Antonio Perera
Antonio era un hombre tranquilo, médico de profesión y cubano de nacimiento y de corazón. Pasé muchas horas oyéndole hablar, pues solo de esa manera los que no hemos sido aplicados en el estudio podemos aprender las cosas importantes y en aquellas conversaciones me maravilló la historia de un médico que para serlo cuando la que la guerra partió no solo el país sino a cada uno de los españoles tuvo que alistarse en el ejército durante años en una mili eterna que le trajo a Madrid y al Atlético de aviación equipo que le recogió como futbolista que era. Un médico que renegaba de su escasa formación, a pesar de que su maestro fuera Gregorio Marañon y que se quejaba aún más de la medicina moderna que gastaba ingentes sumas de dinero, según él, en pruebas diagnósticas absolutamente innecesarias, porque él era un médico que hablaba con sus pacientes, conocía su vida, sus problemas, tocaba sus manos para saber su temperatura, la tersura de su piel, le miraba a los ojos buscando en el fondo de ese iris el principio de los males por si estos fueran del cuerpo y no del alma y les visitaba en su casa, donde vivían y padecían, al lado de su cama y no solo en su consultorio. Mi tío tenía un consultorio de esos «privados» donde todas las mañanas se sentaba vestido con su bata a esperar por si venía algún enfermo o alguien que quisiera hablar con él y los últimos años sufría horas y horas de soledad porque la mayoría de sus clientes ya no vivían y por eso no iban a verle. Mi tío Antonio era católico y nunca jamás eso me supuso ningún problema con él. De convicciones morales antiguas y de trato cariñoso, no recriminaba a los demás por las suyas y seguramente por haber nacido en esa isla maravillosa vivía su religión en la intimidad, sin avasallar a nadie. Hombre de costumbres metódicas hasta límites exasperantes, leía su ABC todos los días y en los veranos que pasábamos juntos yo aprovechaba par asomarme a su mundo de derechas tras las hojas de su periódico. El sabía de mi pensamiento político y nunca jamás me recriminó ni discutió por ello. Mi tío era una buena persona y se murió con la tristeza de que muchos de sus amigos se olvidasen de él los meses que había estado enfermo. Yo quería a mi tío con lo bueno que tenía que era mucho y con lo malo también, porque el cariño es así, no hace balance ni tasa con regla.
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