Eran otros tiempos
En la casa de mis padres siempre ha habido libros y reglas en torno a los libros. Mi madre tenía la regla de “el rato de lectura”. Tanto ella como mi padre jugaban muchísimo conmigo y me atendían todo el tiempo, estaban volcados en mi felicidad, pero mi madre me pedía una hora de “lectura”, en el que se sentaba a leer y yo tenía que portarme bien y estar a mis cosas (que se me daba muy bien porque como hija única que soy, siempre he estado montándome mis películas yo sola). En esa hora de lectura, mi madre se sentaba y leía del tirón, y debe ser que a mí me fascinaba (no lo recuerdo) porque ella me contaba que a veces, en ese rato, cogía un libro y hacía como que lo leía a su lado, aunque muchas veces estaba del revés, aún no sabía leer.
La segunda regla de mi casa, impuesta por mi padre, era que nunca me iban a negar un libro. Si estaba en sus posibilidades, me darían cualquier libro que pidiese (al parecer esta regla estaba heredada de mi abuela). Si no se encontraba, se iba a la biblioteca.
Yo leía un poco de todo lo que cayese en mis manos, pero en un momento determinado, en mi pre-adolescencia, empecé a leer ciencia ficción. Mi padre tiene una colección increíble de ciencia ficción, no podéis imaginar. Una estantería llena, de esas altas.
Para mí (él) siempre ha sido como una enciclopedia de ciencia ficción: Si tenía dudas de alguna historia, de algún autor, él sabía responder. Mi primer libro de ciencia ficción fue una edición destrozada de “Crónicas Marcianas” (aunque mi padre me había leído años atrás Cuatro corazones con freno y Marcha atrás). Él y yo empezamos a citar al señor Q y su libro sonoro que había que tocar con la mano, porque me hizo mucha gracia. Aún hoy (a mis 27 años) lo mencionamos como si fuera una broma interna nuestra.
Os cuento todo esto para que sepáis lo importante que es para mí la ciencia ficción. No hablo solo desde el punto de vista analítico, es un pilar de mi vida; He crecido y me he desarrollado como adulta nadando entre ciencia ficción.
Cuando empecé a leer ciencia ficción había muchas cosas que no entendía, pero como cuando se aprende un idioma, yo seguía leyendo e intentaba entender el total por contexto. Más adelante los releía y entendía un poco más de cada cosa, y cuando empecé a ser más mayor, empecé a sentir que tenía que excusar muchas cosas de muchos autores. Me encantaba la historia, pero no entendía bien a los personajes femeninos, muchos de ellos meros “tokens” pasionales e irracionales. No entendía por qué en Farenheit 451, si una señora prefería morir ardiendo rodeada de sus libros y una niña era lo suficientemente sensible como para saber que su mundo era una constante censura, la reacción del protagonista era tratar con desprecio a su mujer (Mildred) y las amigas de esta, cuando las mujeres le habían abierto los ojos.
Tampoco comprendía por qué Deckard odiaba tanto a su mujer (Iran, no presente en la película) en “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, qué les había llevado a vivir juntos si ambos tenían depresión y aversión el uno por el otro (ligeramente suavizada al final entorno a una rana eléctrica que quieren adoptar). Era un patrón bastante repetido, similar al de Farenheit 451.
Historia tras historia muchos protagonistas son hombres con un grave peso sobre su pecho que no saben gestionar de otro modo que con enfado y pasión sexual, normalmente tóxica y/o violenta. Seguía leyendo, de todos modos, porque las historias podían ser interesantes igualmente, por ejemplo uno de mis libros favoritos de aquella época, “Los tres estigmas de Palmer Eldrich”, en el que la gestión de las emociones de Barney deja muchísimo que desear.
