Mi perra vida temporada 2025, episodio 28.
Relato - Offline | Bonus track
Offline
Daniel había perdido la cuenta de las noches en las que apenas lograba conciliar el sueño unas pocas horas. Desde hace semanas él sabía que era cuestión de tiempo para que su nombre fuera de dominio público. Cuando abrió los ojos como si realmente hubiera dormido, vio su foto en la pantalla montada en la pared del dormitorio sin causarle sorpresa. Sin embargo, asumía que sería el fin de su vida social, ya que de su carrera profesional y laboral se habían encargado de destruirla. Su pantalla móvil comenzó a vibrar e iluminarse intermitentemente, muchísimo menos en la que meses antes había publicado en redes sociales, vestido con el uniforme de la corporación su ingreso a la unidad policíaca de vigilancia digital, debajo del mensaje “primer día en la institución de seguridad más importante del país”, en esa ocasión recibió un alud de comentarios. Ni siquiera se molestó en leer los mensajes, era consciente de que eran la manifestación hipócrita de quienes a partir de ese momento jamás lo volverían a contactar, y mucho menos incluir en las actividades de ese selecto grupo.
Mientras recorría las calles en su auto, recordaba el malhadado día en que como cualquier otra mañana de trabajo, vigilaba las múltiples ventanas de los monitores, en los que a través de los sistemas de videovigilancia distribuidos por toda la ciudad y con la información en tiempo real proveniente de los dispositivos móviles de los sospechosos, determinaba con ayuda de una inteligencia artificial que aseguraba 99.999% de precisión, qué objetivos deberían ser detenidos y llevados a prisión preventiva. Esa mañana estaba somnoliento, la noche previa que acabó en una festiva madrugada, le estaba haciendo difícil su trabajo. Pero cuando uno de los recuadros comenzó a parpadear frenéticamente salió de su letargo. El sistema indicaba una coincidencia con el nombre de uno de los capos más importantes de distribución de drogas y tráfico de migrantes. En la pantalla se veía un tipo alto, delgado, correoso, con rasgos latinos, algo imprecisos porque la sudadera con capucha no permitía hacer una confirmación ultraprecisa. Mientras leía los mensajes que intervenían del sospechoso, Daniel no tuvo dudas, detalles de una batalla con una pandilla rival que según iba leyendo había dejado varios muertos, le confirmó que era uno de los mafiosos más buscados, puso el apuntador del ratón sobre su cara y pulsó el botón derecho marcando la casilla de máxima peligrosidad. El sistema le obligó a confirmar en dos ocasiones su elección, en la última un mensaje en la pantalla le advertía que esa decisión implicaba la anulación de todos los derechos fundamentales del implicado, se lo pensó un segundo, pero el sistema seguía marcando una concordancia precisa, podía esperar a que el nivel de precisión aumentara, con la posibilidad de que escapara o asumir el riesgo. Confirmó la segunda advertencia, era la primera vez que marcaba la máxima alerta ante un sospechoso, así que con las arterias del cerebro pulsándole violentamente se mantuvo atento a la pantalla que ahora había maximizado. Agentes encubiertos se acercaron al sospechoso, mientras decenas de patrullas cercaban el perímetro. Daniel miraba la dramática escena, el sospechoso corre para escapar, logra adelantar a los policías unos metros, que al notar que no lo alcanzarán se detienen y preparan sus armas para disparar, la capucha del perseguido se resbala de su cabeza y deja ver a Daniel el rostro de alguien no mayor a un adolescente, en una fracción de segundo sabe que se equivocó, mira al teclado para presionar la secuencia de cancelación, pero antes observa cómo el sospechoso es abatido a tiros. Cuando se confirmó que la policía había asesinado a un adolescente que comentaba en un chat con sus amigos la última partida del videojuego de estrategia de guerra, David por casi nada se salvó de la cárcel, pero en castigo lo degradaron a una de las oficinas de atención offline o como coloquialmente la llamaban en el departamento de policía, oficina de discapacitados digitales.
