Nado. Por primera vez en todo el año (se dice pronto) tengo tiempo libre. He decidido que así sea. No podía continuar mi camino hacia los lugares a los que me dirijo con toda la carga que me impuse llevar a cuestas. Hay cargas imprescindibles y cargas innecesarias y también otras, como ésta que me he quitado del medio, que me empujan en dirección contraria. Porque al sitio al que voy se llega nadando y una mochila demasiado pesada me arrastra hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo. Y toda la fuerza la empleo en no hundirme. En lugar de en ir hacia adelante.

Tengo tiempo libre y nado. Nadar es leer, hacer recados, pasear y beber con amigas y tintarme el pelo. No me tintaba el pelo desde los veinte años. Y de camino hacia la peluquería, pienso. Me permito fluir en el agua, ligera. No me estoy leyendo ninguno de mis libros pendientes. Abandonados desde diciembre, se resignan. Leo lo que se me ocurre, lo que se me cruza, lo que me apetece. No voy a seguir ni una lista más de cosas que hacer en mi tiempo libre. Ninguna. Lo juro.

Nadando me descubro fértil. ¿Qué puede crecer en un cerebro embotado, concentrado y con prisa? Nada.

Parece obvio, pero, a la hora de la verdad, las cosas más obvias son las que más pasamos por alto. Mi mentora actual de dibujo dice: «common sense is not common practice». La adoro. Estoy segura de que cree que soy un desastre, y quizás lo sea. Quizás lo sea. Pero este desastre está aprendiendo, está creando, se expande.