El mal menor
Escribí esta pieza hace muchos años. la releo ahora y me parece actual y eso me entristece. Que la democracia no es un sistema de gobierno perfecto, ya nos lo decían allí por los años 60, a mi y a otros muchos, los maestros de la época. El mio se llamaba Don José María, así como lo escribo, con su Don incluido, que a mi me costó un tiempo saber que su querida madre de Cuevas de Almanzora no había decidido llamarle Don, sino José María a secas y que sólo su estatus de profesor le granjeaba la dignidad. Dignidad que perdía cada vez que abofeteaba, golpeaba con la regla o azotaba a Rejón porque llegaba tarde y sucio. Tuvo que llegar el secuestro que sufrí en el ejército, para saber de primera mano que algunos por mor de otras habilidades, se les debía tratar de usía o excelentísimo. José María, Julián y otros, nos recalcaban que la democracia era el «menos malo» de los sistemas y aunque pareciera un simple postulado sociológico, me pinta que era más una disculpa de los tiempos que corrían, con un gobierno totalitario que para disimular, nos decía que aquello era una democracia orgánica. Luego pensando, ejercicio al que no contribuyeron ninguno de los Dones que en mi infancia conocí, creo que tanto sembrar la semillita de la desconfianza en la democracia, salieron tantos comunistas en mi barrio.
La idea, mal que bien, caló, o al menos tuvo más predicamento que la de las diferencias entre libertad y libertinaje, que era otra de esas trampas que ellos mismos calificaban de saduceas.
Pasados los años, nuestros políticos parecen aferrados más que nunca a desconfiar de la democracia y cuando se ciscan en lo prometido y deciden que su labor como estadistas no es hacer lo que quiere la mayoría, sino lo que ellos saben que es bueno, en el fondo solamente regurgitan toda la carnaza pseudoideológica del franquismo.
El otro día, en un mitin en León, recordó el presidente de gobierno a su alter ego don tancredo, que las legislaturas duran 4 años y tiene razón. Y se lo dijo para darle en los morros con los acuerdos firmados, para garantizarse los mínimos apoyos parlamentarios, que le permitan seguir haciendo, no lo que quiere la mayoría, sino aquello que él, y sólo él, sabe que es bueno para esa mayoría durante el próximo año y medio
Por eso en España apenas ha habido referendos, porque las jodidas consultitas suelen arrojar malos resultados para los que mandan y no es plan, que una vez conquistado el poder, vengan los titulares del mismo y quieran detentarlo en primera persona.
Hoy mismo, esta mañana, la ministra del ramo, expresión ésta de aquellos años y que siempre me ha gustado, a la sazón la señora Salgado, nos ha amenazado desde el escaño del congreso de los diputados, que como las cosas no salgan como ella quiere, tomará nuevas medidas «sin vacilar» (sic). Y todos los que somos ya perros viejos e incluso gran cantidad de los jóvenes lebreles, sabemos que cuando un ministro de España anuncia medidas, el pueblo llano pierde algo. A veces mucho.
Hay un cierto regusto en el aire a carcoma, a cosa antigua, a frase maternal: «Si duele, es que cura» después de meterte un jeringazo de aquellas dolorosísimas inyecciones de penicilina en la infancia o de vitamina B cuando llegabas borracho a la retreta en el ejército. Hay un aire de gobierno enclaustrado en su palacio, con las manos fuertemente apretadas sobre sus orejas, chillando la cantinela: «habla, chucho, que no te escucho», y es que oír si tiene que oír, pero escuchar no escucha, porque no es sólo que las medidas que toma no son las que queremos la mayoría, es que además lo hace para beneficio de unos pocos y lo hace mintiendo sobre la imposibilidad de tomar ninguna otra.
Los que tuvimos que estudiar francés en el instituto, por razones que ahora no llego a entender y que bien podrían ser las relacionadas con llamar al Reino Unido de la Gran Bretaña la pérfida Albión, siempre pensamos que nos quedaría París, y cuando por fin la Gare du Sûd nos acogió después de un largo viaje en el expreso Puerta del Sol, tuvimos la sensación de tocar la libertad. Hoy los sindicalistas de la CGT, los jóvenes de la Banlieu y unos cuantos millones de ciudadanos anónimos en Francia le plantan cara al gobernante autista, mientras nosotros seguimos intentando sacarnos unas cuantas coletillas ideológicas de la cabeza.
Hoy me he extendido más de la cuenta, creo yo, y debe ser porque he sufrido como nunca la sensación de vivir en un entorno anestesiado, tras recibir un par de emails de sendos estúpidos de mi comunidad escolar. Para evitar la tontuna, os recomiendo la lectura de Ha Joon Chang y sus 23 mitos del capitalismo.
Besos
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