Mi perra vida temporada 2025, episodio 10.

Relato — Sin permiso | Poema — La Brisa – Coral Bracho | Reseña — La dimensión desconocida – Nona Fernández | Frase robada — Franz Kafka | Bonus Track

Sin permiso

Escuchó la sirena de una patrulla a lo lejos, las conocía bien y su significado, conforme el sonido se acerca la piel se le eriza, el ruido es ensordecedor, sonaron disparos y saltó del susto.

Abro los ojos y apago el maldito despertador, me quedo sentado unos minutos al borde de la cama, agitado, estoy paralizado del temor. Aún desconozco el sitio donde me encuentro, pero observo despacio todo mi cuerpo y no veo nada anormal, no hay golpes o heridas, me toco la cara y no está deforme por las palizas. Decido quedarme sentado y esperar, intento hacer el menor ruido posible.

Se oye el abrir y cerrar de las puertas en el pasillo, sé que llegarán a mi puerta, repito en voz baja, una y otra vez los nombres de mis hijos, es lo único que puedo recordar, quisiera rezar pero lo olvidé, tampoco estoy seguro de que sirviera para algo. La puerta se abre suavemente mientras rechina, y encienden la luz que me deslumbra.

-Buenos días Martín, ya es hora de levantarse. Por favor vístase y lo espero abajo para desayunar – Me indica una mujer uniformada, un poco rellena y no muy alta, su tono de voz ha sido tan amable y sincero como su sonrisa. Ya con la habitación iluminada veo mi ropa, ordenada en un gancho colgado en la silla, al lado de una mesa que tiene cuadernos, lápices y colores. Me detengo un segundo para observar las hojas de papel regadas y los dibujos de árboles, casas y aves, parecen algo infantiles pero me gustan. Tomo la ropa y me visto, me veo en el espejo del baño y noto algo extraño, no sé exactamente qué es, por un momento el reflejo me parece ajeno, pero no lo es, sigue todos los movimientos que hago mientras me peino.

Sin pensarlo me acerco a la cama y comienzo a arreglarla, levanto la almohada para sacudirla, y hay un cuchillo debajo, me sorprende su presencia, lo tomo y con mucho cuidado valoro con la yema de mi pulgar el filo que tiene.

Una voz me asalta por detrás, y se me cae de las manos, intento agacharme para levantarlo, pero la espalda rígida y adolorida enlentecen y finalmente frenan mi camino.

-¿Otra vez te metiste en la cocina sin permiso? – Me dice la mujer uniformada bajita, algo regordeta, que se me hace conocida, que se agacha con mucha facilidad para tomar el cuchillo y termina de arreglar la cama.

-Gracias por hacer la cama Martín, ya sólo le di dos estirones y quedó impecable. Vamos, te acompaño al comedor – Guarda el cuchillo en una de las bolsas traseras de su pantalón y toma mi mano para guiarme afuera de mi habitación.

Me suelta cuando llegamos al final de la fila, me imagino que debo hacer lo mismo que los demás. Pasan enfrente de una mesa donde les dan unas pastillas, a unos más que a otros, y un sorbo de agua para tragarlas, hago lo mismo, y después de deglutirlas, tomo mi charola y continúo en otra fila donde sirven comida. Me preguntan sobre mis opciones de desayuno. Me da igual, o puede ser que no recuerdo qué me gusta más, así que digo cualquiera de las opciones, aunque tengo la impresión de que la persona uniformada que atiende, me sirve lo que ella quiere.

Busco donde sentarme, escucho que gritan a lo lejos ¡Martín!, casi en el fondo, tengo la impresión de que se dirige a mí, busco con la mirada a quien grita ese nombre y lo veo, me parece familiar, o menos extraño que los otros. Me dirijo a su mesa y me siento frente a él.

Habla todo el tiempo mientras come, me sorprende que pueda hacer tan rápido ambas cosas. No tengo claro todos los temas que aborda, pero veo que sonríe si se le responde con algunos monosílabos, mientras termino el contenido de mi charola. Al terminar los alimentos, él está lejos de guardar silencio.

Le interrumpe su monólogo una voz, que sale de los altavoces de la esquina de la habitación, nos pide que salgamos al jardín y nos desea “un hermoso día”. Todos, lentamente nos levantamos, pero alguno se queda en su asiento, viendo el plato de comida o solo revolviéndola con la cuchara.

Intento escapar del tipo que habla demasiado, y me camuflo con el resto, pero no será tarea fácil, ya que soy de los pocos que no tiene el cabello totalmente blanco, pero aun así lo logro, y salgo al patio.

El sol entre los árboles es muy agradable, se oye el trinar de las distintas aves, algunas me parecen conocidas, veo a lo lejos una banca entre el sol y la sombra, aprieto el paso para ganar el lugar, no es difícil, todos son muy lentos.

