«Prohibido jugar», por Marcos M. (@euklidiadas),
Estos últimos días Marcos (@euklidiadas), ha estado publicando en su cuenta de Mastodon varios hilos interesantísimos sobre infancia, urbanismo y relaciones vecinales. Como su contenido tiene Licencia CC BY 4.0 recopilo aquí uno de ellos en formato post, a modo de archivo, para que no se pierda en el timeline de Mastodon.
Otro de esos hilos está recopilado en un post de otro blog: La gran perdedora
«Prohibido jugar»
Autor: @euklidiadas@masto.es Toot original: https://masto.es/@euklidiadas/114937516232897902 Fecha: 29 de julio de 2025
Las plazas están repletas de carteles de “PROHIBIDO JUGAR”, no se puede correr por las áreas peatonales y las pocas aceras de que disponíamos en las que la estancia era viable han sido transformadas en terrazas donde no poder estar si no se consume.
Lo más curioso es que, al mismo tiempo que sabemos que aquellas familias que permiten jugar a sus niños y niñas en la calle se sienten más conectados a sus vecinos y vecinas —un tipo de resiliencia que ha caracterizado los asentamientos humanos desde nuestros primeros intentos por convivir colaborando— estamos creando sociedades individualistas y completamente fraccionadas.
Algo tan básico como permitir el juego infantil en una plaza puede ser el primer ladrillo con el que erigir la ciudad de los cuidados. Y es que tiene sentido trabajar por tejer estas redes. Si un día mi vecina me llama y me pide que me haga cargo de su pequeña, mi respuesta será afirmativa. Compartimos pasillo, comidas, consejos domésticos y movilidad en bicicleta por la ciudad y nos llevamos muy bien, gracias en parte a que ambos hogares hemos propiciado encuentros que apuntalan estos lazos supra-familiares.
Históricamente, no ha existido problema con dejar a los hijos e hijas de varias familias a cargo de un responsable provisonal que podía ser un vecino, un familiar o algún otro progenitor del bloque, del barrio o del colegio. Es más, algunas de las personas que leéis esto recordaréis haber pasado tiempo a cargo de algún tendero de barrio con el que vuestra familia tenía buena relación. Esta forma de confianza se ha erosionado durante las últimas décadas, en parte derivado de la falta de espacios comunes en los que hacer vida, de terceros lugares adaptados a todas las edades y capacidades, y con su desgaste hemos perdido la capacidad de tejer lazos entre vecinos y vecinas.
Recuperar los espacios de juego libre y no reglado en nuestros barrios no es la panacea, pero es sin lugar a duda uno de los puntos de acción más importantes. Y eso exige tirar algunas vallas, plantar algunas sombras, invertir en columpios abiertos que no obliguen a determinado tipo de juego específico, recuperar espacio destinado a estacionamiento, y fomentar la estancia multigeneracional, entre otros elementos.
Esta última propuesta es probablemente la más significativa cuando se analiza el espacio público destinado al ocio sin pagar. Disponemos de parques infantiles vallados de todo lo demás, de elementos para ejercitar a la tercera edad completamente aislados del resto de actividades (y a menudo bajo el yugo de los elementos, que también hay que señalar esto), de parques de calistenia para deportistas que no se tocan ni con las áreas infantiles ni con las áreas para mayores, de plazas en las que el juego está prohibido, de entornos con bancos en los que ninguna de las otras actividades se permite.
Hemos diseñado un tipo de urbanismo que fragmenta actividades por diseño, ¿y nos sorprende que nos estemos volviendo más individualistas? Tenemos canchas deportivas con canastas y porterías pero sin apenas gradas desde las que mirar, haciendo difícil que quienes no quieran participar del juego activo puedan acompañar de otros modos. Hacer deporte al lado del juego infantil de tu hijo o hija es prácticamente imposible, participar en su juego de forma activa también es difícil. Los abuelos y las abuelas no pueden pedalear sentados en sus asientos adaptados mientras cuidan de sus nietos y nietas porque ambas actividades están completamente separadas. Es difícil acudir a leer a un parque con tus padres mayores porque allí donde ellos tienen equipación para el ejercicio ligero no hay bancos, ni siquiera un arenero infantil.
Lo que sí tenemos es individualismo por diseño: o juega el pequeño, o juegas tú, o juegan tus padres, pero nada de actividades multigeneracionales, nada de hablar con cualquier otro colectivo y, si me apuras, con ninguna otra persona. Hasta los bancos para familiares se ubican alejados unos de otros, haciendo más difícil todavía cualquier tipo de conversación intrascendente sobre el tiempo, semilla a su vez de futuras amistades de barrio.
El juego no es simplemente un momento de ocio y esparcimiento; es un laboratorio fundamental para el desarrollo de la libertad y la experimentación social. Cuando los niños y niñas juegan, no solo ocupan el espacio y manipulan objetos de formas innovadoras, sino que también forjan sus propias normas, las negocian y debaten entre ellos. Se asignan roles, exploran los límites de la autoridad y ponen a prueba nociones elementales de justicia.
(Gracias, @JanaDelBosco por las palabras que te robo)
En otras palabras, el juego trasciende la mera creación de amistades e historias; es una inmersión profunda en el tejido mismo de la socialidad que incluye incluye pelotas que ruedan fuera de las lindes de un campo imaginario, conversaciones aleatorias e inesperadas con transeúntes, manipulación y movimiento de objetos. Sin embargo, esta valiosa oportunidad de aprendizaje se ve sesgada cuando la presencia constante de los adultos y sus dictados sobre lo que se debe hacer o lo que es justo, cercenan un espacio crucial para el desarrollo de la creatividad, la autonomía y la socialidad infantil.
La intervención excesiva, aunque bienintencionada, priva a los más pequeños de la posibilidad de experimentar por sí mismos con las complejidades de la interacción humana y de construir sus propias herramientas para navegar el mundo social.
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