heyazorin

En el podcast de Omar se muere, Omar se muere. El podcast en sí mismo es un spoiler de lo que iba a ocurrir. El mensaje no dejaba lugar a la duda.

Una vez sabes el final, te acercas de otra manera. No existe la incertidumbre ni la ansiedad. No esperas. No hay final alternativo. Nadie salva a la princesa.

Omar charla animadamente con Antonio Castelo sobre su vida sin dejar que el cáncer adquiera más protagonismo del que le toca. Bromea sobre él y consigue introducirte en sus venas —como la quimioterapia— para que avances sobre el delgado equilibrio entre la salud y la enfermedad. Sientes cuando está mejor y cuando está peor. Lo notas en su voz y en su respiración. Lo notas en la claridad de sus respuestas. O en la falta de ella. Pero, sobre todo, lo notas cuando pasan las semanas y no hay un nuevo episodio.

Omar acabó muriendo para él y para todos nosotros un 27 de marzo de 2021. Se fue sabiendo adónde iba. Tenía 33 años.

Pablo Ráez tenía sólo 20. Su historia, como la de Omar, acaparó cientos de portadas en diarios y revistas. El eco de su mensaje llegaba donde nunca antes habían llegado otros gracias a su carisma y a las redes sociales. Muchos nos volcamos en su historia. Fabricamos superhéroes: ¿Cómo no iba a superar Pablo su leucemia si ya lo había hecho antes? Quizá no estábamos preparados para que, esta vez, no fuera así.

Hace unos meses se publicó un documental sobre su lucha y su legado, el tercer documental sobre su figura y sus logros. Sobre su lema: #siemprefuerte.

Pablo y Omar son dos caras de la misma moneda. Dos personas que hablan abiertamente de su situación sin maquillaje ni florituras. De la crudeza. Del dolor. Pero también de la superación y de los días buenos. De valorar. De respirar hondo. De sentir la vida.

Y, ¿a qué viene todo esto? A que hoy me he topado con el último podcast de Pedro Sánchez. En este nuevo Bala Extra conversa con su amigo el Sr. Vampi acerca del cáncer de colon que este último padece.

Y la historia se repite. Se habla sin miedo. Se elimina el tabú. Nadie quiere morir y se muere menos si hay más gente que te ayuda a vivir.

Según estadísticas, el 50% de la población mundial masculina y el 33% de la femenina tendrá algún tipo de cáncer a lo largo de su vida.

No sé, quizá sea momento de hablarlo.


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No quiero cantar victoria, pero la primera gran crisis de la gripe A parece que sale por la puerta de casa sin afectarme. No es porque sea un superhombre, sino porque la pasé en abril de 2023 y confío en que algún anticuerpo queda haciendo su trabajo aún cuando lo vi por el microscopio ahuecando sus maletas y guardando en ella sus recuerdos: el retrato con su anticuerpa; las últimas vacaciones en higadillos; el primer billete de artrenria.


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Si ella dice 'Me duele el codo', es que va a llover.

No importa que Brasero, Maldonado, Picazo o Piquero señalen al anticiclón; no importa que el sol luzca sobre tu comunidad; tampoco importa que la humedad relativa sea igual a cero: si su codo se resiente, lluvia en el ambiente.

La precognición del codo de Paula comenzó tras un accidente de moto en una rotonda cerca de su casa cuando contaba con dieciséis y pelo afro. La gravilla de una obra cercana hizo deslizar la rueda delantera de su scooter y ella cayó a plomo, amortiguando todo el peso con su codo izquierdo.

La bomber Alpha no fue suficiente medida de protección, así que el codo se partió por varios puntos y tuvo que ser ensartado de urgencia, inmovilizado durante varias semanas e invitado a una rehabilitación incómoda y dolorosa consistente, entre otras medidas, en colgarse sacos, botellas y libros de la mano para obligarlo a ceder algunos milímetros diarios y así recuperar la máxima movilidad posible.

