🙀 Vale, me he saltado un poco las normas porque son dos personajes de mi croquis, uno debe ser el protagonista, y el secundario tiene que hacer de antagonista.
Pues son dos secundarios y son antagonistas de pegarse. Lo voy a mandar igual porque me he divertido mucho haciéndolo. Me habían salido la guerrera y el gato, así que los he puesto en el bosque a combatir. Mientras pensaba la escena he pensado que sería súper divertido que el gato hablase maullando, pero para que me cuadre he escrito el diálogo y luego que cambiado las palabras por miaus.
La sangre se me inquieta. Cada músculo me grita que la caza ha empezado. Conozco cada sombra de este bosque y ellas me envuelven y protegen. Hoy, felino descreído, yo soy la noche.
Miau miaau mm miau miiiau. Miaaa mieee mie miiiiaau. ¡Mia! ¡Mia! ¡Mia! ¡Mia! Mia mia miau miaauuu. M mi miau. Miiau miiaaa. Miaau. Mm miiiau mm miiiiaaa m ¡MIAU!
No veo el destello de su ojo a tiempo, pasa como una sombra junto a mi y 3 hojas cortan mi hombro. Ninguno gritamos, pero es mi sangre la que mancha el suelo. Es rápida la maldita rata, aunque le ha costado su posición. Está delante, agazapado entre las hojas, sobre ese tronco. No le voy a dar tiempo y hundo la espada. La hundo en la madera.
¿Mia miaa? Miaau miiia. !M MIIII MIAAAAA¡
Siento sus garras anclarse a mi espalda y sus colmillos a mi cuello. Tiene que ser ahora. Hecho la mano atrás, lo agarro fuerte y lo arranco volteándolo hasta tumbarlo de un golpe. Con la espada en su cuello le grito «¡RÍNDETE!».
—Miaaa, miauu...
—Te tengo, maldito.
—Mm, miau mm miiiaa miiau.
—No tan cerca como crees, aunque vas mejorando —Le sonrío mientras me incorporo para enfundar la espada.
—Mm miiiaaauu...
—¡JA! Sigue soñando, bola de pelo —Veo como me tuerce el gesto —¿Qué? ¿Crees que las otras tendrán lista la cena? Hoy hemos cazado bien —le digo guiñándole el ojo.
—Miiau, miiia mm miaaau.
—Tú siempre tienes hambre, venga, volvamos.
La sombra pasa como una flecha sobre mí. La siguen el movimiento de las hojas, los gritos y el cabalgar de un regimiento. Apenas me da tiempo a apartarme, aunque nadie pierde el tiempo conmigo.
Seguirles no es difícil; atreverse, sí. Al principio mantengo las distancias, no es complicado si no eres un caballo. Me paro a comprobarlo. No lo soy. De pronto, un rugido terrible sacude y apaga el bosque. Segundos después, los vítores lo encienden.
Desde lo alto de la ladera, las veo, celebrando alrededor de una bestia enorme. ¿Es eso un dragón? El «animal» yace sin vida mientras una guerrera de pelo largo y ojos de fuego escala hasta donde una espada cierra las diferencias entre los dos. Arranca el arma cubierta de sangre negra y, con un grito, la alza. Sus compañeras caen de rodillas y recitan algo en lo que debe ser su idioma. Se hace el silencio y se giran hacia mi, furiosas. Intento retroceder, pero dos compañeras me cierran el paso. Rápidamente me encuentro rodeado. Abren paso a la de los ojos de fuego. Junto a mí, fija su mirada y hunde la hoja negra en mi corazón.
Algo arde dentro de mí, el viento me mece y me permite surcarlo con mis alas negras. Los cielos son míos. ¡MÍOS! Rujo para que el bosque lo sepa, y es cuando la veo. Abajo, a caballo. ¡Creída! Esto lo vamos a terminar hoy, de una forma u otra.
—¡Shh! No hagas ruido —me digo en voz baja, intentando prevenir que la figura a la que voy siguiendo me descubra. Encontré sus huellas nada más entrar y, al rato, le vi. Camina despacio, como ocultándose también; parece que está, que estamos, siguiendo a alguien. ¿Serán estas sus huellas o las de su «presa»?
Piso una rama y el sonido resuena y rebota en cada árbol y piedra. Me oculto rápidamente tras una roca. ¿Me habrá oído? Imposible no hacerlo, pero, ¿sabrá dónde estoy?
Pasan los minutos y no se oye nada. Con cuidado, me asomo y le veo, tras otra roca, asomándose en dirección a su objetivo. Ahora que me fijo, vamos vestidos igual.
