Hagamos la prueba. Probemos a escribir como si de ello dependiera volver escuchar el ruido de los ecos que nos perdimos. Olvidemos las raíces de los árboles que se pudrieron en el camino de bayas y estrellas, ya que sólo servirán para tropezar en los senderos esquivos, esos que se elevan hacia ese cerro lejano sin más propósito que el de los pasos que le sucedieron y que sucederán, tal vez.
Hagamos la prueba. Pensemos que el recuerdo de mi cara es la sombra en color reflejada en el arroyo congelado a tu cuerpo adherido. Vayamos al presente en naves espaciales sin rumbo fijo con cascos de colores de acuarelas invisibles troceadas en galaxias infinitas cinturones apretados: sueños preparados tres dos uno ya.
Como si fuéramos a vivir eternamente de manera intermitente y no dentro de esos nichos tan feos donde en enero el frío se esconde hasta del frío. Juguemos con el arco impertinente y las flechas floreadas que se estiran y que llegan y atraviesan los tendones del corazón de febrero marzo abril y mayo, donde el frío ya escampó y por fin escapó, de tanta penitencia.
Último acto: aquel donde los muertos brotan de sus tumbas a bailando el At last de Etta James después del invierno crudo. Difuntos que funden bailando juntos, moviendo las caderas a modo de metrónomo cuando nadie los ve; viva imagen de la vida que vive enterrada a medias bajo este techo azul que todavía nadie contamina.
Por el balcón a plena luz del día se cuela a través de las rendijas algo de frío. Plein soleil. Alegría, desparpajo, autovías sin coches, esperanza y comienzo.
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