En mis turbulentas fantasías (que quizás nunca lleguen a plasmarse en el mundo real), ellos (siempre ellos aunque a veces ellas) nos miran con desprecio, asco y un ligero aburrimiento, como quien detecta gusanos vivos en un paquete de arroz; dicen: «joder, ahora me tocará tirarlo y comprar otro nuevo», porque este paquete de arroz en concreto es totalmente prescindible, hay otros doscientos solamente en una balda del súper que les quede más cerca. En esas mismas fantasías, creo que están convencidos de que no queremos trabajar, de que nuestro objetivo final es que todo esto se vaya a pique, y con eso en mente hablan entre sí de nosotras (aunque, en el fondo, sé que probablemente no estén hablando de nosotras, que ni si quiera piensen en nosotras aunque nosotras nos pasemos la vida pensando en ellos). Y pese a que en el fondo es cierto, si definimos trabajar como ser sumergidas previo acuerdo para extaernos el almidón y después escurridas, hervidas, aliñadas y machacadas por sus malditos dientes, pero no tan cierto si definimos trabajar como existir en el mundo aportando nuestro granito de arena a un proyecto común, sea cual sea... Yo me descubro más enamorada que nunca del oficio que afilo, y si amas algo deseas que no se termine nunca la relación que os une, el vínculo que os mantiene funcionando en simbiosis, pese a todo. Pero por encima del pese a todo, amar, o la definición de amar en la que creo, significa cuidar el uno del otro y currárselo para que la vida sea compatible con la relación. ¿Creéis que si no me importara, si quisiera que todo esto se vaya a la mierda, me pasaría la vida intentando que sea mejor? Los que no amáis este oficio, dejadme que os diga, sois vosotros.