Reflexiones de un conductor solitario

Conduzco el último metro. Cuando dejo una estación tras de mí se apagan las luces y los sistemas de ventilación. Parada tras parada espero que alguien se suba a algún vagón, pero los andenes de todas las estaciones están completamente vacíos, al igual que mi metro, nadie ha subido desde la primera parada. No recuerdo un viaje tan lúgubre y solitario… La melancolía por los viejos tiempos se apodera de mi mente y mis sentimientos. Cómo me gustaba mi anterior trabajo. Requería más esfuerzo, pero merecía la pena. Me permitía disfrutar de compañía y buenas conversaciones. ¡La cantidad de gente famosa que conocí! ¡La cantidad de cotilleos que escuche! Si yo os contara… pero soy un profesional y esos secretos se vendrán conmigo a la tumba. Lástima que la modernización, las prisas y el desenfreno de la sociedad actual me hayan obligado a reciclarme. En estos tiempos hacen falta medios de transporte más rápidos y con mayor capacidad, medios de transporte de masas que impiden la socialización. Por ello, ahora soy el conductor del metro, metido en la cabina, conduzco solo todo el tiempo, como un ermitaño de los tiempos modernos. Sumido en mis pensamientos, llego, por fin, a la última parada. Me bajo de la cabina. Allí me espera mi jefe.

-Has hecho un buen trabajo, Caronte, ya no quedan almas que recoger, es hora de que disfrutes de tu merecida jubilación – me dice Hades con una sonrisa.

Mientras me lo dice, me tiende su mano cerrada. La abre y en ella veo dos relucientes óbolos. Siempre ha sido un sádico y esta es su broma final.


Este relato lo escribí, hace ya unos años, para presentarlo al concurso de microrrelatos XV Certamen de relato breve Raimundo Alonso. No fue seleccionado.


Y, por último, el hashtag de #Relatos


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