Mi perra vida temporada 2025, episodio 35.
Relato - Ojitos mentirosos
Ojitos mentirosos
Soy un aficionado de la música, esta es una herencia materna a la cual destino mucho espacio en mi cerebro. No es infrecuente que escuche dos acordes de una canción y comience a cantarla. Esta simpatía por las polifonías se forja en mis etapa más primigenias, de ahí que sepa vetustas canciones las cuales por diversos motivos hoy renacen, normalmente reinterpretadas.
Dado que mi infancia y adolescencia ocurren en las antípodas de la riqueza, es fascinante mi conocimiento y gusto por canciones destinadas a divertir a quienes solo tenían esas melodías como aliciente de la cotidianidad o como medio de expresión ante el crisol de la vida precaria.
El tiempo y la buena fortuna se han encargado de diversificar mis gustos musicales, explorando y encontrando nuevas pasiones, algunas tan rancias que hacen pensar a la gente que me titulé con honores en la pedantería, leyenda que tiene algo de cierto, pero por otros motivos.
Es verdad que esta afición por la música se ha vuelto compleja y ha transmutado, pero siempre como reverberación de mi condición actual. No por nada actualmente me gusta tener la música, asumiendo todas sus connotaciones, es decir asir, poseer, atesorar, sujetar, guardar. Hago hasta lo impensable porque aquello que endulza mis oídos se escuche de la mejor manera y no atraviese los servidores de las grandes compañías que distribuyen música, buscando así que esta pasión sea íntima.
Hace dos semanas mientras retozaba como máxima actividad de un domingo a medio día, tirado en el pasto escuché una canción a lo lejos, que en escasos segundos activó mi corteza cerebral, lo primero que me llamó la atención es que hacía muchísimo tiempo no la oía, y lo siguiente fue tratar de establecer de qué momento de mi vida provenía mi gusto por esa melodía. Tras darle vueltas y exprimir mis recuerdos, casi podía asegurar que proviene de mi adolescencia en la que durante las vacaciones trabajaba como mesero en bodas y eventos en los que me dedicaba a emborrachar al jerarca de la mesa, y coquetearle a la cincuentona que en esa época me parecía gerontofilia, pero bueno, la propina es de quien la trabaja. En tales eventos que por supuesto no eran nada elegantes, solían amenizar con música de lo más rasposa, pero que a los comensales y festejados ponía de un ánimo envidiable y a nosotros en disfraz de pingüino mudando plumaje nos hacía la labor más grata. Esa época fue increíble, me enseñó muchas cosas: el valor del trabajo, exponerme a gente de diversos orígenes e ideologías, que no hay hombre o mujer fea solo presupuesto exiguo, y por supuesto los efectos catastróficos del alcohol en dosis suprafisiológicas.
Una vez resuelto el enigma del porqué de mi evocación con una canción tan ordinaria, lo siguiente fue confirmar que recordaba buena parte de la letra, y la siguiente parte del misterio era, quién demonios interpretaba la arrabalera “Ojitos mentirosos”. En donde me encontraba tengo una pésima señal de internet, así que solo pude hacer una búsqueda muy superficial y las primeras entradas indican a un tal Chino Pacas, al cual según yo no conocían ni en su casa, después de pasar varias pantallas encontré al grupo Tropicalísimo Apache, al cual tampoco ubicaba, pero me hizo pensar que en esos salones de fiestas sí se embarraban con lo más sabroso de la cumbia. Muy en contra de mis principios anticapitalistas intenté buscar la canción en Spotify y Youtube, pero como mencioné la red de internet no daba para tales despliegues tecnológicos, pensé que seguramente dios en su inmensa sabiduría también es anarcoindividualista y era una señal para no caer en las garras de la tecnodictadura.
Después del fin de semana y al volver a la civilización y con ello a la rutina, y con ello a las garras de internet, ahora si busqué en Yotube y el primer video que ofrece la plataforma es el del para mí desconocido Chino Pacas, y es entonces cuando me doy cuenta de que he caído en una trampa, al ver unas cuantas escenas del vídeo1 y escuchando la voz, noto algo muy alejado de la arrabalera cumbia que recordaba. Es evidente que el género pertenece a lo que los expertos hacen llamar regional mexicano, eufemismo para los corridos tumbados, meta eufemismo para evitar decir que son canciones que hablan de narcotráfico y su materia prima, mujeres objeto destinadas a causar dolor o placer, violencia, pobreza y por supuesto todo ello como mecanismo redentor que los lleva a exhibir los recientes lujos que el dinero puede comprar.
