Asturias

Hace tiempo que no voy a Asturias y me apetece ver como está aquello. Mi primer trabajo legal, con contrato y todo, fue en la obra civil de la Central Térmica del Narcea donde conocí la patria chica de Riego, la primera huelga de mi vida, el trabajo en el campo mezclado con las peonadas en la recarga de la central, el espíritu montaraz de los asturianos, cómo se tapa con una manta a quien fallece en la carretera conduciendo un camión de carbón, el golpe del 23F lejos de casa, las partidas de cartas apostando fuerte, no dormir en toda la noche y por la mañana llegar a la obra y engancharse, la camaradería, el analfabetismo de los peones, los nenos colorados esperando el autobús en medio del bosque, los culines cantando jotas ellos, sevillanas los míos, los chigres y las bodas de los domingos, pasar lista por las mañanas, contratar personal, echarles sin miramientos. Son recuerdos de mi paso de la juventud a la madurez, supongo y donde pude comprender hasta que punto el capital es una hidra de siete cabezas. Me viene a la memoria algún verso escrito en mis idas y venidas solitarias por aquellos prados, «Asturias se desparrama al borde de la calzada» escritos en el puerto de la Espina, sobrecogido por la niebla, el verde exagerado de aquellos valles. Recuerdo estar enamorado, desear volver a casa y lo más vivo es la sensación de soledad durante horas.

Después he conocido asturianos que me hablaban de la playa de Torinvia, alguno de Tineo que tocaba la gaita los fines de semana para aplacar la añoranza; más tarde, más de lejos he leído el desastre de los altos hornos, el derrumbe de la Naval y por último como una miseria de todo aquello los mineros que roban dinamita para que un mal nacido la pusiera en los trenes de Atocha.


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