Retales, por @editora

Memoria en forma de retales y alguna puntada

Hoy, 1 de mayo, recupero este hilo sobre cómo mi abuela reclamó su derecho a su propia pensión (suya y no de su marido) cuando le discutieron que ella no podía atender a la vez el trabajo del hogar y el trabajo del campo y del rebaño de cabras. (Hilo original en Mastodon: https://mastodon.social/@editora/110120210781727331)

Una cosa que mi madre me repitió desde pequeña y que yo no entendía entonces es que mi abuela cobraba “su propia pensión”. Yo sabía que mi abuela estaba jubilada y que cobraba una pensión, pero no me paraba a pensar en el matiz de si era una pensión por haber cotizado ella o si no. Mi madre quería remarcar eso, que mi abuela tenía “su” trabajo y que había cotizado por él y ahora tenía “su” pensión.

Hace un par de años descubrí que entre los pocos papeles que mi madre había guardado cuando murió mi abuela, había un escrito en el que mi abuela reinvindicaba su trabajo en 1974.

Así de importante le parecía a mi madre el asunto, que no quiso tirar lo que parece una reclamación a la Seguridad Social (o similar, lo que hubiera en ese año) mecanografiado, supongo que por alguien del Ayuntamiento.

Mi abuela, defendía en este escrito su papel como trabajadora de pleno derecho, igual que mi abuelo, en la explotación familiar.

Lo transcribo tal cual, mayúsculas incluidas:

«El medio fundamental de vida mío y de mi esposo es la Agricultura y Ganadería prevaleciendo esta última sobre la primera y que sin esta no podríamos susistir [...] ya que la explotación ganadera consiste en más de 100 reses mayores, ganado lanar que para que podamos conseguir hagan dos crías al año es imprescindible el que trabajemos los dos en la explotación ganadera, mi esposo sacando a pastar los ganados al campo y yo entre tanto cuidar la cría en la majada y llevarles el agua que dista bastante al corral y que hay que hacer imprescindible.

Creo que con ella queda aclarado que soy trabajadora por cuenta propia, por todos los días del año cuando tengo que hacer quehaceres o trabajos.

[...] por decir que no soy trabajadora, que me dedico a otros menesteres y que no puedo realizar trabajos agrícolas y ganaderos. CÓMO PUEDEN DECIR TAL MONSTRUOSIDAD que yo no puedo hacer los trabajos que señalo cuando es cierto que los realizo, que se me puede impedir que realice también los trabajos del hogar u otros que se venga en gana, que contribuyan el bien general y que cumplan objetivos deportivos y sociales».


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El 11 de septiembre de 2017 desapareció una calle entera en Reznos, el pueblo de Soria donde nació mi abuela. No era la primera calle en borrarse del mapa. Al igual que las anteriores el ayuntamiento se vio obligado a demolerla por peligro de derrumbe.

Calle de un pueblo, en evidente estado de ruina, pero con las casas, rojizas, de adobe, aún en pie.

Era una de las calles importantes del pueblo, comenzaba en la plaza y bajaba hasta el molino. Esta puerta pertenecía a la farmacia de Don Julio. Hace solo 60 años estaba llena de actividad.

Puerta de madera antigua, grande, se nota que daba paso a un lugar de importancia, aunque ahora no se sabe muy bien cómo está todavía en pie, en una fachada que se cae a pedazos.

Mi madre cuenta que primero entrabas a un pórtico y luego ya a la farmacia, que estaba llena de «botes como jarrones chinos». Hoy solo queda esto.

Armario empotrado que queda visible en una pared tras la demolición de una casa. Pura ruina.

En el pueblo, entonces, había boticario, secretario, médico… los funcionarios de la zona que trabajaban para varios pueblos, vivían en este. Era tradición que los niños/as fueran en reyes a pedir el aguinaldo a los funcionarios: una naranja, unos higos… Al farmacéutico siempre había que tratarle de “don”, si no, te mandaba salir y volver a entrar.

Don Julio era pariente de mi madre, ya que era hijo de la tía Ignacia, que era hija de la tía Paula, que a su vez era medio hermana del abuelo de mi madre, Julián.

Todo esto me lo contó mi madre en directo, por teléfono, mientras veía cómo las excavadoras tiraban las casas y a cada golpe, el contragolpe de los recuerdos de mi madre.

Un tiempo después pasé por allí y me encontré a mi tío (abuelo) Ismael sentado al sol enfrente de la ruina. Se lo tomaba con resignación e ironía: «¿Ves qué suerte? Ya no se cae una piedra».

La misma calle de la primera fotografía, pero en la que ya han desaparecido las casas y solo se ve el hueco que una vez ocuparon.


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Escribí esto el 4 de octubre del 2019. Ese día mi tío abuelo Maxi, de Reznos (Soria), cumplía 94 años. Falleció el 1 de julio del 2021, a los 95.


Mi madre me cuenta historias que parecen totalmente intrascendentes, fragmentos de vida fácilmente olvidables, pero que por lo que sea ella sigue recordando y yo guardo como tesoros.

Por ejemplo, hoy que mi tío Maxi (hermano de mi abuela) cumple 94 años me ha contado que fue a su boda con mi abuelo. La boda era en Calatayud y caminaron 4 km para coger el tren en Torrelapaja.

Llovía muchísimo y el camino estaba lleno de barro. Una vecina le había dejado un impermeable, una prenda de lujo que casi nadie tenía. A la vecina se lo había regalado un tío suyo que había prosperado en Barcelona.

Mi madre también llevaba botas de agua, y el agua que resbalaba del impermeable (que le llegaba hasta las rodillas) se le iba metiendo directo a las botas y mojando los pies.

Como iban a una boda, mi abuelo y ella llevaban el calzado bueno y calcetines secos en una bolsa. Poco antes de llegar a la estación se cambiaron y dejaron escondidas entre piedras las botas, para recogerlas a la vuelta.

Cogieron el tren y ya, ese es su recuerdo. Y yo lo guardo y lo apunto en un papel para que no se pierda de momento, para que esas botas sigan escondidas, un poco más, tras unas piedras junto a una vía de tren que hoy ya no existe.

#retales


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