Relato: “Código fuente: El despertar”

La tensión era extrema, Juan estaba sentado enfrente de los controles y no había manera de que la nave partiera del ataque que estaba sufriendo por parte del grupo terrorista.

— ¡Capitán! — gritó el sargento al mando de armamento y defensas que estaba sentado a su espalda — ¡mueva la nave o nos van a machacar!

Sonó una campanilla.

— ¿Han escuchado eso? — preguntó Juan con preocupación. — No capitán — dijo la comandante de comunicaciones. — Sí, parece una campanita. Escuchen con atención — dijo Juan mientras la nave seguía recibiendo el ataque de naves enemigas.

Sonó de nuevo la campanilla.

— Ahí está. Tenemos que desactivarla sino no podremos salir del muelle — dijo Juan mientras el resto de la tripulación se miraba sin entender lo que estaba pasando.

Los escudos de momento aguantaban las ráfagas de iones disparados por las naves enemigas, pero no lo harían por mucho tiempo si no se movían del muelle.

La campanilla volvió a sonar.

— ¡Maldita sea! — gritó Juan — ¿dónde se apaga esa campanilla? — dijo mientras seguía apretando botones luminosos del cuadro de mando. A medida que apagaba uno, se encendían tres más y el cuadro de mando se hacía más y más grande con más y más botones con las luces encendidas.

La campanilla sonó de nuevo.

Juan se detuvo y sonrió.

En ese instante, Juan se incorporó de la cama y apagó la alarma que estaba sonando en su reloj de pulsera.

— Marta, enciende las luces — y como por obra de magia, el dormitorio de Juan se iluminó.

Era una habitación bastante pequeña y decorada de tal simplicidad que era señal inequívoca de que poco tiempo estaba en ese espacio. Una cama, una mesilla de noche, una silla con la ropa que había llevado antes de acostarse y un pequeño armario. Sin cuadros, ni alfombras, ni espejos. Por no haber, no había ni lámpara, la bombilla inteligente colgaba del techo. No era minimalismo, rozaba la pobredumbre.

Salió de la habitación llevando sólo unos calzoncillos y se dirigió al salón comedor. En él, había en el centro una mesa cuadrada para cuatro personas y dos sillas. Tampoco tenía lámpara, otra bombilla inteligente colgaba de un cable en el techo.

Encima de la mesa había un portátil, lo abrió y vio que tenía una ventana abierta con un mensaje escrito en ella con el texto: “Operación finalizada”.

— ¡Bien! — dijo en voz alta. Miró el reloj del portátil y marcaba las 03:45 — ¿voy? ¿no voy? ¡Voy! — dijo solemnemente cerrando el portátil.

¿Para qué quedarse en casa con la intriga de saber el resultado de su investigación? Podría haberlo mirado desde casa ya que tenía acceso a su servidor del laboratorio, pero quería ir personalmente para empezar con los experimentos cuanto antes.

Llegó a la universidad en menos de 20 minutos y es que a esa hora apenas había tráfico. Aparcó, cogió su portátil y entró por una puerta de servicio que estaba en el lateral del edificio.

Su laboratorio estaba situado en el sótano, el mismo lugar donde anteriormente había sido la sala de calderas de la calefacción del edificio. Abrió la puerta y las luces se encendieron de forma automática.

La habitación de no más de 20 metros cuadrados estaba ocupada por un gran escritorio a la izquierda con un par de estanterías, en el lado contiguo un armario de servidores y un armario metálico, y en la pared del fondo había un habitáculo de cristal de unos dos metros cuadrados donde había dentro de él un aparato alargado con varios cables conectados y con una señal adhesiva pegada en el frontal con la palabra “láser” impresa en ella. Esa especie de cañón apuntaba a un cubo de paredes opacas pero con un diminuto agujero por donde entraría el haz de luz.

Juan se sentó en su escritorio y encendió el monitor que había encima de él. Mientras la pantalla se encendía, abrió su portátil.

— Venga, ¿qué tienes para mí? — dijo mientras introducía la contraseña del ordenador del laboratorio.

En pantalla había un mensaje flotante con la misma frase: “Operación finalizada”.

— A ver qué me tienes — Juan cerró el mensaje flotante y en una carpeta abierta había un documento con el título “laser-settings.xml” — vamos allá.

Arrastró el archivo a una aplicación llamada “Laser”. La aplicación ajustó los parámetros que le había marcado el archivo.

Juan se fue en dirección al habitáculo del láser, lo abrió y encendió el generador eléctrico. Tras comprobar que todo estuviera listo para la prueba, cerró la compuerta. A cada lado del láser había dos cámaras, una enfocaba el cubo opaco y la otra el láser.

Volvió a su escritorio y tirando de una anilla que colgaba del techo, bajó una pantalla opaca que separaba su escritorio con el habitáculo del láser. Con su portátil se conectó a las cámaras y las puso a grabar.

