Herencia familiar
Carlos espera con ansia que su padre llegue a casa, no es que le tenga especial cariño, de hecho no le tiene ningún cariño. Ni él ni sus dos hermanos pequeños que están sentados a la mesa con los ojos vidriosos por el sueño y las tripas rugiendo por el hambre. Son demasiado pequeños para insultar a su padre, pero no tardarán mucho en lograrlo. -Mamá ¿cuando llega papá? -Pregunta Roberto con un hilo de voz, a pesar de que sabe lo que va a suceder no puede contener la pregunta. -¡Que te calles joder! En el diminuto comedor no se escucha nada, tan solo el frotar de manos de Paca, la madre de las tres criaturas que esperan la comida. No tiene dinero para crema de manos y sus manos son ásperas como las de un marinero. De madrugada friega escaleras y por las tardes casas de otras personas. Su paga son unas pocas monedas, las rodillas destrozadas y los riñones machacados. Hace años que no camina bien y de la espalda mejor no hablar. Las vecinas dicen que no necesitaría cargar cubos de agua, con las lágrimas de dolor que brotan de sus ojos apagados cada vez que tiene que levantarse podría fregar toda la vida. Malditas zorras les grita la Paca cuando se las cruza. -Somos zorras y a mucha honra, doña dignidad. ¡Por lo menos nuestros hijos comen todos los días! -Responden riendo a carcajadas.
El pequeño reloj que tienen encima de la televisión marca las nueve y cuarto de la noche, los niños ya tendrían que estar en la cama con la tripa llena por la cena y un pijama limpio después de bañarse. Todavía no han cenado, ni siquiera saben si lo van a hacer. Lo que sí saben es que el baño no se lo dan, su madre les dice que ya está fregando todo el día, y su padre que los hombres no hacen eso. Se escucha un golpe en el portal, unos pasos pesados que tienen problemas para subir los peldaños de la escalera y una llave que recorre la puerta buscando el hueco donde debe ser introducida. Los niños no dicen nada, se levantan y van solos hacia la cama, saben que esta noche tampoco se cena. -¡Hijo de la gran puta! -Su madre va corriendo hacia la puerta la abre de golpe y su marido cae a plomo sobre ella, como ya es experta logra esquivarlo y cae al suelo dándose un costalazo que le arranca un estridente grito. Carlos se tapa la cabeza con la almohada para no escuchar la pelea. Odia a su padre, odia ese olor a vino barato que trae y odia la cara que pone su padre cuando introduce una tras otra todas las monedas de la paga que le dan en la tragaperras del bar de la esquina.
Carlos recuerda todo eso mientras está tirado en el suelo de su casa. Llega borracho, la paga que le han dado por ser viernes se la ha gastado entera en el bar de la esquina. No tiene muy claro como ha llegado hasta casa ¿le habrá acompañado algún parroquiano? Huele a orina, imagina que se habrá meado. Lo único que escucha son los llantos de su mujer de desesperación y de su hijo pequeño de hambre. -Puta vida, como te odio papá. -Murmura de forma ininteligible.