Publicado originalmente en julio de 2017
Con un largo suspiro pensativo, la inmortal —de sempiterno aspecto atemporal— bajó la mirada, contemplando el mecánico procedimiento que había llegado a comprender en cada uno de sus más nimios aspectos, sin dejar por ello de odiarlo en ningún momento. Se negaba a aceptar que pasara de largo, que no la afectara a pesar de sus largos milenios de vida; se negaba al sinsentido.
Extendió sus facultades, su corazón y su alma a lo que estaba por llegar: dolor, un inmenso dolor que acuchillaba sus entrañas y nublaba su entendimiento, un dolor que la recordaba que, a pesar de todo y de todos, aún era un ser sintiente. En el momento que percibió aparecer una nueva cana plateada en su pelo azabache, cerrando los ojos, se obligó a susurrar el nombre de las anteriores en una larga, interminable letanía. No en vano estaba enterrando al último de sus hijos.
—Joseph —terminó. Se dio la vuelta y volvió por donde vino, buscando renovar su comunión con la vida.
¡Gracias por leerme!
Publicado originalmente en marzo de 2017
Se sentó justo en el centro de aquella habitación vacía; no le preocupaba mancharse ni contaminarla: el mono blanco estéril reglamentario con la capucha bien ceñida, las fundas del mismo color de sus zapatos y los guantes azules abotonados a las mangas lo impedirían. Hacia años que se había acostumbrado al calor agobiante y claustrofóbico producido por aquella indumentaria y la máscara que cubría su mentón, protegiendo la escena del vello de su espesa barba y epiteliales. Simplemente desconectaba de las húmedas sensaciones de sentir el sudor chorreante por su pelo y su cara.
Leer más...
Publicado originalmente en junio de 2018
I
Estaba fatigado, realmente cansado. Tantos años de vida, vividos, eso sí, casi siempre felices y plenos, y con algunas fatalidades —como la muerte de Marisa, su leal compañera durante años en los que habían sido inmensamente felices—, lo que al fin y al cabo era ley de vida a los noventa y dos años. El sol de principios de septiembre —mucho más suave y agradable que el de un par de semanas antes— calentaba sus viejos huesos, sus brazos de piel dura y cobriza, curtidos y fibrosos tras tantos años de trabajar el campo, trashumancia, guerra, trincheras, huidas y hambrunas, aunque también amistad, compromiso y solidaridad, amor y amoríos, descubrimiento y aventura, aprendizaje y descendencia...
Leer más...
Publicado originalmente en julio de 2018
Melkiora suspiró, cansada, sus viejos huesos empezaban a dolerle a última hora de la tarde, cuando el sol empezaba a dar un respiro y la humedad de la tierra empezaba a aflorar de nuevo. Además, la caminata de esta jornada había sido especialmente dura, atravesando una larga pradera sin final definido en el horizonte, siempre a la cabeza de su pueblo, cada vez mas debilitado y famélico. Si no encontraban el lugar correcto pronto, las cosas empezarían a ir muy mal.
Leer más...
Publicado originalmente en mayo de 2019
I
Para Adela Serrano, la Larga, durante las últimas horas la visión del mundo se ha limitado a la perspectiva bidimensional del único ojo que tiene pegado a la mirilla telescópica de su rifle. El otro, cerrado firmemente para no perder concentración ni quedar cegada por la luz del día, ya apenas lo siente. Tumbada bocabajo en la era más alta, sobre hierbas ralas y secas y rodeada de plantones aletargados de tomillo blanco, dos altas y espigadas retamas apenas la camuflan de miradas indiscretas. Su cuerpo está plenamente relajado, su corazón latiendo tan lento que apenas parece respirar, la presa acechada se ha vuelto predadora.
Leer más...
Publicado originalmente en julio de 2018
Sobre la vieja colina hay una casa; no es una gran casa, más bien es una casa pequeña, con un par de pequeñas habitaciones con pequeñas ventanas que impiden el paso del frío, y una sala común que hace las veces de salón, comedor, cocina y cuarto de juegos. El suelo es de piedra, bien cortada, lisa y afirmada; las paredes, de gruesa piedra, extraída de sus viejos huesos. Varias alfombras sobrias pero bien tejidas calientan los pies descalzos de niños y adultos, y la gran chimenea del muro del fondo ayuda a que los inviernos sean llevaderos y es imprescindible para el alimento diario. Una amplia mesa, elaborada con gruesos tablones bien lijados, y cuatro taburetes del mismo árbol —que murió anciano y feliz hace años y al que ahora se dota de nueva vida y significado—, está en el centro de la estancia. En las paredes, austeros aperos de labranza, un hacha siempre afilada y, en el rincón más iluminado por la austera ventana junto a la puerta, un pequeño cesto de mimbre donde duermen los juguetes: dos muñecos de trapos y botones por ojos y un batiburrillo de tesoros conseguidos en breves escapadas.
Leer más...