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En unos días se cumplirán seis meses desde el cierre definitivo de mi cuenta de Instagram. Nunca antes había conseguido superar la adicción y acababa volviendo; ya fuera con el mismo nombre de usuario porque el plazo de arrepentimiento de treinta días no había expirado o ya fuera con una nueva identidad, obligándome entonces a buscar, rebuscar y rascar alguna que estuviera libre.
En octubre también se cumplirá el primer aniversario del cierre definitivo de mi cuenta de Twitter. Otro hito. Una nueva medalla que colgarme al pecho. Un galón que muestra al mundo lo cruento de la batalla ganada.
Twitter fue sustituido rápidamente por Mastodon —la cara amable de las redes sociales— sin embargo, Instagram no tiene fácil reemplazo. En la actualidad sigo apostando de forma intermitente por Pixelfed para compartir imágenes, pero soy consciente de que no va a llegar nunca a la población general. No importa. Ahí hasta que me canse.
La única parte negativa de abandonar dos de las redes sociales más utilizadas del planeta es dejar atrás a ciertas personas/personajes con las que te gustaría mantener el contacto. He intentado algunas triquiñuelas que tienen los días contados para seguir cuentas de Instagram desde fuera pero, tras la ilusión inicial, el servicio que lo permite es de pago.
Si algo aprendes a la fuerza tras tanto tiempo alejado de Instagram es que el FOMO se diluye como el medicamento en la homeopatía. Te olvidas hasta que recibes algunos inputs puntuales en forma de compartidos por amigos o conocidos. Ahí se reactiva ese FOMO que dejaste atrás, pero con menos lustre y más polvo encima. El tiempo todo lo cura y todo lo hace olvidar.
Lo que quiero destacar es algo que todos sabemos: no necesitamos esa dependencia. Es posible escapar de ahí. Seremos más felices si lo hacemos.
Al principio no sabrás qué hacer con tu dedo scrolleador, dónde guardarlo cuando no está en uso. Pero luego volverá naturalmente a tu mano, donde siempre había estado.
Al principio no sabrás en qué ocupar los momentos previos al sueño. Mirarás al techo. Te revolverás incómoda. Pero esa ansiedad se calmará. De verdad. Todo pasa. Y dormirás mejor y más profundamente sin soñar con la familia perfecta de María Pombo.
Cada vez estoy más cerca de la desdigitalización, un fenómeno que empieza a tomar forma en las aulas pero que me gusta utilizar para hablar de mi propia identidad digital.
Cada vez estoy más cerca de dejar de compartir contenido en internet.
No tiene sentido el altruismo digital en una época en la que todo sirve para entrenar IAs, mostrarlo a terceros con anuncios y alimentar a grandes corporaciones.