Mi perra vida temporada 2025, episodio 17.

Relato – No me acostumbro | Poema – ¿Verdad que sería estupendo...? – Jaime Blanco | Reseña – Pandora – Liliana Blum | Frase robada – Roberto Bolaño | Bonus track

No me acostumbro

Desde hace varios días sólo abro la libreta y tomo la pluma, con la firma intención de darle mundo y estructura a alguna idea, de preferencia oscura. Pero tras varias semanas la creatividad se me escabulle, he intentado culpar a las escalofriantes noticias en redes sociales, al exceso del vanagloriado trabajo, a las personas tóxicas que acechan en todos lados, pero nada de eso termina de explicar mi incapacidad para llenarme de letras y reinventar la realidad.

Creo que es momento de aceptar que, lo irracional es algo que no puedo tolerar, mi formación y trabajo cotidiano, además de un arte, es un modo de vivir en el que, cualquier dato clínico, valor de laboratorio, o imagen del cuerpo, requiere ser interpretado en un marco de referencia regido por el método científico, junto con algunos cálculos estadísticos elementales.

Por lo tanto, asumir un mundo diferente, del cual me he querido mantener al margen, me tiene acorralado no sólo en lo literario; ya varias personas me preguntan – ¿si todo anda bien? –.

Tal vez ha llegado el momento de confesar que no todo está bien, y afrontar que esa faceta que por décadas he tratado de mantener oculta, ahora busca librarse de las cadenas que tan pacientemente le he ido colocando. Desde mi abuela materna, y tal vez desde más atrás, ha existido una predisposición o una vocación, para acercarse, interpretar o injerir en el mundo de los muertos.

De niño veía a mi abuela rodeada de enigmas, sus historias escalofriantes que nos contaba los fines de semana, distaban de los cuentos infantiles que les relataban a mis compañeros, me hacían verla como una figura mística. Sin duda, mi sentir se amalgama cuando llevaba a la praxis algún rito inofensivo, pero espeluznante para alejar de su nieto a entes malignos que eran culpados de mis malestares. La adolescencia, mi ingreso a estudiar medicina, y a la postre la muerte de mi abuela, fueron razones para ir ocultando esa arista oscura, que rodea a mi familia materna.

Paradójicamente, mientras más profundo sepultaba esa extraña sensibilidad; mi madre y mi hermana habían aceptado y decidido explorar esa herencia familiar, para así entender y participar de ese mundo místico. Ahora que mi marco de referencia es incapaz de contener lo que ocurre, tengo que aceptar que ese don lo recibieron no sólo las mujeres.

No haré un prolegómeno de las múltiples situaciones que, a lo largo de mi vida he catalogado como extrañas o inexplicables. Me centraré sólo en las últimas semanas que, han detonado toda esta revolución.

Sigo sin entender el por qué, pero el hecho de que, todo sea tan tangible lo vuelve irrefutable, y el tono con el que han incrementado su intensidad me tiene consternado profundamente.

Hace algunas semanas cuando Pecora y yo estábamos entrenando durante la madrugada, bueno yo entrenaba y ella dormía profundamente, desde el pequeño gimnasio casero, me distrajo el movimiento de unas hojas de la persiana vertical en el ventanal de la cocina. Después de confirmar que no era un sismo, me percaté que también mi compañera perruna estaba tan interesada como yo, en lo extraño del movimiento tan segmentario de la persiana, el cual persistía, obligándome a buscar explicaciones razonables, cerrar por completo el ventanal, que aunque improbable, era una explicación factible, o acercarme a ver si no era el refrigerador que lanzaba aire; ambos intentos de racionalizar el fenómeno fallaron, y las tres hojas de la persiana dejaron de moverse cuando quisieron, y ambos volvimos a nuestras inútiles actividades.

Algunos días después mientras me afeitaba después de bañarme, de modo poco grato me percaté que no había cerrado bien la puerta, ya que, con la navaja en el cuello, se cerró súbitamente, como cuando la corriente de viento que entra por la ventana la empuja, lo preocupante es que por el frescor de la mañana la había cerrado, por lo que busqué fallidamente, quién había tenido la gentileza de jalar la puerta, pero a esas horas la casa seguía en silencio.

La última sutileza, antes de pasar a situaciones más corpóreas, ocurrió en la grabación del podcast que hicimos con mi hermano en el comedor de la casa, pensé que era broma cuando me lo comentó, pero los susurros ahí están, y aunque buscamos diversas explicaciones, no logramos que alguna nos satisficiera.

Para esos momentos no me quedaban dudas sobre lo inexplicable de los sucesos, lo cual me hizo pensar que las sombras que veía pasar a mis espaldas, grandes como personas y otras pequeñas como animales que se perdían en las esquinas, que pensé eran obras de mi sugestión, tal vez no era del todo cierto.

Hasta el día en que, por motivos laborales no pude salir de vacaciones con la familia, en soledad leía unos cuentos de Patricia Highsmith, y al bajar a la cocina por algo de agua, algo más nítido que una mancha con la forma de una niña estaba en el sillón, se me erizó la piel por completo, y mi cerebro de inmediato intentó encontrar una respuesta, hurgaba en las estructuras lógicas elementales, mientras me obligaba a cerrar los ojos, y aunque lo intentaba evitar, no podía dejar de respirar atropelladamente.

Al borde del escalón, no tenía alternativa ante cualquiera de las posibilidades sólo podía separar mis apretados parpados, y comprobar que la imaginación me había jugado una mala pasada. Rogando que fuera una pesadilla y despertara en algún destino turístico de playa, voltee hacia la sala y esa figura había desaparecido. Temblando hasta los huesos, persistí en llenar mi vaso con agua, que ahora necesitaba con urgencia, ya que los labios y mi lengua se sentían como arena.

