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Mi padre solía llegar a casa del trabajo con uno o dos panecillos Sodexo en bolsas microperforadas guardados en su capazo de mimbre. Algunos días, incluso eran tres o cuatro los que acababan llenando los cajones de nuestro congelador.

Mi padre inventó el TooGoodToGo treinta años antes de que fuera mainstream. Él salvaba a diario comida que, de otro modo, acababa en los macrocontenedores de prensado de basura de la empresa. Lo hacía por principios, porque la comida no se tira, porque en un comedor con más de 10.000 empleados sentados en sus mesas se contaban por miles los panecillos que se apilaban dentro de enormes bolsas negras.

Micromundos disfuncionales.

La comida no se tira; la electricidad no se malgasta; el agua no se deja correr sin motivo. Mantras que flotaban en el aire de la casa familiar y que me han acompañado hasta hoy.

A escala universal, mi cerebro no es capaz de abarcar la comida que se tira, la electricidad que se malgasta, el agua que se deja correr sin un motivo.

Macromundos disfuncionales.

A veces llego a casa del trabajo y recuerdo cómo en casa siempre había panecillos embolsados.

No importaba que fuera domingo.


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