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Esta última semana hemos comenzado a ver la serie argentina 'El Encargado' (Disney+) cuya premisa es sencilla: Eliseo —encargado o portero del edificio— se entera de que quieren construir un espacio deportivo con piscina y gimnasio en el ático donde vive, obligándolo a aceptar el despido de un trabajo al que ha dedicado los últimos treinta años de su vida.

Más allá de la trama y de una magistral actuación de Guillermo Francella, la serie ha desbloqueado en mi memoria escenas del pasado. Un pasado en el que estuve hasta los cinco años viviendo en casa de mis abuelos en el ático de un edificio de una de las avenidas más conocidas de Valencia. En ese piso de 50 metros con un único aseo compartían su espacio conmigo mis dos abuelos y uno de mis tíos (el pequeño). Así comencé a escuchar bandas como The Waterboys o Simple Minds sin saber todavía leer las portadas de sus casetes.

Mi abuelo salía de casa a las 6:55 am, se montaba en un ascensor que no contaba con cancela interior (podías tocar con tu mano los muros del edificio mientras subías o bajabas) y llegaba hasta la planta baja donde un mostrador ovalado de madera oscura lo esperaba.

Cuando mis abuelos se mudaron a Valencia desde La Mancha profunda, cambiaron la vida y el trabajo de campo por la vida y el trabajo de ciudad. Mi abuela dejó de tejer y de coser balones y se centró en la crianza y el mantenimiento de la vida familiar; por su parte, mi abuelo consiguió trabajo como portero y le fue asignada la casa de la portería, que sirvió de primer refugio para toda la familia.

Como Eliseo en 'El Encargado', trabajar en la portería de un edificio importante requería de mi abuelo disposición y, por encima de todo, discreción. Me imagino lo que vio, lo que calló y lo que ocultó.

La rutina de Eliseo y la de mi abuelo eran muy similares: solucionar problemas de mantenimiento de los vecinos, recibir y repartir su correspondencia, recoger la basura, limpiar las zonas comunes... y, durante esa jornada, observar. Detectar patrones. Analizar movimientos fuera de lo común. Conectar.

Debió ser inevitable. Dentro de ti, de forma automática, se crean asociaciones de días, horas, salidas y entradas, visitas, amigos de, parejas de, amantes de. Estás ahí todo el día, seis días a la semana con el único descanso del domingo. Tu mundo es tu edificio, de que no sales siquiera para dormir. Sigues dentro, en la crisálida. Sales a la calle a fumar Ducados; te acercas al bar que hay justo al lado a por el carajillo de Terry y comentas con el dueño la última jugada de.

Escupes el humo, la garganta quema por el último trago, vuelves a la silla y esperas, hojeando el periódico.


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