#Boutade

Le veo, me voy acercando, le voy cercando. Sin que se dé cuenta. Le llevo viendo en este bar desde hace dos semanas. Yo voy un poco borracha ya, como siempre. Pero eso no importa y además, da igual, porque él está todavía más borracho que yo. Son las dos de la mañana, suena The National y es la tercera vez que le veo. Se llama Alejandro, me han dicho. Debe ser algo más joven que yo. Y algo más alto.  Es razonablemente alto y delgado. Viste un jersey ancho y barba incipiente sin llegar a hípster. Todo bien. En una mano, botellín de Mahou. En la otra, los nudillos tatuados. Love-hate. Ya os lo imaginabais.  Se ríe. Se ríe como sólo los hombres de los que te enamoras pueden hacerlo. Y bebe. Y está tan borracho y eso me parece tan gracioso como sólo los hombres de los que te enamoras pueden parecerlo cuando están borrachos. Hemos pasado de The National a Band of Horses. Todo bien. Os he dicho que es la tercera vez que le veo. Le cerco. Y le veo. Y me mira, y sucede.

Sucede que a veces que cuando estás en lo más alto de la canción, de tu vida, de la montaña o de la noche, pasa que una sola palabra, o pensamiento, o recuerdo, una sola de estas cosas es suficiente para hacerte el clic y bajarte al suelo. Clic es vuestra puta cabecita loca. Un clic. Una visión, un pensamiento, un recuerdo, una frase.

Unos pies.

Sucede que Alejandro tiene unos pies absurdamente pequeños. Lleva unas bambas azules que bien pudiera haberse comprado en Zara Kids. El tipo de pies que no pueden sostener a ese tipo de hombre. Un tipo de cuerpo hecho en dos mitades. Un hombre puede ser bajito, tener las orejas diminutas, incluso tener unas orejas sin lóbulos, una nariz pequeña, o incluso una polla pequeña. O muy pequeña. O un micropene. Pero unos pies pequeños.

Alejandro me dice hola, me han dicho mis amigos que querías conocerme y tal y todo eso, me dice mientras el DJ del bar ha decidido que ya es hora de cambiar el rock barbudo por electro house que me hacen acordar de los laboratorios de Pablo Escobar. Sí, estooo, te he visto varias veces por aquí, pero, mira, resulta que tengo un novio, un chico, ves, es ese de ahí al fondo.  Alejandro se queda absorto mirándome como la loca que estoy pareciendo, y yo me retiro lo más dignamente que puedo al ritmo de un rabioso electrobeat. Le miro por última vez antes de salir, como quien mira una oportunidad perdida. Le miro a la cara lo más fijamente que puedo, haciendo esfuerzos para no mirar el suelo por donde pisa, y desde la distancia suspiro, le tiro un beso y le digo adiós.


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