Al final de la noche, el bosque bulle en torno a una gran hoguera. Las bestias salen y comparten historias y risas. Al verme, hacen hueco para que me una; conversan sin palabras y cuentan cómo ha ido el día. Hablan de criaturas y lugares a los que lucho por dar forma en mi cabeza y espero que les míes les resulten igual de extrañes.
En un momento, todes paran y la noche se llena de aullidos, relinchos, balidos, ululaciones, bufidos y graznidos. Luego, se levantan y comienzan a bailar al ritmo del fuego. Tiran de mí y danzamos, y reímos hasta que, une a une, nos vamos arrojando a las llamas.
Esta muralla es nueva. Al menos como muralla real y no la metafórica «muralla» de árboles que rodea al bosque. Se extiende interminable a ambos lados y no parece tener entrada alguna.
—Puedes entrar por ahí —resuena mientras una puerta nueva se abre delante de mi.
—¿Pero tú estás seguro de que quieres entrar? —pregunta la voz antes de que avance.
Suspiro y entro. Una muralla interior se extiende a izquierda y derecha, interminable, pero esta vez no hay pregunta ni puerta.
El lugar está abandonado y los restos de lo que debió ser el bosque ahora son un recuerdo seco aferrado al muro, o rendido a sus pies.
Camino y salto ramas olvidadas. Camino y no parece abandar el día. Camino y el camino sigue. Camino y solo se escucha quebrarse mi aliento. Camino y refunfuño, y me desespero, y grito. Camino hasta que caigo rendido ante la piedra.
En un bosque donde no entra la luz, ¿cómo de normal es ver un brillo parpadear? Es un brillo metálico, los ojos deben tener el día libre.
Conforme me acerco el brillo se puede escuchar más nítidamente. El brillo es un susurro. El brillo es un diálogo.
Encima de una piedra, dominando a la hierba, una llave cuenta la historia del bosque. Nombra a los árboles y quienes lo habitan. Narra terribles tormentas e inundaciones, y me dice que soy nuestro. Se hace el silencio esperándome. Me echo la llave al bolsillo y continuo mi camino. Habla de otros bosques, de noches interminables y de un fuego como nunca se ha visto. Sabe el nombre de cada flor e insecto, y hasta el de las propias piedras.
Reacciona ante mí, se mueve, crece, se estira y aparta al propio bosque hasta que un foco me rodea. La hierba parece calmarse con la luz y me acomodo en el plató. Me invade la paz de saber qué es mi sitio, mío. Rasgando la ropa salen pequeñas protuberancias hundiéndose en la tierra, reclamando el espacio. Me anclo mientras otras atan mis brazos al cuerpo que se va agrietando y secando. Hojas rojas brotan de aquí y allí, y voy creciendo hasta ser parte del bosque de nuevo.
Algo se mueve entre los árboles. Es grande y peludo, como un oso. Como uno dibujado por Frazetta, con patas de más, garras de más y ojos de más. Y arrastra algo. ¿Es eso un cuerpo? Los sigo a pesar del miedo y el buen juicio, porque si este lugar está dentro de mí, entonces, ¿ese cuerpo podría ser el mío?
Ramas, maleza y terreno se oponen en firme a que avance, pero al animal no parece importarle. Dudo que no sepa que estoy aquí. Supongo que, con esos dientes, a mi tampoco me importaría, más aún cuando ya llevo a mi cuerpo a rastras.
En un claro puedo ver el rostro a la perfección. ¿Quién es esa persona? ¿Debería conocerle? ¿Qué hace aquí? ¿Cómo ha llegado? ¿Estoy siquiera en mi propia mente?
A través de ríos y pendientes, les sigo hasta una cueva. La entrada es inmensa, y, aun así, entran muy justos, tal es el tamaño de la criatura. Muerto de miedo, me acerco para ver que solo es un túnel. Al otro lado, hay un saliente que da a un precipicio donde me espera la bestia con el cuerpo tendido frente al borde. Me mira tranquila con todos sus ojos. Espera a que me acerque y, de un manotazo, empuja el cuerpo, que cae a un mar de cuerpos que se extiende imparable. La fiera se incorpora, resopla y se dirige al túnel. Antes de cruzarlo, se vuelve y, en mi cabeza, oigo «siguiente».
El imperio del árbol llega hasta donde alcanza la vista. Sus murallas de madera mantienen a raya al mismo sol y desde cada rincón, miles de ojos invisibles observan igual de sorprendidos. Hasta la hierba se enreda en mis piernas, curiosa.
Minutos antes, dormido y frente a las puertas, escucho una que se abre.
#Chucktober