La doctrina del shock

José Ramón Zuaznabar me dijo que a él le era imposible masturbarse soñando con la mujer que amaba. Zua, que era como le llamábamos murió con apenas 18 años de un síncope mientras se duchaba y no digo esto tras de aquello por verlo relacionado sino porque así me han venido las ideas a la cabeza. Zuaznabar y yo éramos buenos amigos y compartíamos nuestra ubicación en clase. Antiguamente los amigos se hacían en función del apellido pues esa era la forma en la que los profesores dividían a la tropa de alumnos. Avilés, Berenguer… Merchán, Merino, Molinero, Ocaña. Ocaña era un comunista convencido, como su padre con el que años después coincidí en IU. En las últimas filas, Oria, Oliva y Zuaznabar que si ese año tenía mala suerte andaría en su pupitre solo durante el curso entero. Yo discrepaba de Zuaznabar, a mi me era sencillo pensar en ellas mientras me tocaba, quizá porque estaba enamorado de muchas, sin embargo para él esa imposibilidad era la prueba inequívoca de si tu amor era verdadero o solamente encerraba sexo y necesidad. Durante meses anduve preocupado sobre mis verdaderos sentimientos hacia las mujeres con las que soñaba en mis noches intranquilas; superado el problema de masturbarme aun sabiendo que por su causa muchos males se terminarían cebando en mí, ahora resultaba que si aparecían en mis ensoñaciones era que mi amor hacia ellas no era de buen ver. Éramos adolescente y hablábamos con cierta libertad de estos temas entre nosotros. José Ramón, como yo, nunca fuimos de esos que con mirar a una chica la tenían derrotada a sus pies, así que la masturbación era por lo general una salida airosa a nuestra pulsión. Hoy me he acordado de él, no se si a cuento de tanta mierda de noticias sobre los EE.UU. o por otras cuestiones que no viene al caso nombrar, pero lo cierto es que su presencia, su sonrisa, que era fina y franca como pocas y la forma tan lastimosa en la que truncó sus sueños se me han revelado tan claras como un manantial en lo alto de la montaña.


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