Costillas al horno

La historia se repite con una precisión de relojero. Hace unos años estuve por estas fechas con Pedro y Maribel y ya constataba que la insatisfacción de nuestra generación era profunda, ahora me atrevería a decir que estructural. Un año más tarde Pedro me contaba que le habían ofrecido un buen trabajo en Chile y que pensaba que es una buena oportunidad. Le animo. Le animamos todos los presentes a poner agua de por medio en este tedio. Hablamos de nuestras horas de trabajo y comprobamos la misma sensación de trabajar con chavales jóvenes con los que no compartimos casi nada. Básicos en sus preocupaciones, ausentes de cualquier lectura que no sea el marca, conservadores y en algunos temas racistas, seguidores de gran hermano, iniciar cualquier conversación con ellos es poco menos que peligroso. Yo le cuento que cuando entro por la mañana procuro reducir mis expectativas y eso me ayuda. Pedro lee los periódicos, muchos y nos manda recortes y noticias que le impresionan y los demás desde nuestros respectivos cubiles las leemos sabiendo que son notas metidas en una botella electrónica. Ahora se quiere ir a Chile, Argentina y Venezuela y le envidio y espero seguir recibiendo sus vídeos y los recortes del Clarín y que allí encuentre gente que merezca la pena y un trabajo en el que pueda al menos sentirse útil. Acabo de recibir un mensaje en mi teléfono móvil de María, que está con su familia haciendo nudismo en una playa granadina y que sabe que pocas cosas me gustan a mi más que eso, desnudarme al sol, bañarme y disfrutar de la desnudez de los demás. También la envidio, así que llevo unos días de tener los dientes largos casi constantemente. Me meto en la cocina y preparo unas costillas de cerdo al horno. He cambiado de estrategia animado por el carnicero que le da a Raquel una receta con la que, según sus palabras, me van a hacer la ola y temprano caliento el horno a 150 grados y meto dos hermosos costillares sin nada más, con los huesos hacia arriba. La carne necesita casi siempre una cochura lenta que la deje madurar por dentro y tostarse por fuera, y el cerdo para mi gusto está mejor cuanto más ha reducido su grasa, así que mientras el milagro del horno se produce preparo una poción con un diente de ajo, una hoja de laurel, perejil abundante y un puñadito de otras especias que cada uno elige según sus gustos (las hierbas provenzales son buenas), le añado un chorreón de aceite de oliva, un vaso de agua y uno con una mezcla de vinagre de manzana y de vino y un punto de aceto de módena. Lo paso todo por la batidora y una vez terminado le doy la vuelta a las costillas que empiezan a secarse levemente, los pinto con la poción y les devuelvo al calor. Como me siento con ganas de sensaciones algo fuertes me decido por preparar una salsa picante y en un vaso de batidora dispongo un tomate entero y limpio, una cuchara pequeña de curry picante otra de chile, desde luego picante, dos chiles que mi cuñada Ame me trajo de México el año pasado y un buen chorreón de tequila, lo bato, lo pruebo y compruebo que mi salsa diábolo está preparada. Ya solo queda esperar, y un poco antes de sacar las costillas, una hora y media después de haberlas metido por primera vez, las saco por última vez, las rocío con la poción y las meto al horno unos últimos diez minutos con el fuego a casi 180 grados, las saco. Yo vi los atentados de las Torres Gemelas casi en directo en el bar de Tres Cantos donde comía. No sentí nada especial, esa es la verdad, comimos viendo como se caían las torres entre comentarios de asombro de los asiduos, las raciones de paella y los carajillos. Me llamó mi suegro asustado, diciendo que tenía miedo de lo que pudiera pasar y le tranquilicé. A mi modo de ver, nada sustancialmente distinto a lo vivido iba a ocurrir y pensaba esto a los efectos locales de los españoles. Ni me estremecí, ni creí que el mundo fuera a cambiar y digo esto, no porque me parezca una postura moral sobre lo que pasó, sino simplemente porque fue así, no tuve sentimientos de pena o de angustia. Matar miles de personas como venganza, como presión, es un acto de una vileza estremecedora, aquél día los mataron en New York, antes y después los matan en cientos de rincones del mundo, de hambre, a tiros o con bombardeos disuasorios y los vemos de vez en cuando asomados a nuestras televisiones con sus barrigas infladas de gases. Hoy matan Palestinos todos los días, y libaneses y ucranianos y rusos. No es verdad que todo siga igual, pero se parece mucho.


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