Un día más
Hoy ha sido un día muy raro. Ha empezado con la noticia de una tragedia que hace dos días, cuando mi madre y mi tía comentaban la trágica muerte en un accidente de coche de una niña de 3 años, yo no podía ni imaginar. Esa niña era hija de alguien con quien llevo años trabajando. Alguien a quien no he conocido nunca en persona, es verdad, pero que por supuesto que recuerdo que hace 3 años cogió la baja por maternidad. Me he quedado sin palabras. Si ayer enviaba un email a las personas de Lectura Social con el asunto «tengo miedo y por eso os escribo» porque tras el resultado de las elecciones europeas no lograba conciliar el sueño, hoy, tras unas escuetas palabras en un email, el miedo se esfumaba de golpe y todo lo invadía la fragilidad, la pena, el sin sentido.
Un rato después, porque todo se mezcla de la manera más azarosa y extraña, recibía un email de esos que calientan el corazón. Alguien me recordaba el día que nos conocimos en persona (la única vez, en realidad, que nos hemos visto) hace muchos años y me contaba lo que yo no sabía entonces, el contexto del que venía ella, la nube negra que arrastraba esos días, los pensamientos aún más negros de solo unas pocas horas antes y cómo el encuentro conmigo y con mi guapa hizo que todo aquello desapareciera. Nuestra amabilidad, nuestra generosidad, un momento que ella no olvida. No sé cómo agradecerle yo ahora su generosidad al compartirlo conmigo en un día como hoy. Es increíble pensar que todas las personas tenemos esta capacidad de iluminar a otras y que muchas veces pasa sin buscarlo, sin darnos cuenta. Quién sabe quién se está acordando ahora mismo de ti, sí, de ti, quien quiera que seas, que lees esto en este momento.
Y, para finalizar el día, la aparición de J., un café con él en un bar de siempre del barrio, como si no hubieran pasado ¿4 años, tal vez? desde la última vez que nos vimos. Alguien de quien suelo decir que «tenemos vida paralelas», pero como me ha dicho él hoy mismo «en realidad somos como cometas cuyas órbitas se van cruzando cada cierto tiempo». Y sí. Vidas paralelas no son, porque si no, nunca se hubieran cruzado y nuestra historia es justo una sucesión de cruces casuales. El mismo colegio, el mismo instituto, la misma carrera, todo eso sin conocernos porque yo soy 1 año mayor que él y no éramos del mismo curso. Y un día un encuentro casual, ya no recuerdo cómo, ni qué nos dijimos esa primera vez, pero sí nos recuerdo sentados en un banco de un parque de Vitoria comiendo una tarrina de helado que acabábamos de comprar en el súper. Charlando entonces de distintas opciones vitales ahora que yo acababa la carrera. Más tarde, viviendo yo en Barcelona, una charla, y él entre el público. No me lo podía creer. ¿Qué haces aquí? Un máster en la Autónoma. Yo también. La alegría del reencuentro, las promesas de llamarnos y no cumplirlas. Y un año después una presentación de curso y él en aquel grupo. No me lo podía creer. ¿Qué haces aquí? Me he matriculado en Teoría de la Literatura. Yo en Filología Hispánica. Una universidad distinta, una ciudad lejana a la nuestra e idéntica alegría, idénticas promesas, idéntico incumplimiento, porque si podemos dejar nuestras órbitas al azar, ¿para qué forzar las trayectorias? Hemos crecido mucho desde entonces, hubo más encuentros fortuitos pero esta vez ha sido mi «hola, estoy aquí, de vuelta al barrio» y allí estaba él casualmente, comiendo en casa de su padre, a 3 minutos de casa de mi madre. De nuevo hoy la alegría inmensa de vernos, de reconocernos, de sabernos espejo el uno de la otra.
Y así ha pasado un día más la vida, atravesada de muerte y esperanza, todo a la vez, como siempre.
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