A pesar de que los libros que se colgaba no eran de meteorología, la sapiencia de Codi —apodado cariñosamente—, se hacía patente casi sin que Paula fuera consciente. Las lluvias imprevistas tenían un aliado en ella y era capaz de preverlas con un acierto de prácticamente el 100%.

Ese barrunto climatológico (así es como se le conoce en ciencia) no cesó una vez su codo pudo ser excarcelado de la escayola y devuelto a la vida cotidiana. Sus premoniciones meteorológicas siguieron presentes haciéndose cada vez mejor predictor de cambio en el ambiente, porque si ella dice 'Me duele el codo', es que va a llover.

Y su pelo ya nunca volvió a ser afro.


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Le vio la etiqueta recortada sobresaliendo de una costura. Fallamos. No pensamos en que nuestra hija tuviera intención de averiguar qué pasa a su alrededor; subestimamos su capacidad de hacerse preguntas. Y ocurrió.

Nos abordó en el sofá relax con el reposapiés extendido, los ojos entrecerrados después de una comida prenavideña, la mantita calentándonos las piernas y sabiendo que la propia situación sería clave para no dejar que nuestras reacciones fueran naturales sino atabaladas y torpes, como un atragantamiento repentino.

¿El elfo de la Navidad lo habéis comprado? Tiene una etiqueta.

Nuestras miradas se cruzaron catorce veces por segundo analizando la situación: niña-siete-años-pregunta incómoda.

Balbuceamos. Empezó ella con un —Cariño, por qué preguntas eso— seguido de sus ojos rogándome una respuesta. La esperaba acertada, pero no fue así. Y le dije que sí, que lo habíamos comprado nosotros. Que no venía de Laponia. Que no era un Elfo de Papá Noel. Que no se movía solo por las noches. Que era un muñeco. Que no es magia, es velcro.

Se hizo el silencio y su mirada se perdió en el vacío.

Comenzó a llorar y las preguntas brotaban casi ininteligibles: por qué no me lo habéis dicho; ahora ya no quiero jugar más con él; por qué lo movéis vosotros por las noches si es un muñeco...

La situación era crítica, lo reconozco. A veces, una verdad a destiempo causa un daño irreparable pero, joder, yo conocí la existencia de los reyes magos a los 6 años y no recuerdo que fuera un trauma. Al revés, supe aprovechar perfectamente ese conocimiento para elegir mejor los regalos.

Y ahí tenía a mi hija, bañada en lágrimas y asumiendo una respuesta que no esperaba a una de sus preguntas.

—Pero, ¿por qué preguntas si es comprado si después no aceptas la respuesta?—le dijimos. —Porque quería asegurarme de que era de verdad.—respondió.

Si era de verdad, espérate que no está todo perdido. Que todavía piensa que hay otros elfos que son de verdad. ¿Cómo es posible? ¿Tendrá un retraso madurativo? ¡Si acaba de ver que es un muñeco! ¿Es probable que no haya unido los puntos? ¿Preguntará por Papá Noel? ¿Nos está haciendo la envolvente y es consciente de todo pero no quiere que nosotros sepamos que lo es?

Nos enfrentamos a muchas preguntas que todavía no podemos responder porque pondrían las cartas sobre la mesa.

A punto de acabar las Navidades sólo espero que este sea el último año del engaño.


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2024: el año de la federación.

Año nuevo, aventura nueva.

Si hace unos días hacía público el cierre de mi newsletter en Substack, este 2024 me embarco en algo diferente: un blog en escritura.social, una instancia de WriteFreely.

Write Freely es una plataforma de escritura libre y federada donde prima la sencillez y la comunidad. Donde escribir es placer y no obligación. Donde estar amparado por una comunidad sin más pretensión que compartir conforme vaya saliendo en un entorno de campo (y código) abierto. Donde tu dinero va a personas y no a corporaciones.

Y así comienza 2024, mi año de la federación. Eligiendo compartir letras en un espacio en blanco y sin entender todavía cómo funcionan los símbolos que hay que poner para enlazar, ennegrecer y cursivear.


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