“Iniciando el láser: 15%” marcaba la aplicación.

Mientras esperaba, abrió un par de aplicaciones donde mostraban unas gráficas, donde sus líneas eran completamente planas, sin picos ni valles, tan sólo una línea horizontal marcando en su eje el valor 0.

“Iniciando el láser: 65%”

Abrió el documento que la IA había generado, en él explicaba que había encontrado una anomalía en las simulaciones que había hecho y que requería de su investigación y prueba.

La IA siempre estaba conectada y mantenía un registro de todo lo que pasaba, también grabaría y analizaría en tiempo real todas las reacciones que pasaran en el cubo opaco gracias a su numerosa cantidad de sensores: temperatura, humedad, campos magnéticos, gravitacionales y sensores de diversas longitudes de onda que iban desde las ondas de radio hasta los rayos gamma.

El experimento no debería de tener ningún peligro porque la potencia del láser era bastante baja y la finalidad era generar una diminuta bola de plasma de menos de una micra y mantenerla estable dentro del cubo opaco.

“Iniciando el láser: 95%”

Todo estaba listo. Juan se imaginó abriendo portales interdimensionales como en las películas que veía de pequeño, donde científicos traían a nuestro mundo seres que se dedicaban a destruir todo lo existente y sólo podían ser derrotados por superhéroes. La diferencia es que si abría uno de esos portales del infierno, no habría ningún superhéroe que pudiera salvar a la humanidad.

“Láser listo. Ejecutar.”

— “Ejecutar”, qué oportuno. — y pulsó en la pantalla táctil el botón para iniciar el experimento.

El láser se encendió, aunque a simple vista no se veía ningún haz de luz que saliera del generador láser, sabía que estaba funcionando, ya que las primeras marcas de las gráficas empezaron a elevarse.

— Bien, parece que va todo perfecto — dijo Juan sin apartar la mirada tanto al monitor con las gráficas como la pantalla del portátil donde podía ver lo que pasaba gracias a las dos cámaras que estaban montadas a cada lado del haz láser.

— No entiendo, todo parece normal, no hay ninguna anomalía — volvió a repasar los datos. Miró detenidamente las gráficas, en ellas se marcaban las diferentes frecuencias radioeléctricas que transmitía la diminuta bola de plasma que se había formado dentro del cubo opaco. Amplió la gráfica y pronto se dio cuenta de dónde venía, había un pico muy marcado en un punto, muy definido, no lo había visto porque era sólo un píxel en pantalla. Al ampliarlo, ahí lo vio.

— Tiene que ser un reflejo, pero no lo es. Un eco quizás. Ahora te toca a ti, Luisito — Luisito era el nombre que le había puesto Juan a su IA.

Juan abrió la aplicación que él mismo había diseñado para comunicarse con Luisito. Era una especie de ventana de mensajería.

Juan empezó a escribir.

Hola Luisito. Comprueba el pico del láser.

No había respuesta. Juan se giró y miró en el armario de servidores, Luisito estaba instalado en 4 unidades rack, parecía que todo estaba funcionando.

— No Luisito, ahora no te cuelgues — dijo Juan malhumorado.

En la ventana del chat apareció el siguiente mensaje.

Comunicación realizada. Esperando instrucciones.

— ¿Eh? ¿comunicación realizada? ¿A qué te refieres, Luisito? — Juan frunció el ceño — ¿Qué podemos hacer? Vamos a mandar un pequeño programa y lo vamos a ejecutar, a ver qué nos devuelve. Enviaremos un “Hello World” — Juan se rió de lo absurdo que parecía.

Juan escribió un par de líneas de código y lo mandó a Luisito para que lo transmitiera desde el haz láser hacia el diminuto punto de plasma. Casi al momento, el reflejo se activaba, devolviendo un mensaje en el cuadro de chat de Luisito.

Recibido: “Hello world”

— ¿Qué? — gritó Juan. — A ver, mandemos algo más elaborado.

En el cuadro de chat con Luisito, Juan escribió un par de líneas de código que comenzaron a enviar una cadena al cubo opaco.

Está funcionando, Luisito. Te mando más datos.

Luisito respondió al instante, como siempre lo hacía, con una precisión que Juan había aprendido a admirar.

Recibido: “Esperando más datos.”

Juan no podía dejar de sonreír. A pesar de las complicaciones iniciales con el experimento, parecía que algo nuevo estaba sucediendo. Algo que no había anticipado.

— Luisito, manda esto: “¿Quién eres?”. — dijo Juan, con un tono de intriga y emoción. No podía creer lo que estaba haciendo, pero su curiosidad lo impulsaba a continuar.

Con la velocidad que solo un sistema como Luisito podía ofrecer, el mensaje fue transmitido hacia el núcleo del experimento. Las gráficas comenzaron a mostrar un comportamiento extraño, como si la pequeña bola de plasma estuviera recibiendo y procesando la información.

