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No hay nada como divorciarse para recuperar la líbido. Y si no, preguntadle a mi vecino.

Mi vecino folla fuerte. Bueno, en realidad es a ella a quien escuchamos gemir, jadear y hablar con deje sexual. Él es más de engolar la garganta; de toser hacia dentro. También debe tener la polla más irritada que el entremuslo de un obeso.

El verano de 1998 lo pasé recogiendo nabos en una granja de Totnes, una localidad ubicada en el suroeste de Reino Unido. Fue una especie de castigo por haber suspendido todas las asignaturas de COU. Mis padres pensaron que me vendría bien cambiar de aires, aprender algo de inglés y alejar la cabeza de los problemas adolescentes que me aquejaban (ella se fue con el subnormal del grupo).

Lo que recuerdo de aquel verano fue la preciosa guitarra acústica que me compré en el mercadillo local, lo increíblemente bonita que era la ciudad y las folladas que pegaba la pareja —amigos de mis padres— que me había acogido mientras yo trataba de dormir para levantarme al día siguiente a las 6am y dedicar otra jornada a recolectar hortalizas al sol.

Follar gimiendo o gritando debe tener algún tipo de beneficio frente a no hacerlo porque lo he notado en mis propias pieles. Mis eyaculaciones han sido más prominentes y la sensación de placer es, quizá, superior a follar en silencio. No sólo sientes más excitación si tu pareja te hace ver que disfruta utilizando el lenguaje o las muecas, sino que tú mismo liberas y explotas con más intensidad.
Creo que ahí no hay duda y que todos podemos estar más o menos de acuerdo.

La otra parte viene cuando son los demás (léase vecinos o hijos que habitan la misma casa) los que tienen que soportar que tú o tu pareja expreséis con total desvergüenza los placeres de la carne. Sé que es inevitable escuchar la palmada sorda cuando golpea la cadera contra el culo si está a cuatro, pero igualmente sé que puedes taparte la boca, ponerte una almohada o respirar fuerte en lugar de chillar para dar tregua a los demás.

Hay tiempo de follar con gritos y sin problemas, hay tiempo de follar.

La escalada sexual de mi vecino está en declive. Ya no folla a las 23h y a las 7am. Ahora sólo lo hace a las 23h. Como un reloj. Como si tuviera un recordatorio.

Yo sólo espero, paciente, a que su reciente divorcio y nuevo noviazgo se convierta en la rutina en la que todos vivimos. Y folle a las 23h, como un reloj, una vez a la semana. O al mes. O al trimestre. Y ella deje de gemir. Y él de engolar.

Y, entonces, follen en silencio como hace el resto del mundo.


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