Historia de un viaje en tranvía
Este microrrelato es la novelización de un hecho real, que me ocurrió cuando estuve de estancia en Grenoble en la primavera-verano de 2021. El piso que alquilé no tenía persianas y el sol me despertaba prontísimo, así que hasta el segundo o el tercer café no era persona. El microrrelato lo escribí en Grenoble dos años más tarde. No tiene final, aunque sí lo tiene mi historia, pero, de haberlo incluido, hubiese resultado muy astracanado. Disfrutadlo.
Son las 5:30 y los rayos del sol entran por la ventana sin persianas, incidiendo en la cara de Doclomieu, que se remueve incómodo, se agita y trata de seguir durmiendo, aunque sabe que es imposible.
Diez minutos más tarde se levanta, frustrado por tener que madrugar por vivir en una casa sin persianas. Como todas las mañanas, se prepara su café y sus tostadas. Desayuna tranquilamente y lee un rato antes de prepararse para salir a trabajar. Después de ducharse y vestirse, Doclomieu está listo para salir. Se pone los auriculares y escoge un pódcast, hoy toca uno de humor.
De camino a la parada del tranvía, se le escapa alguna carcajada, seguida de una mirada en torno suyo para ver si alguien le ha escuchado.
Llega a la parada y ve que se aproxima su tranvía. Sin embargo, es uno de los viejos, de esos que no le gustan nada, porque son más pequeños y ruidosos que los nuevos. Deja escapar una nueva carcajada, que le arranca el podcast, y decide dejar pasar el tranvía. Habitualmente, después de uno viejo pasa uno nuevo. Además, el día es agradable y el podcast es muy divertido, no le importa esperar al próximo.
Cinco minutos más tarde, llega el siguiente tranvía, aunque la mala suerte hace que sea también viejo. Doclomieu decide no esperar más, se sube y, como el tranvía está casi lleno, se apoya en uno de los laterales del tranvía, agarrandose a una barra vertical para no caerse. Al arrancar el tranvía, la barra a la que va sujeto se mueve ligeramente. Doclomieu despotrica para sí mismo sobre el lamentable estado en el que se encuentran los tranvías viejos. Al llegar a la siguiente parada y frenar, Doclomieu vuelve a notar el movimiento de la barra.
Cuando el tranvía se pone en marcha de nuevo, Doclomieu escucha, apagada por el sonido del pódcast, la voz de una señora que, en francés, parece estar regañando a alguien. Como él no entiende francés, decide pasar del tema, aunque la voz de la mujer parece cada vez más acalorada. De repente, y antes de llegar a la siguiente parada, la barra a la que va agarrado comienza a agitarse violentamente, hasta que sale despedida de su mano. Doclomieu se gira sorprendido y mira la barra, que ya no está en su mano, pero que, sin embargo, sigue estando en su sitio. En ese momento es cuando la mira con detenimiento, observa que la barra no llega hasta el techo y, cuando mira hacia abajo, ve que la barra está sujeta entre las piernas de una señora sentada, que le mira con cara de pocos amigos y parece estar abroncándole. ¡Ha estado agarrado a una barra de cortina!
Quizás os estéis preguntado que hice tras este momento de vergüenza absoluta... Como no quería sujetarme de nuevo a ninguna barra, me senté en el único sitio libre que había en el vagón, con tan mala suerte que era justo delante de la señora. Íbamos sentados cara a cara. Yo iba escuchando La Ruina y me fui riendo todo el viaje, delante de ella, hasta que sé bajó un par de paradas antes que yo. Me iba riendo del pódcast, pero no me di cuenta de que la señora pudo interpretarlo como que me iba riendo de ella. Lo bueno es que, desde entonces, tengo historia para contar si alguna vez voy a ver a La Ruina. Y la señora también tiene historia para contar, si es que existe La ruine.
(Por escrito pierde mucho, pero a todas las personas a las que les he contado esta historia se han reído a carcajadas).
El jajajashtag de hoy es #Relatos
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