Mi perra vida temporada 2025, episodio 19.
Relato – Larga vida a Apple
Larga vida a Apple
Deben estar pensando que me volví loco. Aquellos que por haber cometido delitos de lesa humanidad en vidas pasadas y en consecuencia, en esta re-encarnación tienen el infortunio de conocerme un poco, saben muy bien que tengo una férrea aversión a los productos de la manzanita.
No negaré mi sucio pasado, en el que, cuando era muy, pero muy joven, me tocó ver en la tienda Aurrera de Miguel Angel de Quevedo en el entonces Distrito Federal, los primeros modelos que se comercializaban, en esa inocente infancia, me parecían unos equipos de cómputo hermosos, sinceramente eso lo sigo pensando. Muchos años después me enamoré de esos modelos de iMac con un chasis parecido a un viejo televisor con colores traslucidos. Durante esos años no tenía la posibilidad económica para acceder a tan estilizados productos.
Ya con cierta capacidad de compra, no así de pago, caí en las garras de su estupenda mercadotecnia y me compré uno de los primeros modelos de iPad, la cual al final regalé, no recuerdo bien porqué. Y después adquirí un iPod touch que, sólo me trajo desgracias, así que lo deseché.
Desde entonces al margen de lo bien cuidado que es su diseño de software (es decir lo que puedo putear) y un robusto hardware (es decir lo que puedo patear), me ha parecido que el precio a pagar por esos “avances” técnicos, era y es desmesurado.
En sus albores, los llamados creativos, justificaban los desorbitantes costos, dada la facilidad de uso, y mejoría en productividad, además argumentaban la inversión con una larga vida útil, sin baches ni contratiempos. Pero cuando su uso y consumo se masifica, sin la consecuente y esperada reducción de precios, me parecía abominable el costo de esa joya del diseño y la tecnología, para revisar el correo electrónico, usar el procesador de textos, y alguna hoja de cálculo; mi impresión era que sólo estaba pagando el estatus que otorgaba la marca que tan bien promocionaba el ave Fénix de inversionistas de Cupertino, Steve Jobs, al que diosito no por nada le recetó un mortal cáncer de páncreas.
En la época actual, definitivamente no comprendo porqué pagar tanto dinero, para usar herramientas de oficina y páginas de redes sociales. Sus ciegos evangelizadores aluden que la increíble velocidad, facilidad de uso que mejora su productividad y su fantástico ecosistema (nota al margen, me enerva que le digan ecosistema a un sistema cerrado, censurado y elitista de aplicaciones, la mayoría efímeras), todo esto justifican cualquier precio.
Siento falaz tal argumento ya que, ¿cómo esas ventajas lograrán eliminar la pereza que me da revisar los borradores de tesis de mis estudiantes?, que por cierto, sean escritos en la mas costosa computadora de Apple o en la más precarizada basada en Windows, padecen de los mismos males.
Lo que sí me parece de un cinismo descarado, es que sean capaces de ejecutar la famosa y destructiva obsolescencia programada. Esto es, dado que los equipos son casi indestructibles, pues entonces nos hacen creer, a través de las famosas actualizaciones, que muy rápidamente pasaron los mejores años de tan hermosas computadoras, perdiendo paulatinamente funcionalidad, sin más justificación que la avaricia de sus accionistas. Porque seamos sinceros, cómo es posible que un navegador, aplicaciones de oficina y uso de redes sociales necesiten tanto poder de cómputo actualizado.
No ahondaré en los temas de esclavitud infantil relacionados con su ensamblaje, ni en la devastación que implica obtener los materiales más raros de la tabla periódica para fabricar sus componentes. Solo mencionaré grosso modo que para producir una Macbook Air se arrojan a la atmósfera 176 kg de CO2, para compensar su efecto se requiere plantar al menos diez árboles y mantenerlos vivos durante tres años, igualmente se consumen entre 15,000 a 20,000 litros de agua.
Una vez establecido este contexto, se deben estar preguntando, ¿entonces el título de este relato es una vulgar patraña para llenarme de lectores? La realidad es que no, todo esto surgió porque quería confirmar si el hardware que pensamos es obsoleto, bajo ciertas condiciones y para ciertas tareas (tareas como para las que normalmente usamos una computadora) puede dejar de serlo, extendiendo así su vida útil.
Para cumplir tal propósito necesitaba un sujeto de experimentación. Platicando con mi hermana (a quien agradezco la donación) me comentó que su iMac retina de 27 pulgadas, con alrededor de cinco años de uso dejó de actualizarse, por lo que vendió un riñón y adquirió una nueva, así que esa pobre iMac vetusta estaba destinada a ser desechada.