Tomo asiento y me dispongo a observar, es un jardín muy grande y arreglado. Escucho otra vez que me gritan ¡Martín! a lo lejos, identifico la voz y es el mismo tipo que no paraba de hablar en el desayuno.

Se sienta a mi lado y al hacerlo me empuja un poco, tengo que acomodarme en la banca nuevamente. Habla del desayuno, del clima, comenta cosas sobre algunos compañeros que me señala con la mano, hasta que logro identificar una fuente de piedra a lo lejos, las gotas derramándose me encantan, y poco a poco la voz de ese hombre se aleja y solo escucho el agua cristalina cayendo por cientos o miles, en la base de la fuente repleta de agua. La cadencia de las gotas me arrulla y el sueño me invade poco a poco.

Me despierta el estruendo de su carcajada, casi llora de risa, no me queda muy claro porqué, dice que era muy gracioso ver cómo los hombres y mujeres se orinaban en los pantalones mientras los amenazaba con la metralleta, vuelve a tener una crisis de risa cuando cuenta cómo les reventaba la cabeza a culatazos para que dijeran todos sus secretos. Se ufana de haber violado a las prisioneras que estaban “apetecibles”, enfatiza esto último a modo de complicidad.

Mientras lo escucho, mi mente se aleja, y se enfoca en las gotas de agua cayendo en la fuente, pero poco a poco el trinar de las aves, se transforma en el recuerdo de mi madre llorando por mi hermana desaparecida, la encontramos décadas después en una fosa llena de otras mujeres torturadas por el ejército, nunca supimos el porqué, porqué ella, porqué la golpearon, porqué la violaron, porqué nunca volvió a casa.

-¿Por qué lloras? – pregunta ese hombre que no para de hablar y de reírse.

Me levanto de la banca con resolución, me siento extraño sabiendo exactamente lo que tengo que hacer. Dejo al tipo hablando y me dirijo al comedor, sé que los cocineros platican, escuchando música mientras preparan la comida. También sé que donde se guardan las paneras hay unos cuchillos aserrados, con uno debe bastarme, un corte certero en el cuello y ese milíco se va a dejar de reír de sus atrocidades, me fijo que no haya nadie cerca, meto el cuchillo a la bolsa.

Solo tengo que alejarme de él, esperar hasta la noche, si lo sigo escuchando lo voy a apuñalar en la sala de televisión o en la biblioteca.

Fingiré estar enfermo del estómago para no verlo hasta la hora de dormir, voy a su cuarto y lo hago pagar por todo lo que hizo.

A la mañana siguiente, entró la enfermera al cuarto de Martín, estaba sentado al borde de su cama, mirando sus manos como si viera al infinito. Vio que la cama estaba parcialmente arreglada, al acomodar la almohada, encontró un cuchillo.

Lo tomó con cuidado y lo guardó en su bolsa

–¡Martín! ¿otra vez fuiste a la cocina sin permiso?

La brisa – Coral Bracho

La brisa toca con sus yemas

el suave envés de las hojas. Brillan

y giran levemente.

Las sobresalta y alza

con un suspiro, con otro. Las pone alerta.

Como los dedos sensitivos de un ciego

hurgan entre el viento las hojas;

buscan y descifran sus bordes,

sus relieves de oleaje, su espesor.

Cimbran

sus fluidas teclas silenciosas.

La dimensión desconocida – Nona Fernández

Esta novela explora a través de un amplio uso de la anáfora la represión chilena. Tomando como pretexto a un ex-policía que decide traicionar a su gobierno y al sistema de represión que ello significa(ba). No busca atraer lectores por medio de la descripción de violencia explícita, pero sencillamente con la representación conceptual basta, para que rellenemos esos vacíos con la imaginación, o tristemente con sucesos de la realidad. La utilización de una figura retórica como la anáfora, que repite incesantemente para lograr fuerza y contundencia, más allá de un elemento estilístico, es una exposición de motivos, que subraya el hecho de que hemos retrocedido cincuenta o cien años como humanidad. Así que, si pensaban que ya podíamos superar esas historias tan oscuras y dolorosas de nuestra historia, lamento defraudarlos, y lejos de considerar la obra de Nora Fernández como algo anacrónico, debemos cambiar la perspectiva y verla como una sombra que se desea mover de nuestra espalda, para ir delante nuestro.

Frase robada – Franz Kafka

No es que yo tenga algún interés por la literatura, sino que estoy hecho de literatura; no soy nada más, ni puedo ser nada más.

Todo lo escrito, salvo que se indique su autoría es ideado y escrito por Norberto Carlos Chavez Tapia, bajo la licencia de creative commons CC BY-NC-ND 4.0.
A menos que se indique lo contrario todo lo expresado en este blog/newsletter es ficción, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.