Leí “El juego de Ender” y me fascinó la forma en la que me atrapó en su espiral de eventos, incluso había más de un personaje femenino con peso, pero no sentí que el género en estos casos tuviese mucha relevancia porque eran niñes. Si eso, me escamaba el hecho de que la hermana de Ender fuera utilizada como ese puente emocional femenino, me molestaba un poco a la vez que me gustaba en sí la inteligencia del personaje (el autor tiene otros problemas, como la homofobia que descubrí más adelante y que sí que permea en parte la obra cuando lo sabes).
Similar a lo que me ocurrió con Dune, me fascinaba (me fascina, aunque ahora me molesta saber que este autor también era homófobo) la historia. Las mujeres podían ser uno de los seres más poderosos del universo (las Bene Gesserit), pero de nuevo había algunas capas de “doblez femenina”, “trampas y engaños” en la naturaleza de estos seres, o en cualquier caso el token-guía emocional Fremen, la mujer “Pocahontas” que sirve de escalera emocional en la madurez del joven conde. Insisto, me fascina la historia y estoy deseando ver qué hace David Villeneuve para la segunda película, pero eso no me impide ver esos detalles.
Y entonces empecé también a leer a Lem. Solaris era más pausada (me pregunté si tenía que ver que el autor no fuese norteamericano), el protagonista también estaba pasando por una situación complicada en la que echaba de menos a su mujer (entre otras cosas), pero la forma en la que gestiona esa pena y en general todos sus sentimientos es mucho más cuidada y madura. Me sorprendí, al igual que al leer a Asimov, y de pronto se me ocurrió que quizás no tendría que haber tratado con tanta ligereza en mi cabeza todo lo anterior. También leí “Return from the Stars”, que me recordó a Gulliver (no es por daros envidia pero la edición que me regaló mi padre es preciosa con unas ilustraciones chulísimas), en el que un hombre vuelve de un viaje estelar en el que se ha acercado a la velocidad de la luz y la Tierra que conocía ya no existe, porque ha viajado “al futuro”. En este libro hay un personaje crucial, llamado Eri, una chica (con la que al final se casa) que sirve de guía para el astronauta. Eri es relevante, y aunque el protagonista tiene sentimientos de frustración y enfado, eventualmente su respeto y aprecio por la chica es más importante que eso. No justificaba su frustración para maltratar o despreciar a la chica. Mi corazón terminó de resolverse: no tenía por qué justificar a los hombres violentos y frustrados por una buena historia. No significa que fuera a dejar de releer y apreciar esas obras, pero mis ojos eran diferentes. Es más, sentía que estaría siendo paternalista con los hombres (autores y personajes), que podían perfectamente ser dueños de sus sentimientos y su responsabilidad emocional, especialmente en su trato a las mujeres.
No fue hasta inicios de mi veintena que descubrí a mi autora de referencia, a la que leía (y leo) cuando necesito un espacio seguro, cuando quiero leer sin sorpresas, y que te tira a la cara sin rodeos hechos de feminismos: Ursula K. Le Guin. Si ya al leer a Asimov y Lem empecé a sentir que había algo que no funcionaba en los personajes y su gestión emocional, leer a esta mujer fue como ver el paisaje después de la niebla. Ella te creaba personajes que no eran ni un hombre, ni una mujer. Te creaba personajes masculinos frustrados y violentos que evolucionaban cuando conocían a una mujer talentosa aunque demasiado pasional. Y, atención, te muestra con todo detalle el poder de las amas de casa y las mujeres maduras con sus defectos y sus virtudes. Jamás, en todos los libros que me había comido, había visto señoras tan increíbles (ni siquiera la mujer que prefería morir junto a sus libros de Farenheit). K Le Guin llegó a mi vida, le pegó una patada a mi librería y dijo “¡Despierta!”, y empecé a leer de otra manera.