Ya con un equipo que me permitiera comprobar mis hipótesis, procedí a evaluar en la praxis lo que significaba la mentada obsolescencia programada. Así que, con la computadora completamente limpia, me dispuse a echarla a andar. La primera sorpresa es que el logo de la manzana en la pantalla tardaba bastante tiempo en llevarme por fin al escritorio. Lo segundo, es que, tras actualizar el software, al querer instalar el navegador Chrome (no me critiquen por favor, era con fines científicos), me sorprendió el anuncio de que, no se podía instalar en el sistema operativo, se requería una versión más reciente, eufemismo para obligarme a adquirir un equipo más reciente. Algo similar ocurrió con Microsoft Office. Ahí detuve mi primer experimento, llegando a las siguientes consideraciones. Efectivamente el equipo se percibe lento, y aunque podía instalar algunas alternativas de navegador de Internet, daba la sensación de tener un equipo amputado, sin libertad de uso, que seguramente en los próximos meses, pedazo a pedazo perdería incluso sus funciones elementales. Lo más llamativo es que el equipo no tiene más de cinco años, es un abuso dejar de actualizarlos en un periodo tan corto de tiempo.
Primera conclusión – Es muy evidente y abusiva la obsolescencia programada.
Después de confirmar lo esperable, pasé a la acción, es decir, sustituir el multipremiado sistema operativo de Apple, y de pasada mandar a la mierda todo su ecosistema (si Steve Jobs viviera seguro le recurre el cáncer de páncreas, sólo de imaginar lo que le espera al producto de su ingenio). Para tan irreverente tarea era necesario instalarle alguna de las decenas de versiones del sistema operativo Linux. Si a alguien no le queda claro qué es el sistema operativo de su computadora, en términos elementales, es la plataforma que permite a todos los fierros trabajar adecuadamente, para poder así, instalar todo el software que necesitamos. Básicamente el mundo se divide en dos grandes continentes, el monstruoso Windows de Microsoft y el gestado en California iOS, lo que más diferencia a Linux de sus hegemónicos hermanastros, son sus fundamentos. Es un sistema operativo que puede ser utilizado por cualquiera sin pagar una licencia (aunque es buena idea hacer una donación a los desarrolladores), puede ser modificado sin pedir permiso, y su código está a la vista de todos, lo que, paradójicamente lo vuelve menos vulnerable a fallos de programación. Esto permite encontrar versiones o distribuciones, que se adaptan prácticamente a cualquier necesidad y equipo.
El problema es que su uso ha encontrado su nicho en personas entrenadas o interesadas en las tecnologías de cómputo, es decir nerds. Por lo que, en el pasado su uso estaba reservado para gurús tecnológicos. Pero desde hace años, cada vez con mas frecuencia y cada vez con más éxito, estas variantes o distribuciones de Linux son más fáciles de instalar y usar.
Así que inicié con una que fuera ligera y rápida, llamada Lubuntu, que se instaló sin problemas, las aplicaciones elementales funcionaron, pero los problemas comenzaron con la videocámara y la ejecución del software que uso para la edición del podcast. Dada mi innata impaciencia, y el tiempo limitado que contaba para el proyecto, ya que todo debe ocurrir en el marco de mi apretada y precaria vida cotidiana; decidí en lugar de buscar cómo resolver el problema, instalar otra variante de Linux, en esta ocasión el confiable Ubuntu, igualmente la instalación sin problemas, así como el software de oficina, pero persistió el problema de la videocámara y el software para la edición de audio.
Por lo que busqué alternativas más adaptadas al hardware de Apple, así dí con una tercera versión llamada Manjaro, y bajo el aforismo de “la tercera es la vencida”, aunque yo honestamente me iba a arropar en el más laxo “no hay quinto malo”, procedí a instalarla y configurarla.
Lo primero es que la velocidad de carga y ejecución de programas era sorprendentemente rápida, y se resolvieron los problemas previos, dejándome un equipo ágil y totalmente funcional. Lo único que no he logrado que funcione, es el jack de 3.5 mm para utilizar los audífonos alámbricos, pero los que se conectan por Bluetooth funcionan de maravilla.
Segunda conclusión – Se puede utilizar Linux en una iMac, y con algo de trabajo, el resultado es muy aceptable con un desempeño bastante superior al sistema operativo original.
Ahora viene el momento de la verdad, usar esta resucitada iMac, y llevarla a la realidad, este experimento está en proceso. De momento mi nube se sincroniza sin problemas, tengo todas las herramientas que necesito para trabajar, y todo este blog y su edición en audio se trabajaron en su totalidad en la renovada computadora.
Tercera conclusión – Resucitar un equipo de cómputo e instalar todas las herramientas de trabajo, es viable, gratis, ético; pero requiere mucha paciencia y algo de tiempo.
A modo de corolario, probablemente no todos quieran o puedan invertir una semana de su agenda, en este tipo de proyectos, pero antes de desechar sus equipos, vean si hay alguien que les pueda ayudar, y así darles una segunda oportunidad. Si no tienen esas posibilidades seguro algún técnico, por muy poco dinero puede hacer ese trabajo, y ayudar a que, nuestro uso de la tecnología sea racional y adecuado a las situaciones ecológicas y económicas actuales.
Finalmente, después de este proyecto, hice una resucitación de una laptop con diez años de edad, y literalmente todo fue cuestión de un par de horas de trabajo, y hoy la uso cotidianamente en el consultorio.
Así que, a pesar de Apple, larga vida a Apple.