Diario de una Dragomana

Apenas uso Facebook; solo entro de vez en cuando para consultar un par de grupos de traductores de habla inglesa. A principios de mes, alguien compartió en uno de ellos un fragmento de un número reciente de la revista británica Private Eye. Era la carta que un tal Jon Berry envió a la revista en respuesta a un artículo sobre los efectos de la IA en sectores como el de la traducción. Paso a traducirla:

Llevo veintinueve años trabajando como traductor freelance a tiempo completo y he sentido los efectos del avance implacable de la IA en mis propias carnes, reflejados mayormente en la reducción constante de las tarifas y un desprecio cada vez mayor del arte de la traducción. Hace poco me reuní con uno de mis clientes habituales, y el director del proyecto me preguntó hacía dónde creía yo que se encaminaba el sector. Mi respuesta inmediata fue: «Dentro de cinco años estaré en paro». Resulta que habría atinado más diciendo «cinco meses».

Desde el verano pasado, los encargos me han ido entrando a cuentagotas, y el volumen de trabajo de enero de 2024 no augura nada bueno para este año que empieza. Casi todas las agencias para las que trabajo se han pasado a la MTPE (machine translation/post-editing), lo que quiere decir que el trabajo consiste en poseditar [corregir lo que vomita el motor de traducción automática], una tarea a) horriblemente tediosa y b) muy mal pagada.

El arte de la traducción ha sido sacrificado en el altar de lo «fácil, rápido y barato», a lo que se suma una disposición general a dar por buenos los textos cuyo lenguaje podría describirse cortésmente como de segunda categoría. Entre el inminente aumento de los textos generados por IA y la devoción cada vez más ciega que se profesa a la traducción automática, tal vez podamos ir dando por sentenciadas la redacción y la traducción como profesiones.

En cuanto a mí —y supongo que también será el caso de muchos otros freelancers—, espero que en el Lidl estén buscando reponedores.

Yo leo esto y se me cae el alma al suelo por este hombre. Tiene razón cuando apunta que nuestro trabajo está minusvalorado, aunque ¿qué trabajo no lo está? Creo que en el sector somos muchos los que estamos pasándolo mal por varios factores que tal vez desarrolle en otra ocasión, pero básicamente tenemos un problema gordo en buena parte de los mercados de traducción con las IA generativas de texto y el escaso poder de negociación frente a los intermediarios.

Pues bien, ahora paso a traducir algunos comentarios de la publicación en el grupo de Facebook:

En veinte años traduciendo, 2023 fue mi mejor año en términos de ingresos. En parte, ChatGPT me ha agilizado considerablemente la documentación terminológica. Espero que haya más gente igual.

O sea: «Pues yo estoy muy bien, y me gusta usar una herramienta que funciona con un megacorpus de textos cogidos sin permiso y con un impacto medioambiental mucho mayor que un par de búsquedas en Google».

Wow! No es precisamente la mejor manera de explicar lo que pueden aportar los traductores. Espero que esta generalización no se aplique a demasiados.

Querida, esto era la carta de desahogo de una persona que lo está pasando mal, no un post de autobombo en LinkedIn.

Compartir esto en un grupo privado de traducción de Facebook, vale. ¿Compartirlo en Private Eye? ¿Estamos locos? ¿Y luego volver a compartirlo en LinkedIn? No, en serio, ¿estamos locos? Estoy hasta la coronilla de los traductores que con tanto catastrofismo y «Pobrecito yo» nos hacen quedar como idiotas manipulables, mileuristas y poco cualificados que además no tienen ninguna habilidad fuera de la traducción.

Recordad que los mejores traductores podemos entrar en el campo de nuestros clientes si queremos. [...]

Si veis cosas del estilo en LinkedIn, no reaccionéis ni comentéis a menos que estéis 100 % seguros de que no pasa nada si les aparece a vuestros clientes actuales o potenciales en su feed.

Vayamos por partes, porque madre mía: —Habla de «los mejores traductores». Si no eres la crème de la crème, pues haberlo pensado antes; es el mercado, hamijo. —Habla de cambiar a otras profesiones (como si no tuviera cada una lo suyo con IA o sin ella), omitiendo que parece que gran parte del trabajo de traducción va a desaparecer y no va a haber hueco en el segmento premium de la traducción (oh là là !) para todo el mundo. —Se preocupa más por lo que piensen los clientes (¡¿es que nadie piensa en los clientes?!) o, como dicen ahora los jóvenes, gente random que por el sufrimiento de su compañero. Sinceramente, yo sentiría empatía aunque esta carta hablara de una profesión ajena, porque… soy un ser humano… —Yo creo que Jon sabe mejor que nadie que en esos veintipico años habrá aprendido algo que pueda aplicar a otro trabajo más agradecido que reponer estantes, pero la hipérbole es un recurso retórico que nuestra compañera traductora premium no parece conocer.

