Por su culpa ya no le salen poesías como las de antes. Ni tiene ya a Bukowski en un altar, ni le mata el desamor ni falta que le hace. Que le jodan al desamor.
Que le jodan al deseo y a la furia, y al vino y a la ginebra y a las curvas metálicas de montaña rusa, con sus vigas y sus hierros y con todo.
Que le jodan al brillo de los ojos encendidos que daban luz a los agujeros negros en las noches más cerradas de diciembre, y que le jodan también a los pezones con sabor a sándalo y a olor a naranja amarga.
Relee esos poemas no tan antiguos y todavía vigentes. Algunos le gustan, otros le dan un poco de vergüenza. Dicen que la distancia es el olvido blablabla. Por eso ha intentado coger distancia con los textos, pero no para olvidarlos sino todo lo contrario: para acercarse a ellos, para hacerse su amigo y acogerlos y mecerlos y que vuelvan a casa, pero se resisten.
No le gustan los poetas jóvenes vivos; le parecen pretenciosos, inacabados, cursis, indolentes, inseguros y casi todos muy malos. Prefiere a los muertos. Gil de Biedma, Pedro Casariego, Ángel Gonzalez, Neruda, Whitman , Sylvia Plath, Gatta Cattana, Gloria Fuertes, Carlos Barral, Leopoldo Panero, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre.
Aunque Luis García Montero está vivo y Manuel Vilas y Benjamín Prado, y quizá también Joaquín Sabina.
Esos poetas muertos eran buenos y no pintaban sus micropoemas en contenedores. Dice que hay muchos poetas jóvenes que se creen poetas de verdad. Para ellos hilar cuatro mierdas sobre amor, colgar cuatro frases mal puestas en el sumidero de Instagram, y recitar en el Slam Poetry es poesía. Poesia o barbarie, dice.
Y por su culpa también dice que ya no escribe poesía.
Por culpa de su risa con resorte de muelle de payaso.
Sus pies intentando desprenderse de los calcetines.
Correteando detrás del perro con sus Skechers nuevas, de color verde chillón.
La vida formándose a cada paso, todo el rato.
Por su culpa.
Los dientecitos, las manos.
Por culpa de su boca llena de yogur, que le hace un bigote blanco y refulgente.
Gritando para escucharse con eco y escuchar y gritar al mundo que ya estamos aquí.
Llevándose los dedos a la nariz y a las orejas y pateando la pelota que aún no mancha.
Dice que es por eso.
Es por eso, la culpa de la muerte de la poesía.
Es la vida,
que se abrió paso,
cojones.
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