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Mi suegra tiene 72.

En la comida dominical junto a parte de la familia —por rencillas, en toda familia falta parte de la familia— ha deslizado su intención de ir al médico para que le recete esas pastillas que te ayudan a dejar de fumar.

Debe haberlo notado porque se ha girado hacia mí, pero mi mirada ha sido fulminante.

Esa pastilla mágica de la que habla es el Todacitan y su principio activo actúa sobre la nicotina, reduciendo el síndrome de abstinencia.

La revelación, pronunciada justo antes de llegar a los postres, ha provocado un intenso debate sobre un par de temas:

  1. La necesidad de medicarse para abandonar una adicción como el tabaquismo.
  2. La voluntad real de querer dejar de fumar.

El debate, acalorado y divertido, ha sacado trapos sucios familiares, historias incontables y escenas desconocidas volviendo a unirnos en las sobremesas eternas de los domingos alrededor de una mesa. La familia.

Mi suegra tiene 72. Justo la edad a la que murió mi suegro hace dos años.

Ella nos ha recordado, ufana, que dejó de fumar inmediatamente después de que le diagnosticaran cáncer de páncreas a mi suegro. Fue una promesa que le hice, cuenta. Si todo salía bien, dejaba de fumar y así lo hice.

Al final no salió bien. Ni una cosa ni la otra.

No obstante, he aprovechado para comentar mi teoría como buen exfumador que soy y que es tan sencilla como establecer tus prioridades. Para mí, la salud es la prioridad. Está por encima del alcohol, del tabaco, de las drogas o del azúcar y los procesados. Si mi salud está por encima, lo que haya por debajo no puede alterarla. Es mi mantra.

Para mi suegra, la salud de su marido fue la prioridad cuando se hizo la promesa y por eso consiguió dejar de fumar de un día para otro. Cuando la salud de Juan empeoró y las noticias de los médicos escribían con tinta invisible lo que todos sabíamos, dejó de serlo y volvió a retomar el hábito.

Con este razonamiento he intentado hacerle entender que, aunque se medique con pastillas, no dejará de fumar si sus prioridades no cambian. Lo que hará es dejar las pastillas.

Y, por otra parte, ¿cuál es la necesidad real de abandonar una adicción que te gusta llegados a cierta edad? Recuerdo a mi madre sentada en la silla adaptada con medio cuerpo paralizado por un ictus. La recuerdo fumando frente a la puerta del jardín y me recuerdo a mí mismo echándole la bronca porque estaba fumando. No entendía cómo era posible que, estando tan jodida, siguiera cavando a más velocidad su propia tumba.

Era fácil de entender, pero yo tenía 22 años.

Fumar era de los pocos momentos de su día donde no tenía que preocuparse de nada más que de ver cómo el humo ascendía hacia el techo y se colaba por las rendijas de la puerta. En ese momento estaba tranquila y olvidaba que su vida se había convertido una putísima mierda. Que era completamente dependiente. Que nunca volvería a utilizar su brazo izquierdo ni a andar sin ayuda.

Las prioridades hay que elegirlas antes. Cuando ya es demasiado tarde, poco importa.

De camino hacia la puerta cuando ya todos nos íbamos de su casa, ha decidido no ir al médico porque ella no quiere dejar de fumar. Y la aplaudo, joder. Porque mi suegra tiene 72 y para lo que me queda en el convento, me cago dentro.


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