Luba
La estación Pavelevskaya aun tenía los aires de grandeza propios de la época soviética y como el resto del país una pátina de abandono que a los ojos de los rusos era lacerante. Abajo en el vestíbulo principal un policía con aire aburrido controlaba que nadie que no tuviera billete pudiera acceder al piso superior. Arriba un gran mural sobre la revolución, los trenes y las regiones desde las que se podía llegar saliendo de la estación, Voronezh, Tambov, Volvogrado, Astrakán, recorría el frontón del inmenso salón.
La primera vez que fui tuve la extraña sensación de haber retrocedido a la España de Franco y encontrarme frente a las gigantescas estatuas del Valle de los Caídos o al mural de la universidad laboral de Gijón. Hombres fornidos que abrazan enormes gavillas de trigo, mujeres resueltas que acarrean grandes banastas de verdura, tuercas y engranajes descomunales y al fondo una mina desde donde los obreros en camiseta y con casco extraen a la tierra lo que habrá que repartir de forma equitativa. Presididos por semejante representación, el salón de al menos cien metros de longitud está abarrotado por varias hileras de sillas de plástico bajo una luz mortecina que en algunas zonas es solo penumbra y al fondo brilla con especial fuerza una cafetería que muestra algunos bocadillos y refrescos.
Tengo ganas de ir al servicio y mi ruso apenas llega para saludar. Es evidente que todos me miran pues se reconoce mi procedencia extranjera y yo me procuro un sitio desde el que no sea fácil verme intimidado y no pierdo el control de la maleta ni un solo instante. Soy un espía y tengo una cierta sensación de miedo que hace que me parezca que todos los hombres allí planean algo contra mí. Respiro tres veces profundamente, evalúo lo que pasa y saco mi diccionario de bolsillo para intentar comunicarme con alguien y que me indique como encontrar los lavabos. Ya llevo un rato acostumbrándome al cirílico y después de leer todos los carteles que veo, ninguno me parece el que debería ser. No hay iconos de hombrecillos, mujeres, tenedores o similar así que no me queda más remedio que preguntar.
Esta decisión me llevará a conocer por pura casualidad a Luba, con sus vaqueros, sus botas de agua, el pelo negro y liso y unos ojos que iluminaban todo el salón. Estaba leyendo un libro y me pareció que siendo una mujer me sería fácil comunicarme con ella.
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