Diatriba sobre por qué soy anarquista

El otro día me hicieron esta pregunta que, por motivos varios, no pude responder. Sin embargo me parece una preguntar interesante de cara a intentar cumplir un viejo anhelo mío, esquematizar mis ideas políticas como un conjunto de axiomas lógicos consistentes entre sí. Me parece, aunque no lo he hablado con mucha gente, que en general las personas, al menos los izquierdistas, nos definimos políticamente a partir de intuiciones morales, y me parece interesante hacer ese ejercicio más racionalista – sin que esto lo convierta en la panacea. Así que voy a intentar matar dos pájaros de un tiro y contaros cómo me fui haciendo anarquista y de paso definir cuáles son mis principios políticos. Sobre esto último, simplemente recordar que como no soy marxista, si esos principios no gustan, lo siento, no tengo otros.

Supongo que en cierto modo lo de ser anarquista lo llevaba un poco en la sangre, pues, como todo el mundo que me conoce sabe, siempre he tenido mis recelos de la autoridad y no he sido muy amigo de los sistemas reglados. Era mal estudiante, porque a mi eso de que me mandaran deberes y me obligaran a estudiar cosas que no me interesaban y para las cuales no veía – en el momento – utilidad alguna, pues como que no. Desde hace años ando convencido de que el colegio es una institución fundamentalmente centrada en el adoctrinamiento y en la reproducción de relaciones sociales autoritarias, aunque mantengo cierta fe en los modelos pedagógicos más progresistas basados en la autonomía del infante, tipo Montessori y demás.

Ya durante los años de carrera comencé a estudiar por mi cuenta las ramas del conocimiento que me interesaban más y, aunque no puedo decir que haya aprendido más así que con la educación reglada, si que puedo decir que he disfrutado mucho más del aprendizaje auto guiado que del dirigido. Lo dicho, tengo un problema gordo con la autoridad :)

Bueno, que me voy por las ramas un poco. El caso es que desde los inicios de mi interés por la política he sido un poco rebelde también, recuerdo que la primera vez que podía votar legalmente mi intención era una abstención de protesta por las políticas del PSOE y que, tras mucha presión por parte de mi familia para que votara con el consabido “hay que votar porque hubo dictadura y hubo que luchar por ello” (argumento que me parece absolutamente inválido porque, por mucho que se luchara por votar mira, nos dieron sopas con honda, no veo sentido a comulgar con ruedas de molino) voté al Partido Anti Taurino de Tres Cantos. Soy escéptico con la expresión “voto útil”, pues me parece que “voto cautivo” refleja mejor la condición de ese voto – sobre esto supongo que volveré más adelante- pero desde luego votar a un partido anti taurino en un pueblo que no tiene plaza de toros para unas votaciones locales, no parece muy útil, ¿no?

Pero bueno, avancemos unos años desde ese añorado 2010 – el 15M me lo salté por vivir en el quinto pino, la verdad, algo que lamento- hasta 2015, ya acabando la carrera cuando de repente, no se por qué, me dió por leer la página de wikipedia sobre el marxismo. Ya venía defendiendo posturas más o menos libertarias en lo social desde hacía unos años, pero en el marco económico no había pensado mucho (para mi vergüenza, en verdad) más allá del adoctrinamiento familiar con el PSOE (puaj!!!). No recuerdo muy bien, pero supongo que el auge de Podemos fue lo que me hizo mostrar interés por visiones políticas más alejadas de lo socialdemócrata – aunque creo que Podemos y, sobre todo, Sumar, han terminado siendo una simple socialdemocracia que intenta vender como progresista la existencia de un Estado fuerte, algo con lo que evidentemente, discrepo-.

El caso es que esa página de wikipedia fue mi primera exposición al socialismo como teoría económica y de organización social, pero la verdad es que cayó como una bomba sobre mí. Desde ese mismo día mi identidad incluye el término socialista. Evidentemente he ido matizando mi postura y, como ya he dicho, no soy marxista. De hecho, uso la etiqueta anarquista como mínimo de compromiso y la acompaño del “sin adjetivos” y no uso más etiquetas políticas para definirme. Me parece que las etiquetas definen más al personaje que a la persona y que lo verdaderamente importante es cómo los demás cataloguen mis acciones y opiniones, no la etiqueta que yo quiera vender. Siempre me han dicho que valoro mucho la autenticidad y esto puede ser un ejemplo de eso.

