La semilla
Qué puedo contar que no se haya contado ya. Qué puedo decir que no se haya dicho ya. El agotamiento y el miedo me han enterrado durante este último mes de mi vida. No he hecho casi nada de lo que habría querido hacer. Me he limitado a hacer mi trabajo, mis tareas y sobrevivir. O, al menos, eso he pensado durante este tiempo. Lo cierto es que han enterrado una semilla. Las raíces han ido creciendo. He hecho nuevas amistades. He encontrado pequeños momentos: para leer, disfrutar de los rayos del sol, escuchar el trino de las aves en mis ventanas. Sin embargo, había una pesada losa que no dejaba a la semilla germinar. El trabajo asalariado, ese que dicen que dignifica. Sí, mi trabajo es muy gratificante. Sí, creo que he podido marcar la diferencia en estos años con mi presencia. Y sí, también me estaba agotando hasta dejarme sin nada. Tener que estar pendiente de todo. Levantarme a horas intempestivas para cualquier ser humano. Conducir dos horas cada día y sentirme culpable por ello. Atender a llamadas de compañeras fuera del horario laboral y sin avisar (me acaba de llamar mientras estaba escribiendo esto). Dirán lo que quieran, pero eso no es vida. Y ahora que la losa se ha ido, quizá pueda salir un pequeño brote. Sigo teniendo miedo a que sea aplastado por el próximo contrato. Pero, ¿quién sabe? Quizá logre tener suficiente fuerza, unas raíces lo bastante profundas y unas ramas lo bastante gruesas para buscar lo que quiero: una vida plena y con sentido.
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