Hilos que cerrar

Pero los cambios no son súbitos.

Probablemente, leyendo las historias de las Edades Antiguas, nos quedan ideas equivocadas; como que, por ejemplo, si quieres trasladarte a vivir a una isla, no tienes más que empezar a andar, llegar a la costa más cercana, esperar a que los Dioses te acerquen la isla a la orilla, subirte, y que la vuelvan a dejar en su sitio. Pero ay, para los elfos de nuestra época, eso no funciona así.

Por ejemplo, tienes que conseguir un lugar en el que vivir. Es verdad que la temperatura permitiría sin problemas dormir sobre una plataforma en un árbol, sin más techo que las ramas y las estrellas, pero en nuestros días, eso generaría ciertas dificultades de índole logístico. Así que es mejor encontrar un lugar con tejado y paredes. Además, muchos de esos lugares han sido acaparados por usureros peores que el Gobernador de Ciudad del Lago, lo que hace que sus precios suban, incluso en las islas. (El despertar reciente de cierta Montaña de Fuego tampoco ayudó)

Pero con paciencia, y ciertas habilidades diplomáticas, todo se puede conseguir. Y una vez solventado este pequeño requisito, llegan otras preguntas, como ¿de qué manera voy a trasladar todas mis pertenencias hasta allá? Y esto genera una pregunta previa: ¿...de veras quiero hacerlo? ¿No se supone que este viaje supone, en gran medida, un cambio de vida, una nueva forma de afrontar mis días sin estar atado a las rémoras del pasado? Así, ¿no es mejor comenzar este periodo descargado, sólo con lo necesario para el día a día? Esto facilitaba, claro, la logística. Pero generaba el debate de cuáles de dichas pertenencias realmente merecían ser trasladadas y cuáles no. Como sugirió una antigua pensadora élfica, mirar a cada una de las cosas y preguntarme si me genera alegría. O bueno, quizás más prosaicamente, si la voy a necesitar y el coste de trasladarla va a ser mayor que el de adquirirla nuevamente allí. Bien: decisiones fueron tomadas. Continuamos.

Me hablaron de una ciudad que, en determinada fecha de cada año, era quemada por sus habitantes, para evitar así apegarse a las cosas materiales. Si bien me pareció un hábito inspirador, quizás sí lo siento como un poco excesivo. De manera que se me hacía necesario encontrar un lugar donde albergar las cosas que se quedarían en tierra, pensando quizás en un momento futuro en el que este elfo pudiera abandonar sus errancias y establecerse de nuevo. Y para ello era necesario entrar en tratos comerciales con enanos que me cediesen un espacio protegido a cambio de, por supuesto, gemas y objetos de valor (y no pequeños; ya sabemos cómo son los enanos). Esto, en cualquier caso, quedó resuelto también.

Y como último aspecto principal, al trasladarse a otro lugar hay que pensar también en el lugar original: sigue habiendo gente que, por sus circunstancias, se ven obligado a continuar morando en esta tierra oscura, y que podrían verse ligeramente iluminados si al menos pudieran ocupar una estancia habitada antiguamente por elfos. Así que fue necesario gestionar la cesión de esta humilde morada, lo que espero que se defina en breve.

Y otros muchos detalles, flecos de antiguas aventuras que era necesario cerrar antes de comenzar una nueva historia. Pero todo se va resolviendo. Y en unos pocos días podremos decir, con el Carpintero de Barcos, “Todo está pronto”; embarcaremos, y entonces sí comenzará un nuevo día, en un país lejano y verde, a la luz de un rápido amanecer.