En ese momento y de manera natural comencé a mostrar interés por la acción directa de la gente para lograr sus objetivos comunes. Por ello empecé a desarrollar interés por modelos de democracia directa – el vídeo de whyMaps que salió por esa época quizá ayudó – bajo un argumento que a la postre leí de manos de Malatesta y es el siguiente:

Si consideramos a los ciudadanos capaces de evaluar un programa político y votar a un partido (o persona) para que lo lleve a cabo, ¿no son igualmente capaces de evaluar cada medida del programa de manera separada? ¿Qué necesidad hay entonces del parlamentario? Muchas veces discutiendo estas ideas con otras personas me he encontrado habitualmente con el nulo argumento de que “la gente es imbécil”. Bueno, todos hemos pensado eso alguna vez, supongo, pero no deja de ser un argumento vacío.

Hace tiempo leí que existía un sesgo cognitivo por el cual era común que la gente viera a los demás como inmorales y sospecho que pasa algo similar con la inteligencia. Inevitablemente, tanto en la moral como en la evaluación sobre el mundo, existe un componente subjetivo que modelas ambas concepciones en base a nuestra experiencia, sin obviar cosas como el modo en que la química cerebral puede afectar a nuestro comportamiento. A veces hay gente que, objetivamente, es imbécil o inmoral, pero creo que, en general, las diferencias de comportamiento son más explicables debido a diferencias en la información que guía la decisión, que en incapacidad para tomar la decisión correcta.

Pero bueno, que encontré una contradicción inherente entre la democracia, entendida como que la gente se auto gobierne y el parlamentarismo. Como Malatesta tenía, ciertamente, mejor habilidad con la pluma que yo, pongo aquí su frase, que es mejor y más concisa que lo mío.

if you consider these worthy voters as incapable of providing for their own interests, how can they be capable of choosing directors to guide them wisely? How to solve this problem of social alchemy: to elect a government of geniuses by the votes of a mass of fools?

Malatesta es, ciertamente, uno de los pensadores anarquistas más lúcidos que he tenido la ocasión de leer. Pero bueno, que de repente había empezado a considerar que la mejor forma de tomar decisiones colectivas es que las tomen las propias personas afectadas. Ya en esta época empecé a usar, de manera un poco ingenua, la etiqueta anarquista -el personaje!!!– porque en mi opinión, en cuanto eliminases el parlamento, el gobierno, de facto, desaparecía – era joven e idiota, lo se –.

Dado que anarquía significa. según An Anarchist FAQ (sección A.1.1) “sin gobernantes”, en tanto que la capacidad de establecer las normas sociales volviera a los ciudadanos, el gobierno como agente externo impuesto sobre la ciudadanía desaparecía. Hay quien podría decir que el sistema que tenemos ahora ya permite eso, pero la verdad es que yo discrepo.

Mis problemas con el sistema actual, fruto de la Transacción de los años 70 son múltiples pero si vamos a lo que al sistema electoral y de gobierno se refiere, queda algo un poco más conciso.

Empezando por el sistema de votación, me muestro firmemente opuesto al voto orrdinal (o categórico), pues creo que favorece la concentración del voto en unas pocas opciones, artificialmente constreñidas por la necesidad de maximizar la utilidad del voto (una generalización, a mi juicio, de lo que en ciencias políticas se conoce como Ley de Duverger, referida únicamente a los sistemas uninominales).

El voto ordinal es útil, más o menos, cuando hay únicamente dos opciones, en ese contexto creo que supone una opción aceptable, pero la realidad es que el pensamiento político no es una dicotomía estre socialdemócratas y democristiano como entes monolíticos y existen sensibilidades políticas alternativas que se ven perjudicadas por este modelo de votación.

