No saber cocinar

Desde que Román descubriera que su bizcocho de almendra abrió de par en par no solo la voluntad de Miranda sino sus piernas y le regaló la tarde de sexo más agradable que recordaba desde que descubrió los placeres de la carne, no hacía sino pensar cual sería la siguiente receta que les llevara un paso más allá y mientras cavilaba sobre el hecho de que casi todos los tópicos son como minas antipersonas en esto del sexo. Él siempre había leído que la penetración no es lo primero, ni lo más importante, ni siquiera necesario, así que se dispuso para una panoplia de caricias, manejos y delicadezas muy pensadas tanto en la intensidad como en el orden para retrasar o incluso obviar tan supuestamente desagradable situación. Apenas unos minutos después Miranda que se había dejado hacer con cierta dosis de paciencia le dijo: «métemela, Román» y los planes se fueron al garete y la preparación se desbarató y entre idas y venidas Román juraba no volver a creerse nada de lo que dijera la tele. Algo menos preocupado con no ofender,y sobre todo reconfortado porque cuando ella se despidió y mientras le besaba le susurró que estaba deseando saber cuál era el menú del próximo día, empezaba a parecerle más fácil encontrar el punto G, que un plato que sirviera de trampolín para un segundo encuentro. Sabía que tenía que tener azafrán, eso era casi obligado y que no podía ser comida demasiado refinada. Cuando hay que explorar las posibilidades lo mejor es tocar en el fondo cuanto antes. ¿Con cuchara?

Era inaudito, llevaba casi un mes sin llamarle por no saber que cocinar y cada vez que la memoria le traía una a una las veces que culminaron aquella tarde, pensaba que resultaba ridículo no poder disfrutar de la piel más hermosa que nunca había besado por no saber qué cocinar.


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