La autora te cuenta en “Las niñas salvajes” la violencia y confusión de una sociedad machista y violadora, sin ningún tipo de pudor o sutileza, igual que en “El nombre del mundo es bosque”. Decide que la violencia hay que hacerla explícita, el lector debe incomodarse y ver con claridad la realidad detrás de esa violencia, y no se corta ni un pelo. No hay justificación, no hay excusas, es violencia machista porque muchos hombres son machistas, y te lo lanza sin previo aviso, sin anestesia. Hay personajes violentos y frustrados, pero sus actos tienen consecuencias físicas y emocionales, y no escatima en describir esas consecuencias. Descubrí que eso es una de las cosas que faltan en otros autores. Una podría pensar que esquivar la personalidad frustrada y violenta de muchos personajes masculinos haría que algunas historias perdiesen sentido, pero al mismo tiempo sus actos no tienen consecuencias palpables, o se obvian. ¿Se obvian porque el autor también las desconoce, y no quiere pensar en ellas? A lo mejor su relación con esos actos de violencia son el saber que son intrínsecamente negativos, pero el “por qué” son motivos difusos, y no puede exponerlos porque tampoco le importan.
A Le Guin le importan, esas consecuencias son fundamentales para la historia. En “Los Desposeídos” el anarquismo y el capitalismo extremo se ven expuestos con sus ventajas y desventajas, y la violencia machista (incluso, las violaciones) son un punto relevante con consecuencias. Le Guin no esconde ni decora nada, ni siquiera el anarquismo (que la autora tanto admira). En “La mano izquierda de la oscuridad” explora directamente el peso del género en las decisiones sociopolíticas. ¿Que significa ser hombre en una sociedad donde no existen los hombres ni las mujeres? El protagonista está confuso porque las consecuencias de la gestión emocional no tiene estereotipos, no hay nadie a quien señalar ni géneros a los que asociarse. ¿Cómo habría actuado Guy Montag si la niña que le hace sentir que quemar libros quizás no está tan bien como creía, en realidad no fuese una niña, si no une niñe? ¿Son sus acciones realmente impulsadas por el paternalismo que tiene sobre ella y sus desproporcionadas emociones? Y, ¿qué habría pasado con Rick Deckard si las replicantes o su mujer fueran tan hombres o tan mujeres como él, ni una cosa ni la otra? Serían historias completamente diferentes, claro.
Cabe destacar que esto no invalida esas historias (la propia K. Le Guin leía muchísimo a Philip K.Dick, por ejemplo, habla de él en muchas ocasiones en sus artículos), pero al igual que con cualquier obra, el revisionismo nos ayuda a comprender la sociedad en la que se escriben.
En definitiva, lo que quiero exponer en este artículo es que, en nuestra literatura de ficción de culto, falta mucha responsabilidad y reconocimiento de la violencia estructural provocada por el machismo. No todas las épocas son iguales, y eso nos ayuda a determinar los problemas y responsabilidades de cada momento en relación con el género, pero también la ciencia ficción siempre ha sido una excusa para sacar temas sobre utopías y esperanzas (como explica Layla Martínez en “Utopía no es una Isla”, o en general varias autoras en “Las hijas del futuro”). ¿Acaso se podrían imaginar sociedades avanzadas, viviendas para todes, el hambre en el mundo resuelto, pero no el fin de la violencia machista? Para imaginar que eso es una mejora, habría que reconocer que es un problema, en primera instancia (algo similar ocurre con el racismo, que también se “explica en Las hijas del futuro”). Unos problemas son interseccionales a otros. ¿Por qué en “Mil novecientos ochenta y cuatro” claramente la falta de privacidad es un problema pero, la falta de cuidados de Winston sobre Julia carece de importancia? ¿Se supone que tengo que validar esa violencia porque el mensaje sobre la privacidad sí es relevante y revelador? Creo que podemos tratar a esos autores con menos paternalismo, estudiar sus obras con sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas; tratar las obras con madurez.
“Eran otros tiempos” así es, pero estaban imaginando otros tiempos, también. Vale la pena detectar y analizar esas carencias para comprender qué deberíamos intentar plasmar en nuestras propias utopías. Les escritores tienen una responsabilidad, y sus historias, si bien son ficticias, también son susceptibles a consecuencias.