Esto, unido al estudio del teorema de incompletitud de Arrow – quizá irresoluble- me llevaron a rechazar, por principios morales, el voto electoral (desde 2019 no he votado nunca). En contraposición existen los llamados sistemas de voto cardinales que son mucho más útiles cuando hay múltiples opciones disponibles. Estos consisten básicamente en otorgar una puntuación (por ejemplo, de uno a cinco) a los candidatos/partidos que queramos, emitiendo un voto multivalor que permite el empate entre opciones (diferencia fundamental con el sistema Condorcet).

De esta manera, las presiones por votar a una opción que te convence menos porque tiene más opciones de salir elegida, si no desaparecen, si se ven reducidas enormemente, pues puedes darle una puntuación más acorde a tu valoración de la misma. Creo que los únicos que se ven perjudicados con este sistema son los que más hacen uso del argumento de “vótame a mi para que tu voto sirva para algo”, y me parece algo positivo socavar el poso social del bipartidismo.

Bueno, ahora paso a rajar contra las listas electorales, lo cual me lleva a discutir un poco más en general el tan manido concepto de “democracia”. Democracia significa, en griego antiguo, la fuerza del pueblo y atañe a un principio moral cuasi universal de que una decisión colectiva se ha de tomar contando con todos los miembros del colectivo.

Esto se ve expresado continuamente en el día a día. Por ejemplo, cuando en un grupo de amigos se propone quedar un día a tomar algo, se suele buscar que cada uno exprese en primer lugar su disponibilidad (eso si contestan, mis amigos tienen la mala costumbre de no contestar) y, cuando se ha fijado un día en que se daría mayor concurrencia, se tienen en cuenta las preferencias culinarias de los asistentes y se fija el plan. De este modo, son los propios asistentes los que, en última instancia, han elegido fecha y lugar para concurrir juntos. Engels argumentó en su momento que esto es un ejemplo de que la libertad como la entendemos los anarquistas es imposible, pero creo que Engels confundía autonomía con atomismo social.

Si tomamos esta definición, me parece que entonces es imposible decir que vivimos en un sistema democrático, pues la prohibición del mandato imperativo en el artículo 67.3 de la Constitución Española convierte los programas electorales en meros gestos simbólicos de disposición. ¿Cuántas veces nos habremos encontrado con que un partido votaba algo que iba directamente en contra de su programa o, de manera quizá más razonable, algo que no estaba en su programa? El mandato imperativo acabaría de facto con esta práctica al supeditar el voto del parlamentario a la voluntad de sus electores, para lo cual primero tiene que haber una relación clara entre electores y elegido.

Otra definición de democracia más moderna es la que defendía el jurista español Antonio García-Trevijano. Para Trevijano, la democracia era el sistema político que permitía a los ciudadanos protegerse de la acción arbitraria del Estado. Esta concepción de democracía, muy enraizada en la tradición republicana de la libertas romana, o sea, la libertad como ausencia de dominación, quizá sea más realizable en el marco de los Estados-Nación actuales que la concepción más clásica.

Me parece que, desde esta perspectiva, tampoco podemos llamar a este país democrático. Si eso fuera así, no servirían las campañas políticas del miedo tipo el “Fascismo o democracia” y el “Comunismo o libertad” que tuvimos que “disfrutar” hace un par de años aquí en Madrid. Las listas electorales desincentivan el pensamiento crítico y favorecen el seguidismo del líder – si no, no vas en la lista y a ver qué haces con tu vida-, de modo que hacen poco por limitar la acción del gobierno que salga. En cierto modo, esto forma parte del sabe popular, los parlamentarios son más una representación de la cuota de poder de cada partido que de la voluntad popular en si.

Únicamente se puede tener miedo de aquello ante lo que no puede se responder, y si tienes miedo del gobierno es porque no tienes forma de protegerte de su acción arbitraria, por lo que solo te queda esperar que estén “los buenos”. Ante esto cabe recordar que el paraíso de unos puede fácilmente ser el infierno de otros.

