabar actuando en la tele, quejarte por un problema con una empresa y que te lo solucionaran rápido para salvar su reputación, dar la brasa a tus representantes políticos y que te hicieran algo de caso, viralizar que habías olvidado una libreta en un autobús y que alguien la encontrara… Era un lugar donde, con suerte y maña, se conseguían contactos y relaciones directas que no suelen ser posibles en ningún otro lado. Ninguna otra plataforma social ha proporcionado esa cercanía y esa inmediatez para visibilizar mensajes sin tener que pagar por ello. La moraleja está clara: no podemos dejar nuestras herramientas sociales en manos de señores o empresas que colocarán sus intereses por encima de las necesidades y deseos de millones de personas. Tenemos que construir espacios digitales que sean comunes y democráticos, y pensar maneras de garantizar que el tiempo y el esfuerzo que les dedicamos no sea privatizado o suspendido. La buena noticia es que ya tenemos un excelente punto de partida: ¡existe un tesoro llamado Mastodon! ¡el fediverso está esperando para acogernos!