Casa
Esta semana pasada estuve en casa.
¡Ay! Pero ¿qué significa “casa” para un elfo que ha recorrido por miles de años la Tierra Media, que ha conocido los lugares más recónditos y las más inabarcables multitudes, que ha vivido el peligro y la muerte, y ha pisado el paraíso? ¿Puede alguien así definir “casa” con un sentido unívoco, específico, sin dar lugar a equivocaciones?
Porque esta vez, mi casa ha sido mi familia tolkieniana: leer fragmentos de bella prosa a la luz de las velas, cantar bajo los árboles ante una audiencia entregada, reír infinitamente, perorar de forma rotunda e incesante sobre lo que es y lo que podría ser, compartir una cena con amigos de distintas lenguas, brindar, y, en definitiva, esas cosas que hacen que alguien como yo se sienta por unos días en ese mundo al que por derecho pertenece.
Pero...
“Casa” podría haber sido otra cosa. Podría ser, por ejemplo, recorrer las antaño oscuras y hoy demasiado ajetreadas calles de un poblado con ría, sentirse abrazado por los montes que lo rodean, sostener un txikito en honor a los ancestros, o gritar en rojo y blanco.
Pero “casa” también podría ser sentarse, mirando al mar, sabiéndose observado por montañas de fuego, respirar un aire puro, y elevar un puño en la incesante lucha contra el Mal, sintiéndose acogido y acompañado. O también podría ser un local escondido, muy pasada la medianoche, escuchando jazz, y hablar sobre el pasado y el futuro hasta que la barca del Sol nos visite. O comunicarse por hilos de plata con mentes afines, descubrir realidades tan cercanas como profundamente desconocidas, y paso a paso adentrarse en mundos tan temibles como apasionantes.
Podría hallarse “casa” incluso en medio de las Tierras Negras, enlazando el destino con montaraces que aportan lo que tienen para librar a los pueblos humildes de su opresión; o mirando al Otro Lado del Mar, guitarrear bebiendo mate escuchando las tonadas más conmovedoras, soñándose en una extensa pradera verde; o quizás en los hielos del Fin del Mundo, o en la añoranza de un puerto élfico, o, simplemente, allá donde me transporte la dulce melodía de un simple “tula”.
Pero ya lo cantó un bardo: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás sucedió”
En cualquier caso, por unos días (instantes, para la vida de un elfo) estuve en casa.
Y sigo pensando en ella.