Halloween

La experiencia de la ausencia casi siempre es amarga. Los amigos que no están, el amor que nos abandona, los padres que fallecen; de una u otra manera nos entristece no tener a nuestro lado a quienes queremos y muy posiblemente aunque lo razonable sería olvidarnos y dedicarnos a seguir viviendo, a coleccionar esos pocos días felices que nos depara la vida o a pasar por uno de esos días normales que dicen son la mayoría, nos dedicamos a ahondar en los sentimientos. Lo razonable nunca es lo que hacemos, casi nadie elige lo razonable. Lo razonable es aburrido porque nos da seguridad pero no nos ayuda a sentirnos vivos, así que elegimos guardar la ausencia, recordar, pensar que seríamos más felices si no se hubiesen ido, si no nos hubiera abandonado o si no hubiese muerto. Lo razonable es una invención, un constructo teórico. Yo soy un hombre poco sentimental, creo, o por lo menos me cuesta sacar mis sentimientos, demostrarlos, compartirlos, así que casi siempre soy un hombre razonable, aburrido en ese aspecto y bien protegido contra las aventuras, sin embargo me cuesta olvidarme de las personas a las que quiero, recuerdo cada mujer a la que he amado y a todas aquellas personas que me han dado lo mejor que tenían. Acabo de oír que la celebración de Halloween es una fiesta de origen celta para conjurar el peligro que supone que el comienzo del invierno borre la tenue línea entre la vida y la muerte. Dar miedo al miedo, evitar que los fantasmas se hagan con nuestro cuerpo aprovechando que un día al año ambos, vivos y muertos, estamos juntos. No me disfrazo y no he ido al cementerio a visitar a los muertos y no lo hago por falta de convicción sobre lo sobrenatural, lo divino, el ateísmo que me corroe, pero el próximo Halloween encenderé una lámpara de color calabaza para conjurar la llegada de la tristeza.


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