Me está quedando un poco neutro todo esto, así que hago un inciso para decir que a los de Vox les pegaba tremenda pedrada en la cabeza, a pesar de que estoy a favor de la no violencia salvo en defensa propia.

Pero bueno, volviendo a las listas electorales. Me parece que queda claro más o menos por qué suponen un problema de cara a la realización de cualquiera de las dos definiciones de democracia. Sin embargo, en lo que quizá sea una manifestación de mi rampante individualismo, me parece que la principal crítica que se puede hacer a esto es la de asumir el partido político como una pieza vehicular del sistema político. No creo que los partidos políticos, en el sentido de asociaciones de personas con ideas similares que se juntan para promocionarlas en sociedad, deban desaparecer, pero si creo que una persona debe poder acceder a la política en base a los méritos de sus propuestas, no de su capacidad para ascender en la jerarquía de un partido.

La política, en el sentido del juego por el poder, es una de las cosas más execrables de la sociedad y favorece, a mi juicio, a las personas con peores características, o sea, a quienes están dispuestos a más con tal de mantenerse en el poder. El reciente esperpento de la no dimisión de Pedro Sánchez me parece un ejemplo de esto. La política no son los políticos, por suerte. En general, me parece que el poder tiende a llamar a las personas menos aptas para ejercerlo, que son también quienes más harán por alcanzarlo.

Me está quedando esto un batiburrillo de ideas ( no se podía saber), así que voy a intentar reengancharme, la cosa es que por lo antes mencionado, no creo que pueda votar con buena conciencia. Evidentemente respeto que otras personas voten, cada uno hace lo que cree mejor, pero yo no lo voy a hacer.

De modo que llegué a la conclusión de que modelos de democracia directa con sistemas de voto cardinal probablemente fueran la mejor forma de tomar decisiones de manera colectiva. Una consideración más detallada sobre la naturaleza de las decisiones a tomar lleva, creo, de manera natural a la realización de que el colectivo “españoles” existe pero no es más que un agregado de colectivos menores que se ven unidos por la arbitrariedad histórica que ha configurado este país de esta manera, de modo que surge la idea de que las decisiones a tomar tienen un ámbito de aplicación y, en consecuencia, un demos diferente según la decisión.

La consecuencia lógica de esto es la defensa de la descentralización. Hoy en día considero que la única comunidad política natural es el pueblo, la ciudad o el barrio y que todo orden superior es fruto de la unión entre comunidades políticas previas. Es de perogrullo, lo sé, pero me permite defender de una manera creo, consistente, el derecho de secesión de toda comunidad política superior a la esa originaria. Una relación es fruto de la conjunción de intereses, una vez esos intereses dejan de estar alineados, las relaciones suelen romperse y si no lo hacen es porque algo las mantiene a la fuerza. Desde hace tiempo creo que todo problema político es un problema de centralización vs descentralización.

El favorecer la descentralización me fue alejando progresivamente de la socialdemocracia de Podemos muy basada a mi juicio en la acción el Estado para aliviar los males sociales. Por ejemplo, una opinión relativamente polémica que tengo es la de que me muestro en contra del salario mínimo, porque me parece que intenta homogeneizar situaciones muy diferentes. En contra yo favorezco el establecimiento de topes salariales en las empresas, acordados mediante negociación colectiva con los sindicatos. Hace poco revisé las actas del III congreso de CNT de 1931 y vi, para mi alegría, que defendían la misma postura.

En esencia, que llevo dos horas escribiendo esto, poco a poco fui moviéndome más hacia el favorecer la descentralización y mostrando más desprecio por la necesidad de una autoridad separada que imponga sus decisiones sobre el colectivo. De manera natural llegué a mostrar fe por la capacidad de la gente de auto organizarse de manera pacífica y, en esencia, por lo que considero que es la característica fundamental del anarquismo, el abrazar la organicidad de la existencia como una feature, no un bug.

Lo de los axiomas lo voy a dejar par otra vez, es más complicado de lo que parece, aunque quizá algo se pueda entrever.

-Algún día el clavo, cansado de ser clavo, pasará a ser martillo Mikhail Bakunin