Yo le entiendo, pero el bajo valor percibido de la traducción no es por la IA; es culpa nuestra. ¿Subió sus tarifas año a año como todo proveedor de servicios? ¿Se negó a aceptar cobrar menos por concordancias parciales y otros descuentos? ¿Entrenó motores de TA mientras le pagaran la misma tarifa que si tradujera desde cero? La IA es solo una de las razones.

Si bien es cierto que como trabajadores independientes deberíamos valorarnos más y saber negociar, a menudo aceptas ciertas condiciones porque no queda otra. Porque, si te impones, entonces te quedas sin colaboración, y poco importa lo que tú hagas como proveedor solitario mientras haya mil detrás de ti en la cola dispuestos a hacer lo que tú no, y tenemos gastos profesionales y personales que pagar.

Huelga no podemos hacer porque somos trabajadores autónomos (figura legal que parece estar al mismo nivel que las macroempresas para lo que interesa, por lo visto), y en cualquier caso coordinarla sería dificilísimo porque somos gente que trabaja cada uno en su casa y con clientes de todo el mundo. Así que al final, aunque haya ciertas iniciativas de lucha colectiva, estamos solos. Solos. Inmersos en un vacío que, como te descuides, te lleva a creerte el individualismo que hay detrás de este tipo de comentarios —los de esta publicación de Facebook, pero también los que se hacen en charlas de supuesta orientación y en grupos de WhatsApp vitriólicos—, que se resumen en un «Si cobras poco, es culpa tuya por no ser bueno en lo que haces, no saber negociar, no buscar y retener a mejores clientes, no haber estudiao más, etc.; si vas a perjudicarnos, no molestes y dedícate a poner copas o limpiar escaleras».

Con compañeros así, ¿quién necesita enemigos?


Llevo tiempo queriendo dedicar tiempo a cosas que antes disfrutaba y para las que desde hace años no encuentro tiempo ni ganas; entre ellas, escribir. Son varios los factores.

Para empezar, mis estudios y trabajos han estado relacionados con la traducción y han consistido en leer y escribir todo el rato con un propósito productivo. La traducción profesional, al final, es escribir para otros —o sea, para que otros ganen más dinero—, y la mayoría de las especializaciones ni siquiera tienen el encanto de poder escribir de manera creativa como en la traducción literaria y la audiovisual. En mis ratos libres, mi cerebro necesitaba descansar y hacer otra cosa que no estuviera relacionado con los idiomas, el lenguaje ni la escritura. O al menos esa excusa me ponía.

Otra razón es que la sociedad capitalista no ayuda precisamente a dedicar suficiente tiempo al descanso y al ocio por razones que ya conocemos. Pero en mi caso, además, recibía constantemente el mensaje de que en mi tiempo libre tenía que seguir siendo un ser productivo, invertir en mí misma como trabajadora: haz cursos, trabaja en proyectos personales que te ayuden a conseguir trabajo o mejores clientes, ve a congresos, haz networking, busca y estudia oportunidades, escribe en un blog profesional que te sirva para publicitar tus servicios, publica chorradas en tus redes sociales profesionales con tal de hacer notar que existes… Y me lo creí.

Por otra parte, el Internet actual ofrece un sinfín de contenidos de entretenimiento. Aunque no me explote a mí misma en mi tiempo libre, si no tengo ganas de ver un videoensayo de una hora, leer un capítulo de un libro o un reportaje de un periódico ni intentar desarrollar una idea que tengo en la cabeza, tengo publicaciones y conversaciones en redes sociales que puedo ventilarme en pocos minutos sin esfuerzo. Te acostumbras a eso y te plantas casi en la treintena con una capacidad de concentración y atención y una tolerancia a la frustración que le daría vergüenza a tu yo de niña. Tengo libros en casa, en la biblioteca e eBiblio, y un procesador de textos y varios cuadernos bonitos; lo que no tengo es la voluntad para hacer algo más difícil que hacer scrolling en Mastodon.

Ahora bien, no puedo echar siempre la culpa a agentes externos. También hay un culpable interno: mi perfeccionismo. Lo que en mi vida laboral sirve para dedicar horas y esfuerzo con tal de que salgan las cosas mejor me quita reforzadores en mi vida personal. Si solo voy a conseguir leer una página de este capítulo antes de dormir, ¿para qué voy a sacar el libro? Si no me salen las palabras exactas o no sé desde el principio cómo enfocar esta idea, ¿para qué voy a escribir para mí? Si solo puedo dedicarle diez minutos, ¿para qué?

¿Que para qué, Dragomana? Para hacer algo que te gusta y punto, hija mía. Que se te ha olvidado que lo importante es el proceso; que necesitas expresarte por el solo hecho de hacerlo, aunque el resultado no sea «bueno» (¿te están poniendo nota o algo?); que no eres un ser productor ni productivo, eres un ser humano.

Estoy cansada de escribir siempre para otros. Voy a escribir para mí.