Estacionó el auto y bajó nuevamente a la realidad, después de cincuenta minutos se encontraba en una de las zonas más pobres que circundaban la ciudad. De manera “orgánica”, así lo denominaban los políticos, la gente por diversas circunstancias no podían o querían utilizar ninguna de las tecnologías de información. Se fueron aglutinando en pequeñas ciudades, lo cual era una respuesta eficaz para todos. La gran mayoría de los nativos digitales no se veían expuestos a algo tan impropio y disruptivo, como dejar de usar Internet. Por otro lado esos discapacitados esquivaban la violencia de que eran objeto en las ciudades inteligentes. El reglamento de la oficina indicaba la obligatoriedad de su personal a no usar absolutamente ningún dispositivo digital, lo que a Daniel los primeros días le generaba ataques de ansiedad. Anillo, reloj, pulsera digitales, dispositivos de comunicación y escritura electrónica, cualquier tipo de pantalla estaba prohibida al cruzar la puerta de la oficina, llena de anacrónicos formatos de papel, tarjetas de pago anonimizadas; y por supuesto decenas de personas con limitaciones auditivas, visuales, de edad avanzada y anarcotecnolófobos. Todos ellos se movían extemporáneamente en un mundo alejado de los beneficios de la última tecnología. Este barrio variopinto, a los ojos del resto del mundo no podría ser otra cosa sino un grupo de subnormales o delincuentes.
Ese día en particular olvidó llevar su comida, le daban desconfianza los comercios locales. Le habían dado dinero en efectivo para viáticos, pero el solo hecho de traer billetes o monedas en los bolsillos le causaba repugnancia, y los había dejado olvidados en el auto, pero el hambre le obligó a recordarlo. Caminó unas cuantas cuadras sin lograr encontrar dónde comer algo, por lo que tuvo que preguntar dónde podía encontrar algún restaurante, así como recordar las indicaciones que otrora hubiera seguido mirando una pantalla. Apenas entrar al restaurante le llamó la atención la decoración, propia de tiempos remotos, pero en especial la ausencia de pantallas con menús o promociones, códigos QR para descargar la aplicación, hacer un pedido o escribir alguna reseña. Lo siguiente que le preocupó es que no había mesas vacías, apenas algunos lugares aislados, observaba atónito que nadie tenia alguna pantalla entre las manos y todos platicaban viéndose a la cara. Por más que fijaba la vista, como si eso hiciera aparecer una mesa libre, no encontraba sitio. La mujer que atendía el restaurante le dijo en voz baja a sus espaldas, mientras llevaba platos con comida. – Toma cualquier asiento, ahorita te atiendo. Daniel abrió aún más los párpados y puso atención. Identificó una de las mesas donde le pareció ver caras conocidas, seguramente eran usuarios de la oficina de atención offline, lo que él desconocía era que prácticamente todos los comensales ya habían sido atendidos por él, pero como normalmente nunca miraba a nadie a la cara, no los reconocía. Tomó asiento con pena e incomodidad, lo cual se acentuó cuando una acalorada plática, se tornó en sepulcral silencio, donde solo se escuchaban los cubiertos al contacto con los platos. En ese momento deseaba más que nada tener una pantalla en la mano que lo ayudara a evadir esa situación. Se acercó la dependienta, lo saludó cordialmente y le recitó el menú. Daniel sorprendido no entendió nada, la chica al ver su cara le explicó con detenimiento las opciones de comida. Él eligió lo primero que entendió, la chica lo anotó en una libreta y continuó su faena. Súbitamente alguien rompió el silencio, le preguntaron si era el encargado de la oficina de discapacitados digitales. Sorprendido de que supieran su secreto, contestó afirmativamente con un monosílabo, y todos comenzaron a platicar alrededor del tema, en especial querían saber la forma en qué había llegado ahí. Daniel dio explicaciones enredadas, que los demás no entendieron, pero sí infirieron que no quería hablar del tema, así que continuaron con su charla previa. Se apresuró a terminar de comer para regresar huyendo a su oficina que, por primera vez la percibió como un lugar seguro. Lo que el día anterior había sido una situación accidental, ahora lo era menos, algo le atrajo, no sabía si la comida que simple pero sabrosa, el ambiente algo festivo del restaurante, o la dependienta, a la que no dejó de observar el día previo. Así que a la hora de la comida, confirmó que trajera los billetes para pagar y se encaminó hacia el restaurante. En esta ocasión al entrar, buscó directamente la mesa, esperando que hubiera un lugar disponible, se tranquilizó al ver que había dos espacios, se apresuró a sentarse y sorprendió a los comensales, eran las mismas caras conocidas, los que tras intercambiar miradas, continuaron con su diatriba, en la que paulatinamente fueron incluyendo a Daniel, todos en la mesa perdieron la noción del tiempo, hasta que la dependienta se sentó a su lado, y le tocó el brazo para decirle que ya era hora de abrir la oficina, ya que seguramente habría gente esperando. Se levantó sorprendido tanto de la información, como del contacto físico, así que pagó y regresó a trabajar mientras sonreía por la calle.
Cuando los sistemas de videovigilancia detectaron la ausencia de Daniel en las calles, bares y restaurantes que frecuentaba durante el fin de semana, su estatus fue cambiado a “sujeto sospechoso”.