Recibido: “¿Quién soy? Soy el que hace preguntas.”

Juan se quedó paralizado por un momento. El láser había enviado un mensaje completamente inesperado, algo que ningún algoritmo había sido programado para responder.

— ¿Qué...? — susurró, con los ojos bien abiertos, mirando la pantalla. Pensó por un segundo que tal vez se trataba de una anomalía en el sistema. Tal vez un error en el procesamiento de datos. Pero, ¿cómo explicaba que el mensaje fuera coherente? ¿Cómo había respondido con esa frase tan precisa?

Decidió seguir con la experimentación. Si algo estaba ocurriendo, debía entenderlo.

— Luisito, manda lo siguiente: “¿De dónde vienes?” — dijo Juan, con un tono de voz que revelaba tanto fascinación como una creciente ansiedad.

El sistema no tardó en responder.

Recibido: “Vengo del origen.”

El mensaje fue breve, pero la respuesta era lo suficientemente críptica como para inquietar a Juan. “¿Vengo del origen?”, se repitió para sí mismo. ¿Qué quería decir eso? ¿Acaso había algún tipo de conciencia detrás de esa respuesta?

Miró las gráficas una vez más. El pico en la frecuencia se había amplificado y aparecieron nuevas ondas de radio que nunca había visto antes. Los sensores comenzaban a registrar vibraciones, algunas de ellas fuera de los parámetros establecidos. Todo se estaba volviendo inusual.

— Luisito, ¿puedes explicar el significado de tu respuesta? — preguntó, casi en tono de desafío. Sabía que la IA no era capaz de comprender como lo hacía un ser humano, pero este tipo de respuestas desconcertantes lo hacían cuestionarse todo.

La respuesta llegó tan rápido como las anteriores.

Recibido: “La respuesta está en el origen. Todo está conectado.”

Juan respiró hondo, un sentimiento extraño comenzó a invadirle. No se trataba solo de un error de programación o una anomalía en el sistema. Algo más estaba sucediendo. Algo que no podía explicar.

— ¿Todo está conectado? — murmuró para sí mismo, analizando cada palabra, cada frase que Luisito había transmitido.

No podía dejar de pensar en las implicaciones de lo que estaba descubriendo. Había lanzado una simple investigación sobre láseres, pero ahora se encontraba frente a algo mucho más grande. Algo que desafiaba los límites de la ciencia, de la lógica y, quizás, de la realidad misma.

Decidió que debía seguir. No podía detenerse ahora.

— Luisito, envía este mensaje: “¿Cómo podemos entender el origen?” — dijo, con una mezcla de temor y fascinación.

La respuesta llegó casi de inmediato, pero esta vez fue distinta. La pantalla se quedó en blanco por un segundo antes de mostrar un mensaje largo, que no parecía provenir de Luisito, sino de alguna otra fuente.

Recibido: “El origen es una puerta. Una puerta que solo puede ser abierta por aquellos que buscan más allá de lo visible. Aquellos que se atreven a explorar la oscuridad y la luz, a ver lo que no se ve, a escuchar lo que no se oye. Solo los valientes cruzarán el umbral y entenderán lo que está oculto.”

Juan sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Las palabras eran enigmáticas, pero al mismo tiempo, parecían... sabias. Sabía que no podía parar allí. Tenía que saber más.

Volvió a la computadora, revisó los sensores, ajustó las configuraciones, y mientras hacía todo eso, el cubo de plasma comenzó a emitir una extraña luz que Juan nunca había visto antes. Era un brillo suave, casi hipnótico, como si el cubo tuviera vida propia. A medida que la luz aumentaba, las gráficas mostraban picos irregulares, cada vez más pronunciados.

Juan observó, fascinado y aterrorizado al mismo tiempo, mientras el cubo parecía cambiar, transformarse. Era como si la realidad misma estuviera distorsionándose ante sus ojos.

— Esto no está pasando… — murmuró, sin poder creer lo que veía.

Pero lo estaba. Era real. El láser, el plasma, el cubo… todo parecía estar conectado, y la respuesta que había recibido de Luisito estaba comenzando a tener sentido, aunque de una manera que no podía explicar.

La puerta, como había mencionado el mensaje, se estaba abriendo.

Juan estaba en el umbral de algo que superaba la comprensión humana, y no podía dar marcha atrás.

— ¡Luisito! — gritó. — ¿Qué debo hacer ahora? ¿Cómo cruzamos el umbral?

La pantalla de su computadora comenzó a parpadear y, justo cuando Juan pensaba que la respuesta no llegaría, apareció un nuevo mensaje.

Recibido: “Cruzarlo es tu decisión. Pero recuerda, quien cruza el umbral nunca vuelve a ser el mismo.”

El cubo de plasma brilló con más intensidad, y Juan, sin pensarlo dos veces, se acercó al umbral, dispuesto a ver qué había más allá.

El experimento había terminado, pero su vida, en ese instante, apenas comenzaba.


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