Los pequeños detalles
Con las obras culturales me pasa una cosa. Cada vez más me fijo en obras pequeñas. Siento la cercanía de los grupos de personas que son capaces de desarrollar un videojuego, grabar música, escribir un libro, sean profesionales o no; personas que ponen un montón de esfuerzo y cariño en los detalles, en la comunicación, en el proceso.
Cada vez más, compro jueguicos desarrollados por estudios muy pequeños; los últimos discos de música que me he comprado ha sido en Bandcamp o directamente a los artistas. Aparte de que se han convertido en unos de mis grupos favoritos, me encanta que el bajista y creador del grupo Glass Hammer me envíe el disco por WeTransfer, agradeciendo su compra. Esa cercanía me da mucho calorcito.
Estoy intentando escribir, y estoy conociendo a personas que también lo intentan. Comprendo, y sufro, el esfuerzo que lleva escribir y publicar un libro. Entiendo las decepciones cuando rechazan un manuscrito; la ilusión por presentarse a un concurso que, en realidad, estás seguro de que no te van a premiar. Pero, oye, ¿y si...? Las presentaciones a las que va muy poca gente, las pocas ventas...
Estoy convencido de que todas las escritoras y escritores que sigo, saben que no han escrito una obra maestra, pero sí quieren entretenernos, que lo pasemos bien leyendo sus obras. Les apasionan los mundos que crean o visitan, y nos los muestran usando cientos de miles de palabras que siembran en los ratos que tienen libres.
De adolescente, era un pedante. Siempre lo he sido; al menos hasta hace unos años. Ya de pequeño se me veían maneras 👓. Presumía de cultura elitista, y me enfangaba con los debates de altos vuelos sobre minerialismo.
No sé cuándo di media vuelta para observar otros detalles. Llevo unos años leyendo autoras autopublicadas, o publicadas en editoriales discretas. Noto una manera audaz de hacer las cosas, de sentirlas. No se envuelven en palabras petulantes, como estoy haciendo ahora. Se trata de transmitir pasión, aventura, romance, fantasía... cualquier género o etiqueta que les guste. Y a fe mía que lo hacen.
Soy muy contradictorio. Me han ofrecido lecturas beta porque dicen que soy un lector muy exigente. Y, sin embargo, hoy en día, soy incapaz de ponerme mis gafas de pasta y criticar una obra que, me consta, arrastra muchísimo esfuerzo y noches en vela. ¿Quién soy yo para decir qué aspectos son buenos o malos si, tal vez, con ello, puedo romper la ilusión del autor?
Por eso, ya no hago reseñas. En algún momento, a todos los libros les saco algo con lo que disfrutar: un detalle, una frase, un momento, un respiro, una palabra que me abraza. Soy incapaz de recomendar libros en general. Si conozco tus gustos, puede que te recomiende según lo que leas; eso creo que lo sé hacer, más o menos, aunque sean lecturas que no me gustan. Pero decir por mí mismo si un libro me ha parecido bueno o malo, me cuesta horrores; no sé hacerlo.
En este punto, olvida lo que he comentado. Empieza mi pero.
El año pasado, entre las autoras que leí, solo hubo una de la que repetí lectura. Lo hice a gusto porque me siento a gusto con ella; con sus obras, con su prosa, con lo que quiere decirme. He disfrutado sus aventuras y me he creído a sus personajes. Algunos más, otros menos, pero me los he creído. Hablo de Belén Conde.
Antes de entrar en sus obras, debo decir que me encanta cómo lleva sus redes sociales (al menos, la de @BelenConde@masto.es">Mastodon, que es por donde la sigo). Siempre está poniendo datos curiosos sobre hechos que, supongo, están relacionados con las obras que tiene en su cabeza. Como he dicho por ahí arriba, es de esas autoras que se esfuerza, y se nota, en transmitir sus pasiones. La conocí personalmente en la feria del libro de Madrid, y me firmó dos veces su libro. Ya lo tenía firmado por la compra, y como lo estaba leyendo por esas fechas, lo llevaba en la mochila y me lo volvió a firmar. Un gran detalle.
He leído Ambaris: Ojos de lava (inciso, lo tengo comprado en físico y en digital, donde terminé leyéndolo porque me resulta más sencillo), y El mar de los sueños. Este año leeré El guerrero y la mariposa, que ya lo tengo en mi biblioteca digital 😊.
En ambos he encontrado esa prosa sencilla y ágil que me mantiene concentrado en su lectura. De Ambaris, lo que más me impresiona es la capacidad que tiene Belén de estudiar los temas de los que quiere hablar, y tratar los datos que quiere contar.
Me pongo un momento mis gafas de pasta (perdón), para decir que, quizá, lo que menos me gustó del libro es, precisamente, que me dio la impresión de que volcaba muy rápido todos los datos que había recopilado. Creo que, en el mundillo literario, es lo que se refiere a contar más que mostrar. Claro, en mi caso hago justo lo contrario, así que no me hagas caso en esto, si lo que te gusta es que te cuenten cosas.
De El mar de los sueños, me quedo sin ninguna duda con el triángulo de protagonistas. Llevan muy bien sus sentimientos, y cada uno tiene una forma de ver las relaciones que va cambiando desde el respeto y el trato entre ellos. Muy optimista su forma de verlo, ojalá el mundo se viera igual. La ambientación steampunk le queda genial, aunque me he quedado con ganas de que contara aún más de ese mundo. ¿Ves como soy contradictorio? Justo de lo que me quejaba que sobra en Ambaris, me quejo de su falta en este.
No conozco sus aspiraciones, y no sé lo lejos que llegará, pero sí sé que me llevo a un trío protagonista que recordaré durante mucho tiempo.
En resumen: si te gustan las aventuras que te lleven a mundos bien armados, tanto basados en hechos reales como en imaginados, y con personajes que te puedes encontrar a pie de calle (bueno, alguno no te gustaría que fuera tu vecino 😁), dale una oportunidad a Belén y a sus libros.
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