Primer encuentro
Publicado originalmente en junio de 2018
Nunca olvidaré el primer encuentro que tuve con Miriam de Magdala. Nada más bajar del autobús que me dejaba en la puerta de mi nueva comisaría —disfrazada de almacén de uno de los barrios industriales de la periferia— percibí un suave tirón curioso, casi infantil, de mis sentidos pretersensibles; un suave escaneo que no hizo intento alguno de sobrepasar mis barreras, firmemente entrenadas desde mi infancia desde que descubrí que podía ver, sentir y hacer cosas que los que me rodeaban simplemente no podían.
Un par de minutos después, esta leve sensación se transformó en una... imagen de cálida bienvenida y una fotografía mental de donde me esperaba. Nunca había percibido una imagen tan clara: era una imagen exacta de cómo era el lugar, cómo olía, sus sonidos, sus colores y un movimiento desesperadamente lento.
Tras unos segundos de estupor, comprendí que mis sentidos humanos simplemente intentaban condensar la brutal cantidad de información que acababan de recibir, algo así como intentar parar una ola gigante con las manos. Instintivamente y a la desesperada, lancé esa imagen a través de mis barreras como un grito mudo. La imagen desapareció casi al instante, dejándome una sensación de arrepentimiento sincero. Miriam tenía que acostumbrarse a volver a tratar con humanos; su largo letargo autoinducido de casi mil ochocientos años la había vuelto un poco descuidada.
Aun ligeramente aturdido, y casi de manera automática, llegué al lugar. El amplio almacén estaba vacío, pero había sido secretamente amueblado, climatizado y cableado para hacer el trabajo de nuestra unidad de élite lo más fácil posible. Entonces la vi.
Sentada en un despacho de paredes de cristal, disponiendo únicamente de una enorme mesa sobre caballetes de metal y una estantería repleta de libros, Miriam leía concentrada un expediente de las pilas de ellos que abarrotaban la mesa. No disponía de ordenador por el momento, pero no parecía importarle. Sentada sobre una dura silla de madera sin reposabrazos, y encorvada sobre el expediente, parecía una estudiante universitaria, con una imagen de mujer joven y delicada que era la antítesis de la realidad.
—Señora —saludé al entrar con un leve toque en el marco de la puerta abierta.
—Miriam —respondió ella con una leve sonrisa en los labios mientras me miraba fijamente—. Debo disculparme por lo de antes, hace mucho, mucho tiempo que no me comunicaba así con los humanos, no desde... —Calló, dejando en el aire una intensa sensación de dolor y pérdida. A veces mi don es una maldición—. Siéntate, Félix —me indicó relajada.
No había ningún indicio de Control en su voz: era su voz mundana, dirigiéndose a mí como un amigo. La homo vampir despierta más antigua, fundadora de la Orden Blanca, me trataba como un igual.