Μένω εκτός

Publicado originalmente en agosto de 2015

Soy Mariam, soy Abdul, soy Noor, soy Reza, pero estos son solo algunos de mis miles de nombres. Antes —parece que hayan pasado siglos— vivía en una pequeña casa al lado del mar, en un apartamento en una gran ciudad, en una cabaña de adobe junto a la mezquita, en una pequeña tienda desmontable en medio de la montaña. Jugaba con las redes de los pescadores mientras ayudaba a desenredarlas, trabajaba en una pequeña empresa familiar, escribía en un pequeño periódico local, viajaba con nuestro ganado buscando la hierba más fresca.

Un trágico día, hombres armados entraron en el pueblo, encapuchados, y fueron casa por casa buscando a niñas como yo para casarse con ellas; era la voluntad de Allah, decían. Un vecino malintencionado me denunció por mi orientación sexual —«Que un hombre se enamore de otro es un pecado mortal», aducía—. Las autoridades de mi ciudad ordenaron mi detención por escribir sobre la libertad de la mujer de llevar o no hiyab y de decidir sobre su propio cuerpo. El ejército me persiguió con sus grandes coches blindados: mi etnia, nómada desde el comienzo de los tiempos, es indigna y primitiva, y debe desaparecer para dar paso a la modernidad y el orden.

Ahora no tengo nada a lo que llamar hogar. Vagué por desiertos, montañas con hielos perpetuos, mendigando a las caravanas, con ampollas, heridas, miembros amputados, hasta llegar a un gran, gigantesco yermo repleto de tiendas de campaña de un blanco inmaculado, todas ordenadas en filas y columnas de sectores nombrados con las letras del alfabeto y números consecutivos.

Ahora gente con buena voluntad y escasísimos recursos me indica que debo esperar. ¿Esperar? Sí, los gobiernos celebran reuniones al más alto nivel para decidir quién nos acoge o nos deja atravesar su territorio. Personas a las que no importo, vestidas con ropas de miles de dólares, alrededor de lujosas mesas de caoba hablando de mí como números y objetos.

Por lo que parece, las negociaciones no avanzan; los grandes estadistas tienen miedo: somos difíciles de controlar, evaluar y normalizar. Somos distintos a ellos, somos un peligro para su vida tranquila y sosegada. Sigo esperando en este infierno, a 45º durante el día y -5 al ponerse el sol.

Una línea invisible pintada en un mapa, posiblemente por alguien muerto hace siglos, me separa de mi dignidad. Monstruosas guerras comandadas por fanáticos de todo tipo sedientos de poder asolan mis hogares. En nombre de religiones, petróleo, ideas y dólares convivo con un dolor permanente. Perdí a mis padres, mis hijos, mis hermanos, mis animales, y todo ello sin razón alguna.

Μένω εκτός, me quedo fuera, mientras se deciden mi futuro y mi libertad a miles de kilómetros de esta estepa desolada. Aunque no me he quedado mudo, he perdido mi voz.

Y tú... ¿Me escuchas?


¡Gracias por leerme!