Pero tengo que aceptar algo, la versión era buena, y el vídeo aunque igual cumple con todos los estereotipos del género, tiene algo, además de la voluptuosa mujer que también cumple el cliché, que atrae. Más allá de lo esperado, el vídeo en el fondo es sórdido, lúgubre, oscuro, atractivamente indigno. Así que acepto la realidad de que me gusta el vídeo y la versión tumbada, pero entonces sigo pensando cual es la original, continúo explorando evitando distraerme en los miles de videos que la plataforma comienza a sugerirme para tenerme toda la mañana en sus garras y me corran del trabajo, pero lo logro y la siguiente es otra versión1 con la Sonora Santanera, y las antes famosas integrantes del grupo Flans, Ilse y Mimí; esta sí es una cumbia, con toda la compostura en regla, la cual es terriblemente mala, desabrida, sabe a taco de suadero en Polanco.
Terco desde chiquito, persisto en encontrar los orígenes de la canción como si en eso me fuera la vida, ojalá así fuera para otras cosas acotaría mi progenitora, y por fin encuentro el canal oficial de Tropicalísimo Apache y esta versión1 es la que recordaba, porque al final me enteré que la original es del grupo peruano Los Ecos, ni siquiera tiene video sólo una imagen estática con el nombre del grupo y la canción, y ahora sí, mi cerebro y la nostalgia han sido satisfechas, llego a la conclusión de que esta es una gran canción.
En mi inagotable ingenuidad creí que ahí terminaba mi musical travesía, pero por si no he logrado inducirles un coma profundo con mi pedestre periplo, esto continúa. Al día siguiente leyendo el periódico El País, leo que la versión tumbada de la canción de mis recuerdos se encuentra entre las más escuchadas en Spotify y es una tendencia en Tik Tok. Entonces sé que el sistema me ha estafado, me pregunto cómo es que alguien que está alejado de las plataformas, que ni redes sociales tiene, distanciado de la gente, petulante de los fenómenos virales, un terco; en resumen un misántropo y anacoreta entró en la vorágine de lo que tanto huía.
Ya rotos todos los sellos, asumo las consecuencias, e instalado en lo profundo de mi infierno, me dispongo a buscar el disco completo y la biografía del artífice de la viralidad, que lo describe Wikipedia como el Mozart del género regional mexicano, ya que desde los dieciséis años ha estado en los cuernos de la luna, así estará de complicado el mundo de los corridos tumbados. Haciendo acopio de una enciclopédica irracionalidad, me dispongo a escuchar los treinta y ocho minutos con treinta y nueve segundos, de las trece canciones del álbum donde se encuentra la melodía que titula esta historia. Por cariño y respeto no ahondaré en detalles sobre mi virginal experiencia con los corridos tumbados, pero con tautología casi mística se expresan todos los arquetipos mencionados: narcotráfico y su materia prima, mujeres objeto destinadas a causar dolor o placer, violencia, pobreza y la redención de la misma a través de la ilegalidad extrema. Sólo encontré un verso en una canción que me pareció digno de recordar, que dice “Mi corazón frío como una caguama”, fuera de ahí no logré engancharme.
Para mi beneplácito llego a la conclusión de que los narcocorridos me desagradan profundamente, aunque no niego que representan una realidad desafortunada, de la que por supuesto las grandes corporaciones legales e ilegales se benefician.
Esta es una evidencia empírica del gran poder que tienen las tecnodictaduras, han desarrollado una maquinaria tan eficaz para lograr que, hasta en las condiciones menos favorables, incluso militantes en su contra, su mensaje se propague.
Nota: dado que la intención de este narración de hechos desafortunados no es promover nada, los vínculos a las canciones no dirigen a ninguna plataforma, son a los archivos de vídeo que están libres de virus, y solo se proveen con fines informativos.
1Dado que la intención de este narración de hechos desafortunados no es promover a nadie, los vínculos a las canciones no dirigen a ninguna plataforma, son a los archivos de vídeo y sólo se proveen con fines informativos.