Patricia Highsmith me esperaba, y al volver para confirmar mi gran poder de sugestión, se me resbaló el vaso de la mano y se hizo añicos. La niña que estaba en el sillón con la cabeza gacha, ni siquiera se inmutó, su cuerpo temblaba, y en absoluto silencio, algunas lágrimas mojaban la alfombra. El cerebro se me había apagado, no tenía ningún referente para explicar o reaccionar ante lo que ocurría.

No sé con qué fuerza, pero me mantenía de pie, mirándola, sin que me mirara, con el rostro oculto, sucia a la vista, pero sin despedir ningún olor; sólo sentía el dolor de sus lágrimas, de su mano derecha que mostraba sus huesos deformados, fracturados, los pies desnudos llenos de polvo. Su aura emanaba sufrimiento, tristeza; quería consolarla, pero escaparía como animal herido. Sólo se me ocurrió y pude sentarme en el sillón frente a ella.

No sé cuánto tiempo nos quedamos uno frente al otro, sólo nos acompañaba el silencio y su dolor.

Los parpados fueron cediendo, hasta perderme en los sueños o en las pesadillas, en las que esa niña era golpeada por su padre, borracho de alcohol y pobreza, le rompía la mano con una botella de licor, y la golpeaba hasta matarla. Al ver su cuerpo inerte y deforme en el suelo, me desperté, con el vaso de agua en la mano y lágrimas escurriendo por las mejillas, inundado de tristeza y amargura.

Pasaron los días en secreto sobre lo ¿ocurrido?

Ahora sin saber cuándo, al bajar por agua en la madrugada, veo niños, niñas, hombres y mujeres; dolientes, deformados, vejados, ignorados.

Ya me acostumbré a verlos, intento comprender como fueron lastimados, torturados, disueltos en ácido; aunque es un ejercicio innecesario, ya que siempre despierto en el sillón con el vaso en la mano, que segundos atrás se destrozó en el piso.

He visto y sentido su sufrir, al cual no puedo acostumbrarme, y no deja de dolerme.

...

¿Verdad que sería estupendo...? – Jaime Blanco

Verdad que sería estupendo

que los recreos no acabaran nunca,

que los veranos durasen hasta diciembre

y los deberes fuesen cuentos por leer.

Que las rodillas sucias fuesen medallas,

que la hora de dormir fuese un juego más,

y que tus padres nunca soltasen tu mano

mientras cruzas la calle de la vida.

Verdad que sería estupendo

que tus amigos nunca se muden de planeta,

que bastase un «hola» para salvar distancias,

y un «te escucho» para arreglar el mundo.

Que las traiciones fueran malentendidos

resueltos con un abrazo sincero,

y que el tiempo no oxidara los besos

como el mar salado corroe los hierros.

Verdad que sería estupendo

que amar no costase tanto miedo,

que los «para siempre» fueran posibles

y que los besos no se volviesen rutina,

que las rupturas no fueran dolorosas

ni las miradas, campos baldíos,

y que el amor no se aprendiese a golpes,

sino como se aprende a tocar el piano.

Verdad que sería estupendo

que soñar no fuera cosa de débiles,

que los deseos no fuesen papel mojado,

ni la esperanza, un lujo de ilusos.

Que bastase un verso para encender un alma,

que bastase un poema para cambiar un mundo,

y que la ternura no fuese un arte en extinción,

sino un gran pacto secreto, entre tú y yo.

Verdad que sería estupendo

que volar no dependiera de billetes,

ni de motores, ni de pasaportes,

sino de alas que nacen en la espalda.

Que las fronteras fueran líneas de un cuaderno,

y las cárceles, sólo un juego de mimos.

Que decir lo que uno piensa no diese miedo,

y que pensar no doliera en la conciencia.

Verdad que sería estupendo

que el tiempo no fuese juez ni verdugo,

que los relojes fueran caracoles,

y los calendarios, hojas de un árbol perenne.

Que envejecer no signifique despedirse,

que no diese miedo el paso de los años,

y que nuestra mente vuelva a su lucidez

para, de nuevo, soñar y jugar al juego de la vida.

...

Pandora – Liliana Blum

La dominación y la sumisión es abordada nuevamente por la autora de El monstruo Pentápodo. Esta novela literalmente se devora, es ágil y sin grandes enredos estilísticos. Se describe una de las múltiples parafilias, y sus vericuetos, en este caso es el feederismo, anglicismo que me desagrada, que en mexicano yo denominaría “atascarismo” ya que, nosotros no nos alimentamos en exceso, hacemos comilonas, o nos damos un atracón, en México nos atascamos de comida.

En esta novela se explora de manera moderada las motivaciones y la praxis de un dominante y una sumisa que, establecen una relación extramarital basada en su aproximación a la comida.

Aunque también de manera tangencial aborda su contraparte, los trastornos restrictivos de la alimentación. Aunque estos últimos más desde la perspectiva del cliché.

Sin embargo, este contraste sirve para subrayar los acercamientos patológicos con la alimentación, y su relación con el control del peso corporal como síntoma de una enfermedad (social) más grande.

Dado que para los implicados en este “atascarismo” es su primera vez, las cosas no van a salir nada bien.

Probablemente lo único que no me gustó es que, al final se mantiene el estereotipo de vencedores y derrotados.

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Frase robada – Roberto Bolaño

La casualidad no es un lujo, es la otra cara del destino y también algo más.

Bonus track

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.